ANTONIO BURGOS 
  
  LOS DÍAS DEL GOZO 
  
  Pregón de la Semana Santa de 
  Sevilla
  
  
            Texto íntegro del discurso pronunciado en el Teatro de la antigua 
            Maestranza de Artillería de Sevilla, el Domingo de Pasión, 9 de 
            marzo de 2008
              
            
                
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares 
del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la 
reproducción total o parcial de esta obra por cualquier método o procedimiento, 
comprendidos la reprografía y cualquier tipo de tratamiento informático, 
incluido Internet. 
  © Antonio Burgos   
                  © Arco del Postigo S.L., 2008
                  
                  El autor ha cedido las regalías de la edición a la Pontificia y Real
Archicofradía 
de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Salud, María Santísima de la Luz en el 
Sagrado Misterio de sus Tres Necesidades al pie de la Santa Cruz, Gloriosa 
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, San Francisco de Paula y Nuestra 
Señora del Mayor Dolor en su Soledad, establecida en su capilla propia de la
Carretería, 
antigua de los Toneleros de Sevilla, para que destine sus beneficios económicos 
a los fines que su Mesa de Oficiales estime más convenientes para mayor honra y 
gloria de Dios y de su Madre en su barrio del Arenal.
                  
                  
  
Compra del libro por Internet, Librería Beta de Sevilla
  
Compra del libro por Internet, La Pasión Digital  
Compra por Internet en La Casa del Libro 
Compra por Internet en Libreria Al Andalus 
                  
                   
Con la venia de Sevilla: 
 
Como un llamador que con sus golpes convoca la atención de los costaleros, han 
sonado las notas finales de "Amargura" a las que todos por dentro le decimos un 
óle que nos sale del alma. Nos han avisado esos golpes de llamador para meternos 
bajo la trabajadera. Y es como si los hubiera dado el magisterio del capataz que 
tenía nombre de escultor del Barroco, Ariza el Viejo, pues imágenes efímeras de 
perfección en el tiempo modelaba. Como si estuviera llamando Alfonso Borrero, 
con todo el arte de la colla del muelle con que creó las levantás a pulso...a 
pulso de corazones. O Manolo Bejarano, poderío de una voz de hondura trianera y 
frescor de mañana agosteña con nardos de la Virgen. Como si llamara la 
reciedumbre de Salvador Dorado, el único Penitente que ha habido con macho 
dentro de la tela del antifaz de su hombría, que fue su valentía para salvar de 
las llamas cobardes, fratricidas y asesinas a su camarada trianero, el Cristo de 
la Expiración. Es, en fin, como si fuera a llamar, perfección y medida, Sevilla 
clásica de palio de cajón, el señorío del maestro Rafael Franco Rojas.  
Y es como si ahora sus antiguas, recias voces le preguntaran a Sevilla: 
¿Estáis puestos, tambores y cornetas, "con la pena cabal de la alegría"? 
¿Estáis puestos, tintineos de las caídas de palio, para que hagáis compás con 
los varales? 
¿Estáis puestos, amaneceres de las murallas del Alcázar, para que se recorte en 
vuestra alboreá el crujío del Cristo del Calvario? 
¿Estáis puestos, malvas del atardecer del Viernes en Triana, para que entonéis, 
como en un cuadro romántico de Barrón, con las túnicas de los nazarenos de la 
Virgen de la O? 
¿Estáis puestos, cielos de Sevilla, azul Carretería, azul Hiniesta, azul 
Baratillo, azul Estrella, azul San Esteban, azul Montserrat? 
¿Estáis puestos, vencejos del Museo, para que le quitéis las espinas al Señor de 
Sevilla, cuando venga el Viernes quebrando albores?  
¿Estáis puestos, tristes balcones vacíos de las casas cerradas y abandonadas, en 
los que conmemoramos la pasión y muerte de esta Sevilla soñada que se nos va de 
entre las manos? 
¿Estáis puestos, naranjos de Las Penas de San Vicente o del Subterráneo por Doña 
María Coronel; acacias de las Rondas, rosales de las plazoletas con albero 
nuevo, geranios que colgáis de los balcones y que seréis acariciados por los 
enclavados dedos del Cristo de las Aguas? 
¿Estáis puestos, muros de cal de los conventos, bronces de las espadañas, 
faroles de las esquinas, paredes de la Alcaicería, para que pueda caber la 
inmensidad de los ojos de Madre de Dios de la Palma? 
¿Estáis puestos, Puente de Triana, Andén del Ayuntamiento, Compás de la Laguna, 
Rampla del Salvador, ojivas de San Julián y San Esteban? 
¿Estáis puestos, capirotes de la calle Herbolario, antifaces de terciopelo, 
cinturones de esparto, cíngulos de seda, ropones de los pertigueros, corazas de 
los armaos, guerreras de los músicos, fajas de los costaleros, dalmáticas de los 
acólitos, rituales ornamentos de la penitencia?  
¿Estáis puestos, lagrimeos de la cera en las tandas de las candelerías, luces de 
las marías que gozáis de la cercanía de la gracia de la Virgen que como vosotras 
se llama? 
¿Estáis puestos, rayos de la luna entre las palmeras de la Gavidia, esperando a 
la Vera Cruz de Cristo? 
¿Estáis puestos, jarrillos de lata, que de plata sois, y cántaros de los 
aguaores, que ánforas mejores nunca llevó la Bética al Monte Testaccio de Roma? 
¿Estáis puestos, pabilos de las cañas de los Santizos para el supremo arte de 
encender una candelería, chorreones de los cirios que vais alfombrando de cera 
la carrera oficial como no lo haría ni la Real Fábrica de Tapices? 
¿Estáis puestos, mármoles del suelo de la Catedral, para que sientan el doble 
repeluco del frío y de la dicha del estreno de Lunes Santo los pies descalzos de 
los penitentes del Cautivo del Polígono?  
¿Estáis puestos, varales maestros y candelabros de cola, respiraderos, faldones 
y maniguetas, zambranas y trabajaderas, traseras que dais jabón por la Cuesta 
del Bacalao? 
¿Estáis puestos, palcos de la plaza, sillas de Quidiello de la carrera oficial, 
palquillo de la venia en La Campana? 
¿Estáis puestos cristales de los escaparates de la calle Sierpes, para que se 
reflejen las candelerías? 
¿Estáis puestos, damascos de las colgaduras de los balcones donde se atará la 
palma nueva con lazos de los colores de la hermandad, para que, agarradas sus 
manos a vuestra barandilla, desaparezca en un instante ese saetero que se 
santigua en cuanto ha acabado de cantar su oración?  
¿Estáis puestos, escalofríos de las marchas, Estrellas y Aguas, Amarguras y 
Penas, Soleares que nos dais la mano con el pañuelo de encajes de una Virgen? 
¿Estáis puestos, oboes y fagotes, voces de la capilla musical de la Quinta 
Angustia que nos recordáis las viejas placas del Miserere de Eslava? 
¿Estáis puestos, muñidor de la Mortaja, llave del sagrario en el pecho del 
asistente en la Ronda del Jueves Santo; Verónica y Fe de Montserrat; espada del 
Silencio; pelícano del Amor; rosarios de Montensión; avión de la Virgen de 
Loreto; antorcha del Prendimiento; palmera de La Borriquita; gallista pluma de 
Muñoz y Pabón en la saya de la Esperanza? 
¿Estáis puestos tíos de la escalera, novias del costalero, amigos del nazareno 
de Martínez de León, veladores del Salvador, carritos de los niños chicos en las 
bullas, tizas de los mostradores, sobaduras de los zapatos nuevos del Domingo de 
Ramos? 
¿Estáis puestos, integrantes de la bulla soberana? 
¿Estáis puestos, silencios de la calle Francos, esperando al verdadero Silencio 
del Primitivo Nazareno de Sevilla? 
¿Estáis puestos, centenarios papelones de pescao frito del Arenal, pestiños de 
la confitería de la Campana donde los paladares piden la venia, ruedas de 
calentitos de plata de Juana en el Postigo y regimientos de soldaditos de Pavía 
que mandan los coroneles de El Rinconcillo?  
¿Estáis puestos, plateados globos de los racimos infantiles de ilusiones, para 
que cuando La Paz venga por el Parque os sigáis escapando de nuestras eternas 
manos de niños que piden cera? 
¿Estáis puestos, estrenos de los trajes de punta en blanco de los canis con su 
uniforme de gala, aplausos a las cuadrillas, dedicatorias de las levantás, 
petaladas de los balcones de los barrios, óles a las saetas, trajes oscuros, 
chaquetitas azules, mantillas del Jueves Santo, monumentos de los sagrarios de 
los conventos, corbatas de luto del Viernes en que está definitivamente muerto 
el Señor de la Caridad cuya mano sangraba aquella rosa en Santa Marta? 
¿Estáis puestos, cardos y yedras de la Canina que nos decís que la muerte no es 
el final ni siquiera de la Semana Santa, porque proclamáis el triunfo de la 
Santa Cruz en la Jerusalén de Sevilla?  
Mira que voy a llamar... Mira que voy a llamar con el bronce de las campanas de 
la Giralda... 
¡Tós por igual, valientes...! ¡Tós por igual, valientes testigos y profetas de 
nuestra fe según el Evangelio de Sevilla!  
 
Sevilla un sueño levanta...  
¡Al Cielo con este cielo 
llamado Semana Santa! 
 
 
Los poetas que no vinieron 
 
Siguiendo tus divinas enseñanzas, Padre Nuestro que estás en los cielos que 
perdimos, nos atrevemos a decir que llegamos, venga de frente, muy poco a poco, 
aguantando esa trasera de la emoción, las llamadas las quiero muy cortitas, 
en nombre de los poetas enamorados de Sevilla que escribieron sus sentimientos 
en ruán de tinta sobre merino de papel, pero que nunca pudieron pelar la pava 
con su ciudad querida en esta reja solemne de la mañana vesperal del gozo.  
Venimos con el sentir de los sevillanos que nos echamos a la calle para ver las 
cofradías de una Semana Santa soñada que quizá ya no exista más que en nuestro 
corazón y en nuestro recuerdo. Y para emocionarnos con todas. Como sentenció 
Silvio el Rockero, cantor de nuestras Vírgenes: "Es que toas son mú bonitas..."
 
Llegamos con la prestada voz de un nazareno del Valle cuya vida, desde la 
Madrugada del Destierro, fue el "El rito y la regla" de su amor a Sevilla. Se 
llamaba Rafael Montesinos, y nos dijo: 
 
Hoy la memoria escoge 
el camino más corto para herirme. 
 
Y como en nuestra geometría sentimental la distancia más corta entre dos puntos 
es el sueño de un recuerdo, traemos desde esta mismísima Puerta Larená, en el 
mejor cahíz de tierra, la voz del poeta popular que no necesitaba pergaminos 
académicos para inmortalizar su inspiración sobre la servilleta de papel del 
mostrador de una taberna. Venimos desde la imperial calle Adriano con los versos 
de Florencio Quintero, la Esperanza frente a su Caridad 
baratillera:  
                  
                    
                       -  
 
"Déjala" así, frente a frente. 
"Déjala" así, cara a cara, 
a esa Aurora Trianera 
y esa Rosa Sevillana. 
¡Que llore Sevilla entera 
junto al llanto de Triana! 
 
La Triana que, palma y cáliz, Palma de María Santísima tras el Cristo del Buen 
Fin y cáliz del ángel de Montensión, resonaba en el puente con los versos de 
Juan Sierra: 
 
El río, el cielo, el barrio, ¡todo es Ella!, 
alabastro de Gracia reluciente, 
Madre Divina, Virgen de la Estrella... 
 
Con estas voces emprestadas, y con un jazmín de vigilia de Rafael Laffón, y tras 
la "Cruz de Guía" de Manuel Sánchez del Arco, y con la blancura mercedaria de 
aquel cirineo lírico del Señor de Pasión que se llamaba Manuel Díez-Crespo, 
llego con un homenaje a los poetas que no vinieron, desde mi Arco del Postigo. Y 
recordados sus versos, me atrevo a decirle mi propia copla a la Pura y Limpia 
que está junto al otro Arco: 
 
Si es por cuestión de memoria 
te voy a contar la historia 
de tu macarena gloria 
de la forma más sencilla. 
Te voy a decir yo a Ti, 
Niña Guapa de San Gil, 
cómo te quiere Sevilla: 
te quiere con mariquillas,  
te quiere con tu fajín, 
y la mancha en tu mejilla. 
Que no es de Queipo de Llano 
el fajín de tu cintura... 
Que es tuyo, Esperanza pura, 
pues te nombró el sevillano 
Generala de hermosura 
                    
                    
                       - de tó el Imperio Romano
 
                    
                    
                       - de los armaos con sus plumas.
 
 
 
 
Fumata blanca de incienso 
 
Y con la fumata blanca del "incensario, péndulo de plata", que oscila en las 
manos del muchacho que fue apuntado de hermano el día que se bautizó y ahora va 
de acólito ante el palio de su Virgen. Con la fumata blanca del puesto de 
calentitos que frente a la muralla puso el romano Macario, el primer armao que 
hubo en Sevilla. Con la fumata blanca del perol de las almendras garrapiñadas en 
una Ronda de la dual Sevilla, por la que vienen las túnicas blancas de la 
Cofradía de los Negros. Con la fumata blanca de los cirios de los tramos de 
nazarenos. Con la fumata blanca del obrador de las primeras torrijas que cada 
Miércoles de Ceniza me mandaba el maestro Luis Ochoa con el dulzor de las Siete 
Palabras de Sevilla. Con la fumata blanca de los hachones de los Crucificados, 
revestido con los ornamentos de la palabra de quienes me precedieron en el amor 
a la ciudad, y en la lengua que mejor entiende Dios, el latín de la Bética, un 
latín de Miserere, de Christus Factus Est, de Senatus, Mediatrix y Sinelabe, proclamo el 
pontificado sentimental de los días del gozo: 
 
En la Roma sevillana,  
Magnum Gaudium Nuntio Vobis:  
!La primera en la Campana!  
 
 
El anuncio de la luz del gozo 
 
La ciudad entera, con su luz, lo viene anunciando. Todos somos antiguos y 
fervorosos hermanos de luz: de la luz del gozo. Apresuraos, sevillanos, vivid 
cada instante. Carpe diem: que ya empieza la nostalgia. Esa historia que siempre 
es igual, pero que nunca la misma. ¿Todo pasa y todo llega? ¿O todo llega porque 
nunca pasa en nuestro recuerdo? Preparaos para estrenar las manos que toquen el 
gozo de la luz y la luz del gozo. "El Domingo de Ramos, el que no estrena..."
 
 
Sevilla estrena hoy el aire, 
la luz, el sol, la mañana, 
el viento, llamas de cera, 
capirotes y sandalias,  
y cinturones de esparto, 
y colores las muchachas, 
que si Sevilla no estrena, 
no tiene manos su alma.  
Y llegas a San Lorenzo 
y hay una cola muy larga, 
que la mira un cardenal 
desde un retablo, y aguardas. 
Y te fijas en la gente 
que va saliendo; sus caras 
son tan serias que te dicen 
que allí dentro es que algo pasa: 
al Señor en besamanos 
lo han visto de cara a cara.  
Y ya lo ves a lo lejos,  
Señor de manos atadas. 
La gente besa sus manos, 
de oro un cordón las amarra: 
manos que mueven el mundo,  
manos que templan y paran 
el dolor, los grandes males, 
apuros y malas rachas, 
las mentiras que se quedan  
y las verdades que pasan.  
Te fijas que las mujeres 
al Señor van y le hablan.  
El está allí, tan humano, 
que hasta parece escucharlas,  
que está de pie aquí en Sevilla,  
sus dos pies ¡qué bien los planta! 
Y una madre le decía, 
aún escuchas sus palabras: 
"Muchos años, Hijo mío, 
tus manos quiero besarlas."  
Que venga la Teología 
y rompa aquí la baraja, 
que las madres llaman Hijo 
al Padre del sol y el agua. 
Viendo al Señor se diría 
que este Señor tiene alma,  
del modo con que lo miran 
esas madres sevillanas;  
del modo con que un hermano,  
silencio hasta en la mirada, 
le va limpiando esas manos 
con una telita blanca.  
Son manos que han trabajado, 
son manos dignificadas 
por el dolor de la vida, 
manos de muelle o de fábrica, 
de tejar, manos del campo, 
del Polígono o Triana,  
manos que tanto Poder 
tienen por la Madrugada 
que pasan por el Postigo 
y el amanecer levantan.  
Y es que Dios, por primavera, 
cada año viene a esta plaza  
para enseñarle sus manos 
a aquel que quiera besarlas 
y ver que Dios tiene manos, 
tiene unas manos humanas...  
Y es porque Sevilla estrena, 
para Él, Semana Santa.  
 
Hoy empieza la nostalgia 
 
Sentimos la inmensa tristeza de que la Semana Santa empieza... a terminar. Hoy 
comienza la nostalgia. Todo será ya como un largo fin. Un reencuentro con la 
ciudad perdida, desafiando al tiempo, retrato de Dorian Gray donde siempre todo 
es lo mismo que entonces. Envejecen los terciopelos y los bordados para que 
permanezcamos como eternos niños del Domingo de Ramos. Y para que en El Pumarejo 
vuelvan a sonar los Campanilleros cuando por la calle Rubios llegue la Virgen 
que apareció entre retamas catalanas y que... 
Dijo al que la fue a encontrar:  
"Llevadme pá mi Sevilla,  
que soy La de San Julián". 
Y hecho el silencio, entre el incienso que trasmina el aire y vence el horror de 
la dentellada social de la droga, el grifota desdentado le rezará a su manera a 
la Virgen de la Hiniesta. Le dirá al otro colega, que yo lo oí allí, en la 
esquina de la calle San Luis: 
-- Tronco, esto tiene vibrasiones,...  
Por eso, sevillanos, porque la ciudad tiene vibraciones de grado 10 en la Escala 
Ritchter de la emoción, os insto con este bando de la nostalgia a que saboreéis 
la intensidad de las vísperas, que el camino de impaciencias es siempre mejor 
que la posada del cansancio en el alma del Sábado Santo, cuando la más secreta 
Esperanza de Sevilla cierra para siempre las mismas puertas que La Soledad en 
San Lorenzo, pero un poquito más tarde, por el indolente y perezoso meridiano de 
Sevilla En la alegría de lo que viene comenzamos a sentir la inmensa nostalgia 
que lo que se va:  
                    
                   
 
Adiós, primer nazareno, 
que me dices cada año: 
la vida, ¡qué hebilla menos! 
 
Despierta, Sevilla, vamos: 
vamos a estrenar el aire,  
que ya es Domingo de Ramos. 
 
Qué bonita es la mañana, 
novelera de latines 
de canónigos con palmas. 
 
...Y lo poquito que dura: 
lo que un credo ante El Amor 
y una salve a la Amargura. 
 
Las cintitas son verdes, 
verde Esperanza. 
Dicen: Soy de San Roque, 
y esa es mi Gracia.  
Adiós, Virgen bonita, 
hasta esta tarde, 
que a verte en Puerta Osario 
voy con mi madre... 
 
Y a San Juan de decirlo 
le duele el alma: 
que no me deis olivos, 
soy de La Palma. 
 
De la palma que lleva 
la Santa Juana, 
que hoy estrena hasta el bronce 
de las campanas. 
 
Me lo ha dicho la Giralda: 
siempre es Domingo de Ramos 
en el bronce de mi palma.  
 
Si sevillana será 
que por pan lleva La Cena 
dos teleras de Alcalá. 
 
Si Judas se ha alevantao, 
es que va a comprar el hombre 
los rábanos y el pescao. 
 
A Montañés la pena 
va y se le quita: 
vuelva a bajar la rampla 
La Borriquita. 
 
La Burra se va a asombrar, 
porque el incienso aquí huele 
a almendras garrapiñás. 
 
San Roque en la Puerta Osario... 
Llega Gracia y Esperanza: 
mi madre la está esperando. 
 
Desde la Puerta Osario 
vas a Triana: 
en la tarde, La Estrella 
de la mañana. 
 
Sentaíto el Cristo,  
penando sus Penas, 
costero a costero, el izquierdo alante, 
cómo trianea. 
 
¿Que qué es trianear? 
Pues que un Cristo hasta sentao 
ande sobrao de compás. 
 
Hércules te llama: 
vente a mi Alamea, 
que viene por Feria un Silencio Blanco 
de cal y azucena. 
 
Le va diciendo San Juan 
cositas a La Amargura 
pá sus penas endulzar... 
 
La que entra en Jerusalén, 
Colegial del Salvador, 
no es la Burra, es mi Sevilla: 
ya está saliendo El Amor. 
 
Dame cera, nazareno: 
cada Domingo de Ramos 
yo tengo una hebilla menos... 
 
Protestación de Fe de la Ciudad 
 
En las funciones principales de instituto, los hermanos de las cofradías hacen 
su solemne protestación de fe. Sevilla también celebra su función principal con 
los cinco sentidos, en cuanto oímos el primer tambor o acaraciamos el antifaz de 
terciopelo que ha dormido en el ropero todo el año. Sevilla es el quinto 
evangelista que escribe las Verdades del barquero de la lancha de Peana de su fe 
sobre la cal de las esquinas, en los pétalos de flores que caen sobre un techo 
de palio... Que si la colombina y dulce Virgen de la Antigua va abajo, en la 
gloria del palio de Los Dolores del Cerro, arriba, entre las doce perillas de 
los varales, va la imperecedera gloria nueva de los humildes pétalos que nevaron 
en oración desde una azotea del barrio. 
Sobre el evangelio de los libros de reglas de sus hermandades, Sevilla hace 
público juramento de fe y credo, sacando a la calle su portento de religiosidad 
popular. Y en estos tiempos del relativismo que ha borrado las fronteras entre 
el bien y el mal; del laicismo de una sociedad que niega todos los valores y 
principios morales y éticos, y se burla de la religión, y la desprecia, y la 
margina en los colegios... En una España que pone en duda la tradición de su fe, 
Sevilla, saliendo en masa a ver sus cofradías, emocionándose ante un 
Crucificado, conmoviéndose con el andar humano de un Cristo Nazareno, diciéndole 
a una Virgen sencillamente la oración sin palabras de unas lágrimas... En estos 
ritos no aprendidos que traemos en la masa de la sangre, el pueblo llano y 
soberano de Sevilla proclama colectivamente el sentimiento y la emoción de su 
fe, la cercanía familiar de lo divino: 
 
Dios pone en su documento: 
"Soy natural de Sevilla, 
vecino de San Lorenzo". 
Su carné de identidad 
es una color antigua 
que le han gastao de rezar, 
y un andar que es como humano 
de este Señor sevillano 
con su túnica morá...  
Que va cargando la suerte, 
echando la Zancá alante, 
el Vencedor de la Muerte. 
Pues dice el mismo papel: 
"Mi oficio es salvar al mundo 
y mi nombre, Gran Poder".  
 
Dios por la calle  
 
Sevilla se encuentra a Dios por la calle. Dios es como de la familia. Si la 
familia está en crisis; si se niegan sus valores con burdas parodias del 
matrimonio católico que van contra les leyes de Dios y de la Naturaleza, aquí se 
afirman sus supremos principios. Somos de la cofradía de nuestra familia. 
Repetimos, oh Sevilla romana, el culto a los lares y penates, a los que ya se 
fueron. Salimos a recorrer las calles de siempre, por las que no ha pasado el 
tiempo, a encontrarnos con un viejo amigo, el Cristo de la familia o del barrio, 
la Virgen que emocionaba a nuestra madre y que tenemos en una estampa bajo el 
cristal de la mesilla de noche. La Virgen es una buena vecina. Es del 
Museo o 
del Tirolínea, de Nervión o de la cvalle Feria, de San Vicente o del Barrio León. 
Paisana. De nuestra propia Tierra de María Santísima.  
Y en este sentido familiar de la Semana Santa volvemos a ser niños pidiendo 
cera, amasando una bola que es la imagen del mundo, como la que San Fernando 
lleva en la mano. Y volvemos a ser muchachos que ya salimos solos, sin los 
padres, estrenando la vida y el amor. Que por vez primera tomamos la mano de la 
niña que nos gusta cuando la Virgen de las Aguas va por el Andén. Y entre la 
proclamación de los sentidos, tacto de terciopelo, olor de incienso, gusto de 
viejos pestiños con aguardiente en aquella ventana del corral de mi lavandera 
macarena en la calle Torrijiano, oído que voy a llamar y vista de la mismísima 
gloria en forma de paso de palio, nuestra memoria recuerda las oraciones que nos 
enseñaron las Hermanas de la Doctrina Cristiana entre las pilistras del patio de 
la calle Guzmán el Bueno: 
 
Bendita en calle Pureza 
eternamente lo seas, 
pues Triana se recrea, 
en tu morena belleza.  
El puente te lo empavesan  
salves de marinería, 
y hasta el río detenías 
con tu gitana color. 
Y Esperanza te decían, 
Patrocinio, Estrella y O, 
y Salud... ¡Trianerías 
para la Madre de Dios! 
 
Y en esta solemne protestación colectiva de fe, Sevilla sabe que el Cristo de la 
Buena Muerte da entre lirios su mejor lección de Divino Catedrático contra esa 
forma de asesinato a la que ahora llaman eutanasia.  
Y en esta solemne protestación colectiva de fe, con las cruces de los 
penitentes, esos mismos maderos que en Jerusalén, bajo el poder de Poncio 
Pilatos, fueron patíbulo, Sevilla escribe su mejor alegato cristiano contra la 
iniquidad inhumana de la pena de muerte. 
Y en esta solemne protestación colectiva de fe, Sevilla sabe que cuando Cristo 
deja que los niños se acerquen a él y vayan tan cerca del paso, y haya un pavero 
que los guíe en el enternecedor jardín de la infancia cofradiera de los pequeños 
monaguillos que apenas saben andar, pero que ya llevan en la esclavina el escudo 
de su hermandad... Con esos niños que aprenden a amar a Sevilla de la mano de 
sus padres, se escribe el mejor alegato contra esa otra forma de asesinato con 
trituradora a la que ahora llaman aborto. 
 
 
El evangelio popular de Sevilla 
 
El sevillano es un quinto evangelista que movido por su fe, dejándose ir en la 
tradición de la ciudad, sin darle la menor importancia, imparte supremas 
lecciones de Teología. Viendo cofradías pueden escucharse clases magistrales en 
la callejera Facultad de Teología Popular. En la calle Aduana, cuando pasaba esa 
Pietá baratillera que no la mejora ni Miguel Angel, aprendí una de estas 
lecciones de un sevillano anónimo. Le explicaba a un forastero preguntón: 
-- ¿Que por qué la Semana Santa aquí no es triste? Pues porque hemos visto 
muchas veces esta película, usted. Siglos la llevamos viendo. Y sabemos que 
termina bien. Vamos, divinamente, porque es cosa de Dios. Sabemos que aunque lo 
pase muy malamente, al final, el bueno, el Muchacho, el Hijo de la Señora Guapa, 
gana y se sale con la suya, que es morir para salvarnos. Y que después, además, 
resucita el Domingo: en Santa Marina concretamente. Y si sabemos que la película 
tiene un final feliz, ¿a qué ponernos tan tristes y tomarnos las cosas por la 
tremenda como en Castilla? ¿Latigazos dice usted? Se los daban antes los 
hermanos de sangre, pero cuando se enteraron de que en esta película siempre 
gana el Muchacho y nos salva, decidieron dejar las disciplinas y aquí los 
latigazos, desde entonces, nada más que son de tinto y pescao frito...  
 
 
 
La suprema lección de Rafael Franco 
 
Todas las artes y artesanías populares se combinan en la Semana Santa. Y arte 
crearon los costaleros del muelle, con su ropa hecha con los sacos que 
descargaban, con los cobertores viejos del hambre y la tuberculosis de los 
corrales de vecinos. Y los capataces. El mismo Dios de San Lorenzo fue para 
Manolo Bejarano como un Hijo, al que amorosamente lo enseñó a andar con su 
humanísimo paso racheado.  
Pero no se trata sólo de un tesoro cultural, un patrimonio artístico, una 
reliquia etnográfica. Aun siendo todo eso, y más, no se entiende si no lleva el 
pellizco a lo divino de la fe, como las espinacas de vigilia no se entienden si 
no llevan sus garbanzos o las tortillitas sin bacalao, el pez cofradiero por 
excelencia, al que Sevilla le dedicó hasta una calle: la Cuesta del Bacalao... 
Bacalao que da nombre hasta al estandarte de las hermandades.  
Una suprema lección de este sentido de la fe según la religiosidad popular sin 
el que no se entiende la fiesta me lo dio el maestro de capataces Rafael Franco 
Rojas, en un curso que organizamos en la Casa de Pilatos para la Universidad 
Menéndez Pelayo como "Homenaje a la Semana Santa". Reunimos en una mesa redonda 
a cuatro legendarios maestros del martillo: Rafael Franco, El Penitente, Rafael 
Ariza y Manolo Bejarano. Hablaron de los modos de andar los pasos, de escuelas y 
dinastías, de estilos de mandar y llamar. Y se me ocurrió la niñatada de 
proponer a Rafael Franco que, como demostración, diera allí las voces de su 
llamada en las levantás. Muy serio, tan señor como mandaba a su cuadrilla de Los 
Ratones, el difunto Rafael Franco me dio la mejor lección del imprescindible 
sentido religioso de la Semana Santa, cuando me dijo: 
--- No, mire usted, hacer como que se llama a un paso, aquí, sin haber ninguno 
delante, sin llevar a ningún Cristo ni a ninguna Virgen, es un paripé, y la 
Semana Santa será lo que usted quiera, pero nunca es ningún paripé... 
 
 
La cofradía de los nazarenos muertos 
 
Este ruán que ahora llega lo conozco de siempre, 
lo he visto tantas veces en este Martes Santo... 
Yo veo cada año al mismo nazareno, 
que quizá no haya muerto porque aún no ha nacido.  
Años lo llevo viendo en esta misma esquina,  
en este mismo sitio, bajo este naranjo,  
música de capilla del canario que canta 
al balcón solitario en jaula de geranios.  
Tenía calzón corto y un tranvía de lata,  
un gato en la azotea y un martes sin colegio,  
cuando este nazareno pasaba con su cirio. 
El mismo nazareno que luego contemplara 
estrenando la sangre, Isabel a mi brazo, 
la vida por delante y el mundo por montera.  
El que luego una tarde le enseñé ya a Fernando 
cuando apenas sabía pedirle un caramelo. 
El que ya sin mi madre planchándome la túnica  
y sin mi padre oyendo saetas por la radio 
sigo viendo este Martes. Mi Santa Cruz de siempre. 
Es mentira, no han muerto aquellos nazarenos 
que le dieron grandeza a este rito de siglos. 
Te lo ha dicho esta tarde, porque es Martes Santo,  
ese alto, elegante, de andares señoriales,  
que has visto tantas veces, con las Misericordias. 
No mueren en Sevilla los viejos nazarenos.  
Se reencarnan en estos que ves el Martes Santo.  
Aunque nada es lo mismo, en ellos permanecen 
memorias remansadas del tiempo detenido.  
Venga, vamos, que tienes otra vez siete años  
y tu tía te lleva a ver las cofradías.  
Venga, coge esa cera, pon la mano, Antoñito, 
cuidado, no te quemes, qué grande está la bola. 
Caramelos no pidas, que éstos son de silencio.  
Todo es de silencio aunque sea de capa,  
que de capa te abres ante el toro del tiempo 
cuando pasa esta noche de esparto y de tristeza,  
Santa Cruz con sus tramos de nazarenos muertos 
que visten este Martes de nuevo sus mortajas, 
Dolores por Molviedro de luto por Tejera, 
y un crespón por un hombre de su gente de abajo, 
un soldado de España que supo dar la vida 
por Dios, por esta Patria que llamamos Sevilla. 
 
La penitencial ausencia 
  
    
Los que ya se fueron... y los que no pueden venir. ¿Qué mayor penitencia que no 
poder ir a ver las cofradías? Me lo dijo un viejo sevillano enfermo, postrado en 
su cama, sin poder salir de su casa: 
-- Esto sí que es penitencia, no poder ir al Barrio León a ver mi cofradía de 
San Gonzalo... 
¡Benditas televisiones y radios locales que acercáis La Campana a los penitentes 
de la callada cruz de la enfermedad! ¡Benditas emisiones por Internet que le 
llevan su Soledad de San Buenaventura al soldado que está en misión de paz en 
tierra extraña, que ésos sí que son suspiros de España, los dolorosos suspiros 
de Sevilla! O a esos jóvenes licenciados y técnicos que tampoco este año pueden 
venir a salir de nazarenos en su cofradía, porque están trabajando donde son 
laborables los días iniciales de la Semana, como lo son para los alumnos de 
Erasmus o del master en las Universidades de esos países tan oscuros, donde sí 
saben valorar y dar oportunidades a los frutos de nuestra tierra, con esas 
iglesias tan frías y tan peladas de altares, y esas torres tan tristes, que yo 
las he oído en Zurich, y te preguntas: "Si hoy, que es Domingo de Ramos en 
Sevilla, las campanas tocan aquí así, ¿qué dejarán estos gachós para el Día de 
los Difuntos?".  
Sevillanos fieles a sus sentimientos en la distancia. y que como los 
banderilleros de Belmonte miraban durante la temporada americana el reloj que no 
había dejado de marcar el meridiano de Triana y, sacándolo del bolsillo del 
chaleco, comentaban "Pues en la calle San Jacinto ya tiene que estar Enrique 
empezando a freír los pavías", ellos, calculando horas, con la nostalgia como 
penitencial cinturón de esparto con su traje de ejecutivos o su parca de 
estudiantes, mientras añoran la claridad sin fecha de Sevilla, se van diciendo: 
-- Pues el palio de San Esteban ya tiene que estar entrando en la Campana... 
-- Ahora irá el Cristo de los Estudiantes por la esquina de Trifón, camino de la 
Campana... 
-- ¡Cómo tiene que estar de gente a estas horas la calle Tetuán volviendo con la 
Virgen del Dulce Nombre! 
  
  
   -  --Ya estará Pilatos en San Benito, presentándole a 
  Cristo la mejor Calzada que hubo en el Imperio Romano...
 
  
 
 
Las Penas del hospital 
 
Y la más que penitencial Semana Santa de los hospitales. Yo la he vivido. El 
hombre que dio la vida a la mujer que más quiero estaba ingresado, y sabíamos 
que tenía sacada papeleta de sitio para el inexorable paso de La Canina, en cuyo 
cuerpo de nazarenos estamos todos apuntados. ¡Qué Calle de la Amargura la Semana 
Santa del hospital! En el pasillo, lejana, suena una radio con una marcha, que 
alguien pone bajita, para no molestar. Pero suena. Y nos va diciendo que fuera, 
en la vida, en la Salud de San Gonzalo, en la Salud de San Bernardo, en la Salud 
de Los Gitanos, en la Salud de San Nicolás, en mi carretera Salud, existe la 
primavera, está ausente el dolor, no hay lágrimas, Sevilla como nueva Jerusalén 
del Apocalipsis, ataviada como una novia con la flor de los naranjos. Allí en el 
hospital sí que están las penas: las Penas de San Roque, las Penas de la calle 
San Jacinto, las Penas de San Vicente, las Penas de Santa Marta... Allí si que 
habitan las Tristezas, y el Mayor Dolor y Traspaso de los que sufren, entre 
Angustia y Angustias, en una mar de Lágrimas, en una inmensa Soledad de batas 
color verde Esperanza, cuando el enfermo, en la duermevela del dolor, pregunta: 
-- Niña, ¿hoy no es cuando sale la de San Nicolás?  
-- No, abuelo, salió ayer, hoy es Miércoles Santo... 
Y se hace de nuevo el silencio. Por el pasillo, desde otra habitación, suena 
quizá ahora por un televisor una entrada en La Campana. "Estrella Sublime". No 
hay estrellas en el cielo de luces apagadas de esta habitación de hospital. Aquí 
sí que hay una cofradía de penitencia. Aquí, en estos otros silencios, sí que es 
todo como una larga madrugada de penitencia. Entran las batas blancas como 
recuerdos de túnicas de nazarenos de La Cena, de San Gonzalo, de la Amargura, de 
La Bofetá, de San Nicolás, las cofradías que este hombre querido no verá este 
año.  
La única alegría es cuando traen a un niño vestido de nazareno. Túnica de capa, 
barrio puro. Y dice la madre a los familiares del otro enfermo del cuarto: 
-- Es que como todos los años antes de salir va a casa de su abuelo para que lo 
vea vestido de nazareno...  
Y el nazarenito, con un beso: 
-- Abuelo, toma, un caramelo, el primero que doy este año... 
El más dulce caramelo de Sevilla. En el televisor, Campana del dolor y los 
silencios, sigue entrando triunfalmente un palio. 
Y luego, ya de madrugada, quizá llegue silencioso, con cara de satisfecho 
cansancio, un hombre con su traje negro de capataz, sobre cuya solapa trae la 
heroica condecoración de unas manchas de cera de los hachones del Cristo en el 
arréon de una levantá. Llama en la puerta de la habitación. Sale la acompañante, 
zapatillas y bata, desorientación del primer sueño descabezado en el butacón. 
Pasillos vacíos. El intempestivo visitante de negro lleva unos lirios en la 
mano. Se los da a la hija del enfermo. Le dice:  
-- ¿Cómo sigue? No quiero molestarlo... Nada más que vengo para que en la 
estampa de la cabecera le pongas estos lirios, y le digas que son de parte de la 
hermandad. Son los que esta tarde ha llevado su Cristo... 
Cuando estéis oyendo el tintineo de unas caídas de palio, reloj inexorable del 
tiempo que nos devora, pensad, sevillanos, en estos silencios de penitencia del 
inmenso dolor del hospital, o en la tristeza de los sevillanos que trabajan o 
estudian o defienden a la Patria fuera de su tierra. Peor que el lamento del 
ciego en Granada: aquí no hay limosna posible, mujer, "que no hay en la vida 
nada"... como no poder ir a ver las cofradías en Sevilla. 
 
 
El Credo sevillano del cementerio 
Y las mañanas en la otra ciudad que verdaderamente está sosegada y en calma, 
tras el azulejo de La Soledad, a los pies del Cristo de las Mieles que expiró en 
el Museo, en Santa Cruz, en el Patrocinio. Cada mañana de Semana Santa, por los 
cipreses del cementerio, entre un silencio donde cantan los altos pájaros, hay 
manos amorosas que avanzan hacia una tumba querida y conocida, con unas flores. 
Claveles del monte de un Crucificado, flores blancas de un palio, humildes ramos 
que en un barrio ofrendaron a su Cautivo, son colocadas ahora por los más 
amorosos floristas: los oficiales de la Junta, los hijos de los que ya no están, 
que llegan a esta carrera oficial del recuerdo y la memoria. Las flores que 
supieron de saetas y de marchas, aplausos y emociones, quedan ahora, llenas de 
vida, sobre el aparente triunfo de la muerte. Flores cofradieras de las mañanas 
del cementerio, sobre las tumbas de los sevillanos que se fueron a hacer su 
definitiva estación, a una gloria más eterna que la efímera del paso de palio 
que vemos alejarse por la calle del barrio, que dobla la esquina y que, poco a 
poco, metáfora de la misma vida, como estas flores que la recuerdan, va 
desapareciendo, hasta que dejamos de ver la última interrogación de plata de un 
candelabro de cola. Es el Discurso de la Verdad de la vida tras la muerte que 
escribe el Credo a la sevillana:  
"Y creo en la resurrección de los muertos porque cada mañana de Semana Santa 
tienen sobre sus tumbas la vida eterna de las flores que llevaron esas Vírgenes 
y esos Cristos que ellos están ya viendo para siempre. Amén". 
 
Los balcones del cielo 
Que esto no salga del Arenal, pero yo, que soy de la Real Hermandad Gremial de 
Maestros Sastres de San Fernando y de la Virgen de los Reyes (anda que también 
hemos elegido malamente titulares), sé por qué es costumbre que el pregonero 
vista chaqué. Es porque viene de testigo en una boda. La boda que cantan los 
campanilleros: 
 
En el cielo se alquilan balcones 
para un casamiento que se va a hacer,  
que se casan por la primavera, 
con incienso y cera, Sevilla y su fe... 
 
Para ese casamiento, están colgados de damasco con galones dorados los balcones 
del cielo. Desde allí, los sevillanos que nos precedieron ven pasar la cofradía 
que nosotros aún estamos contemplando gracias a lo que ellos nos legaron. Cada 
sevillano tiene alquilado su balcón del cielo desde donde tiene la certeza de la 
fe de que están viendo las cofradías la madre que le falta y que ya no le hace 
las mejores torrijas que se hacían en Sevilla; el padre que se fue con la túnica 
de la hermandad para la definitiva estación. En el balcón de la memoria de cada 
sevillano está la tía soltera que de niño lo llevaba al abono de las sillas; el 
amigo de la familia que lo sacó por vez primera a callejear en busca de las 
cofradías y que ni tenía que mirar la hoja del Programa del ABC, porque se sabía 
de memoria horarios e itinerarios, la nómina enterita.  
En esos balcones del cielo están los que nos marcaron el camino del sentimiento. 
Los artesanos y los artistas que hicieron grande la Semana Santa. Yo ahora, 
sevillano, hago que te fijes en ese balcón. Está Manuel Torre, que canta una 
saeta a la Esperanza desde el balcón de los Miura y La Encarnación se llena de 
pañuelos blancos. Y está Manolo Caracol, que le canta una promesa por seguiriyas 
al Gran Poder en la calle Conde de Barajas. Y está Juanito Valderrama, emigrante 
que le reza todas las cuentas de su rosario de coplas a Aquella Que Está en San 
Gil, "entre velas enrizás". Y está Pepe Valencia cantándole a las Angustias. Y La Niña de la Alfalfa, 
recordando al banco azul el supremo azul mandato constitucional de la Estrella 
de la Mañana. Y está Vallejo, con El Niño Gloria, y con La Niña de los Peines, 
que tus peines, Vírgenes de Sevilla, mata de pelo de la Esperanza, sí que son de 
azúcar. Y Juanita Reina canta en ese balcón la Plegaria Macarena que le compuso 
el maestro Quiroga. Que también está en ese balcón con Font de Anta, con López 
Farfán, con Gámez Laserna, con don Pedro Braña, con Lerate y con Pantión, 
mientras Antonio Machín, viendo salir su cofradía, ha transformado sus dos 
maracas cubanas en dos gardenias para Ti, sevillana Virgen de los Angelitos 
Negros.  
Y están en los balcones del cielo los que siguen retransmitiendo las entradas de 
las cofradías desde la radio de cretona: Manolo Bará, Filiberto Mira, Juan 
Bustos, Agustín Hepburn. Y los avances de la 
técnica que ha aportado un nazareno del Silencio llamado Luis Baquero nos 
permiten oír desde la calle hasta el chisporroteo de los ciriales y el verdadero 
"silencio, pueblo cristiano" que a una cruz de guía le sigue cantando Manuel 
Centeno con voz de placa de pizarra en la sintonía del programa "Saeta". 
 Y como 
la mejor representación de las hermandades en el Santo Entierro de la Ciudad que 
Nunca Murió y que sigue existiendo en el recuerdo de los que nos precedieron y 
engrandecieron las cofradías, desde esos balcones se ve pasar el cuerpo de 
nazarenos de la memoria: los que dedicaron su vida a hacer verdad este sueño que 
muchos sevillanos llevamos dentro y que llamamos Semana Santa; los que crearon 
el patrimonio inmaterial de sus ritos a lo largo de las generaciones. La 
cofradía de la nostalgia de una soñada Sevilla de plata, perfecta, medida, 
armónica como un palio juanmanuelino. Nadie sabe nunca cuánta vida, cuántas 
vidas hay en una cofradía que pasa, en cada plata o cada terciopelo de su tesoro 
procesional, en cada apellido ligado a una insignia. Cuántos tacos de lotería de 
Navidad hubo que colocar para pagar el dorado de este paso. Cuánto amor hay en 
esos casquillos de la Cruz que regaló aquel hermano que vivía en Madrid. Cuántos 
nombres queridos, de cuántas familias, van prendidos en las tandas de esa 
candelería, en esas caídas de palio, en el manto antiguo de la foto ya amarilla 
de la primera puntada en casa del bordador. En ese oro viejo, vuelve a brillar 
un hilo, un solo hilo de oro, recién cosido. Cuando el paso se aleja, ves 
brillar ese hilo único, acabadito de coser, en el ya viejo manto. En tu memoria, 
perdida entre la cal de la calle que lo ve irse, que no hay nada más hermoso que 
ver un palio alejarse, brilla más nueva cada año la primera puntada que aquella 
noche, cuando eras un niño, dio tu madre, con una aguja ensartada en oro, como 
el largo cabello de un ángel, en el terciopelo granate, tan viejo ya como tú, de 
este manto de Madre de Dios de la Palma. 
 
 
Costaleros y capataces en el Cielo  
 
Y cómo anda el paso de la memoria, cuánta Sevilla calza... Listero, déjame ver 
el cuadrante. Ahí van igualados, óle la gente güena, vamos a echarle casta: El 
Balilla, Hierro, Jiménez, Canela, Colino, Corneta, Palma, Reyes, Oliva, El 
Poeta, Cerezo, Vargas, Cangrejo, Candi, Pollero, Cerrojo, Cantaó, Tagua, Pileño, 
Lérida, Amores, Catrafa, Pingüino, Hipólito... Nobilísimos caballeros cubiertos 
ante el Rey de Jerusalén con la ropa de arpillera de los sacos del muelle. Y 
Pepe Portal sigue trayendo a su Cristo de la Salud desde un San Bernardo donde 
Antonio Filpo Rojas sigue proclamando que esta Difícil Ciudad de Sevilla es 
sencillamente Mariana. Y Juan Carlos Montes no se ha quitado la faja tras 
comprobar que, si se lleva al Cristo de las Aguas a su capilla del Rosario, la 
puerta que conduce más directamente al cielo es el Arco del Postigo. Donde 
Miguel Cid reescribe su copla concepcionista: 
 
Todo el mundo en general, 
de Campana a Catedral, 
por la carrera oficial, 
se venga a rezar conmigo, 
y responda cuando digo: 
"Pura y Limpia del Postigo... 
¡Sin pecado original!" 
 
Y con un fondo de bergantines que van para Veracruz y de goletas que vienen de 
Cádiz o de La Habana, qué más da, empernacado en su silla, junto a San Fernando, 
San Isidoro y San Leandro el de las yemas, allí, en la piedra del escudo del 
Postigo del Aceite, nos dice El Pali el palimpsesto de sus capataces en el 
cielo: 
 
¿De quién es esa cuadrilla 
que anda tan de Triana? 
La de Cristo San Gonzalo,  
que la manda Juan Vizcaya. 
 
¿De quién es esa cuadrilla  
que lleva a la Buena Muerte?  
Son los niños estudiantes 
con el Gordo Penitente. 
 
¿De quién es esa cuadrilla, 
Calvario y Presentación? 
Es la de Javier Fal Conde, 
y es su Patria, Reina y Dios. 
 
¿De quién es esa cuadrilla, 
gitanos, que entra en Campana? 
Es la de Domingo Rojas 
y El Moreno de la Plaza. 
 
¿De quién esa cuadrilla 
que trae a la Macarena? 
Pues ni lo sé ni me importa, 
llevando arriba a Quien lleva... 
¿Qué me importa a mi el dragón, 
ni quién toca el llamador 
si suena el golpe y camina 
por las calles de Sevilla 
La que es la Madre de Dios? 
 
 
 
Miércoles en coplas 
Todo va pasando tan rápidamente como un sueño, en esta larga metáfora de la vida 
del hombre que es la Semana Santa. El Domingo de Ramos fue como 
si Sevilla saliera 
de cuentas del largo embarazo de la Cuaresma. El día en que la ciudad nace. Por 
eso aquí celebramos tan poco la Navidad. ¿Qué mejor Navidad que el Domingo de 
Ramos? ¿Qué Nochebuena más buena que la Madrugada? Dios nace en el Belén de 
Sevilla y ángeles costaleros dan gloria a Dios en las alturas de las levantás. 
La Semana será tan fugaz como una vida. Y las coplas flamencas nos dirán sus 
verdades: 
 
Vaya puente y vaya luz... 
Sube desde San Bernardo 
el Cristo de la Salud. 
No le llames el puente 
de los bomberos, 
¿no ves que junto al Cristo 
viene un torero?  
Que de lirios le ha llenao 
Pepe Luis para su Cristo 
el cartucho de pescao.  
 
Virgen del Refugio, 
tus respiraderos 
tienen los remates, los machos y cabos 
de un vestío torero. 
 
Qué suerte tiene que ser 
ser cántaro de aguaor 
junto al Cristo de la Sed. 
 
Qué injusto siempre el destino: 
"Nadie habla de mi caballo",  
viene largando Longinos. 
Y dice en la Catedral: 
"No se la quiero pegá, 
pero si no se la pego, 
no es el Cristo la Lanzá..."  
 
Tallando al Cristo de Burgos, 
Vázquez el Viejo decía: 
"Si su nombre es de Castilla, 
éste será de Sevilla 
al pasar la Alcaicería." 
 
En la Ciudad de la Gracia 
siempre El Mudo de Santa Ana 
va con Las Siete Palabras. 
Esto es Sevilla:  
¡qué discursos da El Mudo 
con la manguilla! 
 
Vente, niña, al Arenal, 
pá saber cómo es Sevilla:  
se forma una cofradía 
en el patio de cuadrillas... 
y es la cosa más normal.  
 
En la plaza El Arenal, 
paseíllo de los tramos 
de Piedad y Caridad. 
 
Faltan los alguacillos: 
y en la plaza de los toros,  
los tramos del Baratillo. 
(Y El Pali por lo bajini 
va y me dice: "Ahora mismito 
le digo que baje al Quini.") 
 
En La Piedad de su muerte, 
Cristo en brazos de su Madre 
es Dios repartiendo suerte.  
 
Y en cuanto cruza el cancel,  
esa Caridad torera 
acaba con tó el papel. 
 
Cómo es Sevilla, chiquillo,  
éstas son cosas de aquí: 
porque a este paso misterio, 
A esto que vale un imperio, 
me lo llaman Baratillo...  
¡Será pá no presumí! 
 
Pasando los Panaeros 
por la calle Tetuán 
vareaban el olivo, 
qué fuerza, las levantás. 
 
Su clavel encendío, 
Virgen de Regla, 
te reza por Rocío, 
que es de tu tierra. 
Que en Chipiona 
se rompió ya a tus plantas 
como una ola. 
 
Capilla Los Panaeros, 
mañana ya es Jueves Santo. 
¡Qué poco dura lo bueno! 
 
 
La Semana Santa de arte mayor  
Nunca podemos creer ni que todo pase tan pronto, ni que sea verdad tanta 
belleza. ¡Lo que estará en la calle esta tarde! ¡Pues anda que esta noche! ¿Y 
mañana Viernes? Como los años se te pasan volando, se van estos días grandes, y 
se te viene la vida encima, de golpe. Muerte del Señor aparte, son días de luto 
y de tristeza... porque esto se está empezando a acabar. ¿Qué día de toda la 
Semana pasa más pronto que la tarde del Jueves Santo?  
Porque llega ese momento de ilusión, de nervios, de cansancio, en que las 
últimas peinas del Jueves Santo se cruzan con los primeros abrigos de la 
Madrugada. ¡Ya hay gente en las sillas esperando! Sigues sin creerte la belleza 
de lo acabas de ver. La que conmovió al poeta Rafael de León en el abono de su 
silla en una calle Sierpes de mantillas con peinas bajas, vagones de arvellanas 
y clarines de la Caballería del Brigada Rafael, cuando en el jardín de papel de 
su genialidad improvisó la saeta: 
 
Pasión le llama Sevilla  
y es de Pasión un clavel. 
Hinca, hermano, la rodilla 
ante esta maravilla 
de Martínez Montañés. 
 
No puede ser verdad tanta belleza grande y antigua del Jueves, arrebujada en los 
bullones del manto de la Virgen del Rosario. No te crees lo que estás viendo, ni 
lo que ha de venir. ¡Esto sí que es ya la Semana Santa de Arte Mayor, el palio 
de la Virgen de la Victoria, el chirrido de vencejo del gozne del Descendimiento 
del Cristo de la Quinta Angustia! La Semana Santa soñada, existe. Callarse, que 
me parece que se oyen los tambores de la Centuria a lo lejos, mientras la 
perfección de la Virgen del Valle va a entrar, ojos verdes como la albahaca, en 
la antigua iglesia de la Compañía... 
 
 
La Bética derrota a Roma  
 
Julio César, cuando conquistó las Galias, no traía tanta tamborería, ran, 
cataplán, ni tantas plumas como traen por la calle Capuchinas, llenando de 
viejas trompeterías los balcones de geranios. Vienen conquistando Sevilla, ran, 
cataplán, el pasito quedo y arrastrado, compás de paseíllo torero mientras 
suenan las notas de "Abelardo", la alegría en la cara.  
Salieron muy temprano de junto a las murallas romanas. Dicen que son pescaderos 
de la Encarnación; que aquel de la escolta tiene un puesto de recova en la plaza 
de la Feria. Dicen que salen sólo hoy, cuando a la tarde todos los azogues de 
todos los viejos espejos de San Gil y Omnium Sanctorum se llenan de plumas y 
corazas. No creáis a quienes tal dicen. Son de verdad soldados de Roma. Al 
capitán que los manda lo dejó aquí Julio César para que le cuidara el cortijo, 
una vez que cercó la ciudad de muros y torres altas donde hoy pudieran resonar 
sus tambores, agitarse sus plumas, en el pasito torero que traen, ran, cataplán. 
Ved sus caras. Tienen el perfil de mármol de los viejos patricios de la Bética. 
Hoy se han tomado un día de asuntos propios en Itálica y se han venido a salir 
de armaos. Y ya llegan a San Lorenzo. Julio César, cuando conquistó la Galia, no 
traía tanta imperial tamborería. Ya ha cambiado el compás de los tambores. Ya no 
suena a paseo militar. Tocan lentos, y lento se les hace el paso. Vedlos avanzar 
hacia la casa del Señor, como en un salmo. Las puertas están abiertas. La Bética 
siempre le abre las puertas a Roma: para que se nos quede. Dentro hay otra 
Sevilla. Hay un Hombre de Dolor. Y una escolta que hace como que lo defiende de 
los dioses de Roma. Doce, quince altos nazarenos con la túnica negra, como 
estatuas. Y los tambores siguen sonando. Arrastran ya los pies alados estos 
Mercurios sobre el mármol de las promesas. Ya resuenan los tambores bajo la 
bóveda. Ya están los altos capirotes más esculpidos, más pintados que nunca. A 
pasito quedo, de paseíllo, ran, cataplán, la Roma clásica pasa ante el Barroco. 
Y algo tiene que ocurrir, algo de batalla hay en San Lorenzo esta noche. Porque 
los altivos soldados macarenos que tan pintureros entraron, ran, cataplán, 
llorando salen. El tambor sigue sonando, compás en las plumas, arte en el paso, 
pero traen los ojos vidriados. Hombres como trinquetes se emocionan al ver al 
Señor, escoltado de sus leales canastillas. Dos Sevillas frente a frente.  
Nunca hubo, nunca, en la Bética batalla tan incruenta como esta noche en San 
Lorenzo. Julio César nunca trajo, ran, cataplán, tanta tamborería. Hoy se sabe 
que Roma pierde. Hoy, de San Lorenzo, las viejas cabezas romanas del mármol de 
Itálica salen con una lágrima en los ojos. Constatada su derrota, de nuevo 
vuelven a las murallas de la Macarena para rendirse nuevamente ante la Madre que 
parió Al Que hace llorar a las legiones de Roma. 
 
El Ángelus loco  
Y se oye el Silencio. El Silencio se ve. En un mundo que silencia a Dios, 
Sevilla oye su Silencio, cuando lo ve avanzar abrazando su Cruz de Jerusalén. La 
lleva al revés que los otros Nazarenos. Y es que el Nazareno del Silencio 
escribe derecho con los renglones torcidos de Dios. Un primitivo nazareno lleva 
la desnuda espada del más caballeresco lance de amor que hubo en la Sevilla que 
fue Puerto y Puerta de las Indias; un duelo a última sangre para defender el 
honor inmaculado de la Virgen de la Concepción, para la que Murillo estaba 
inventado el color de estos cielos, para cuando termine la Madrugada del 
Silencio. La Madrugada ocre del Cristo que le presta su nombre al Calvario donde 
murió por Sevilla. Y en la dual ciudad barroca, frente a los negros silencios de 
esparto, la madrugada de los aplausos de terciopelos verdes y morados. Madrugada 
de los relojes locos. Y en esta Sevilla donde los seises son diez, el Pasmo de 
Triana nació en la calle Feria y en la calle Betis el torero de una Alameda que 
multiplica a Hércules por dos, cuando llega esta noche, el Angelus se reza a la 
1 de la Madrugada: "El ángel del Señor anunció a María"... Y el ángel es un 
niñato en lo alto de un contenedor de basura, que en el Altozano o en la 
Resolana se transforma como si lo pintara Fra Angelico y le anuncia a la Virgen 
que es la Llena de Gracia, Se lo dice en latín de la Bética: "¡Guapa!". Y la 
bulla lo traduce, toreramente, por un óle. ¡Óle lo bien que está cuajando Cristo 
la faena de la Redención! Hasta San Pedro, en una plaza que es como la de La 
Algaba, en la Plaza de los Carros, se ha adelantado en el Huerto de Montensión. 
Le ha juntado las manos a un romano y le ha cortado la oreja, porque en 
Jerusalén (como no era Sevilla, aunque se le pareciera) bastaba con la orejita 
de un romano escaso de romana para salir, como salió el Cristo de la 
Misericordia del Baratillo, a hombros de los brazos de la Virgen de la Piedad, 
por la Puerta del Príncipe de la Salvación. 
 
Los óles de la Madrugada 
 
La saeta cambia el tercio 
con el óle de la plaza.  
Y Sevilla en ese óle,  
señores, es que lo clava.  
El hoyo de las agujas 
es la plaza que se calla 
cuando tiene que callarse:  
arte del silencio llaman.  
Voz del pueblo, voz del cielo;  
y el óle, bulla que habla.  
 
Ese óle es el amén 
que aquí nos sale del alma. 
Dicen que cuando los moros 
el óle significaba 
exactamente «por Dios», 
y que en árabe era «wallah», 
el de aquel Tejar del Moro 
que enladrilló la Giralda. 
Sabe coger mi Sevilla 
lo mejor de cada casa:  
de Roma coge un armao  
y a Muza le pide el «wallah»  
para poderlo gritar 
a la Centuria que pasa: 
¡Óle los armaos guapos! 
¡Óle la escolta y la banda!  
¡Óle el pájaro de Roma 
que nunca el vuelo levanta  
y que tiene en el Senatus  
la más imperial alcándara! 
¡Óle y óle la gandinga 
de la gente de la plaza  
que va escoltando al Sentencia, 
Emperador de corazas,  
cuya Sentencia que recurren 
escritos con plumas blancas!  
 
Y nada digo, señores,  
si el óle suena en Triana... 
Que lo digo de verdad,  
que no naquero de ojana... 
En cada saeta nueva 
el óle se desparrama  
del Zurraque al Altozano,  
desde Santa Ana a la Cava.  
Aquí Triana descorcha,  
qué noche buena, sus Cavas: 
la Cava de los Gitanos 
con el Caballo cabalga;  
la Cava de los Civiles 
trae flores de sus ventanas 
a ponerlas en un palio  
que como goleta avanza. 
¡Óle, óle esa cuadrilla! 
¡Óle, óle, así se anda!  
Y en llegando al Altozano 
óle le dice la estatua 
de Belmonte, que a la noche 
la para, la templa y manda.  
El izquierdo por delante 
lleva el Caballo en su carga, 
carga de caballería 
que va a tomar La Campana.  
Y allí en la confitería,  
tan antigua y tan romántica, 
cuando lo ven los pestiños,  
de miel se les caen dos lágrimas.  
 
Y en llegando los Gitanos, 
loca la brújula acaba 
conforme avanza esta noche 
de cofradías de capa. 
Porque un óle calorró 
suena junto a otra muralla.  
Es que ha tocado un martillo, 
como si un cante cantara,  
y el Señor de la Salud  
en su paso se alevanta.  
Ya empieza a vender la cal 
que blanquea la mañana.  
Vestido de casamiento,  
con pasadores de plata,  
se va romper la camisa 
con la gente de su raza. 
Y por eso dicen óle  
con compás que nadie iguala.  
Canta Manolo Mairena 
la saeta más amarga 
que sabe a clavo y canela,  
a las más ilustres casas: 
la Casa de los Montoya 
y la casa de los Vargas;  
la Casa de los Ortega 
y la Casa de los Alba. 
Cuya Casa de las Dueñas  
los que venden cal encalan.  
Pinta sus armas la sombra 
del Señor en la fachada 
y dice que los Gitanos  
son también grandes de España. 
 
En la inmensa soledad de la bulla 
 
Y la memoria, No hay una sola Semana Santa. Hay tantas como sevillanos salen a 
ver las cofradías. Días de encuentro con Dios en la inmensa soledad de la bulla. 
Nunca se está más solo que soñando los propios recuerdos en una calle llena de 
gente para ver pasar esa cofradía que es parte de tu propia vida.  
  
En esta madrugada de siglos de concordia,  
antes que los vencejos vengan quebrando albores 
de capirotes verdes de terciopelo antiguo,  
aún no sé por qué Arco o esquina de mi barrio,  
antes que la zancada del paso racheado 
le dé un andar de Hombre al que todo lo puede, 
antes de que la noche se mire en un espejo 
de negros capirotes y ceras de tinieblas, 
vendrán rompiendo el tiempo con esa cruz de guía 
dos faroles sin fecha que me sé de memoria.  
 
Esta noche, maestro, su farol en la calle, 
dirán los aprendices que llegaron de seises 
a aprender de tu oficio de aguja y jaboncillo.  
Eras joven, tenías un taller de alfayate 
y un amor de oficiala que te enhebró su vida. 
Te llamaban maestro, lo eras de tu gremio 
y también de la vida, de llamarle Sevilla 
al gozo y la alegría de tu puro en los toros.  
 
Yo sé por qué salías, tu farol en la mano,  
como antes el cirio del tramo del Senatus,  
hasta alcanzar la gloria de pareja nombrada 
o un primor de plateros en un altar de insignias.  
Perdona que revele la promesa que hiciste,  
cuando yo me moría y fuiste a San Lorenzo 
a pedirle al Cisquero, al que todo lo puede,  
que aún no me llevara y hoy pudiera aquí hablarte.  
Por eso cada noche que de casa salías  
con la túnica negra y el largo capirote,  
el camino más corto para tus pies descalzos 
era el largo camino de dudas que ahora piso. 
 
En esta madrugada yo sé que voy a verte,  
maestro, nazareno de promesa, descalzo.  
Esta noche presiento que voy a ver tu mano 
llevando luz sin tiempo junto a una cruz de guía. 
Esa mano visueña que la reconocía 
en cada madrugada por el signo indeleble 
del callo del trabajo de aguja y de tijera. 
 
Calla, calla, ya vienen. Castelar está a oscuras. 
La Puerta que cruzaste tantas tardes de toros  
se ilumina de cera, Arenal en silencio.  
Si Mar es esta calle, es mar de capirotes.  
Y ahora doblan la esquina de botica y quincalla,  
que les va abriendo paso aquella cruz de guía.  
Y vienen los faroles. El tuyo lo conozco.  
No conozco otra cosa que la luz de su plata, 
en esta madrugada que es la misma de entonces. 
 
La mano que lo lleva es tu mano, que has vuelto.  
Yo sé que no te fuiste una noche de junio 
que San Pedro lloraba en cornetas de lágrimas.  
Sé que sencillamente ibas a San Lorenzo 
a sacar para siempre papeleta de sitio 
para darle las gracias en persona al Cisquero,  
en esa cortesía con que aún te recuerdan,  
ay, maestro alfayate que me diste la vida. 
 
Perdona que no mire tu farol cuando pase.  
Sé que vas a decirme adiós con esa mano 
de callo y de tijera con que llevas la plata 
de la luz de Sevilla, farol de cruz de guía.  
  
 
El gozo de la fugacidad  
                  
                    
                       - Y a Ti, La Que está en San Gil,
 
junto al Arco y la Muralla, 
junto a donde el mismo César 
te dejó a un armao de guardia, 
cuando tengo que nombrarte, 
me faltan ya las palabras. 
Te iba a decir azucena, 
iba a decirte espadaña, 
iba a decirte repique, 
iba a decirte campana. 
Te iba decir buganvilla, 
te iba a decir jacaranda, 
te iba a decir magnolia, 
¿habrá flor más sevillana? 
Te iba a decir jazmín, 
y te iba a decir acacia, 
nardo pensaba decirte 
con yerbabuena y albahaca 
de los verdes terciopelos 
y el merino de las capas, 
San Basilio en el recuerdo 
de una columna entre llamas. 
Te iba a decir primavera, 
te iba a decir Madrugada, 
noche pensaba decirte 
y te iba a decir alba; 
te iba decir luz divina 
con la carita cansada... 
Así pensaba decirte, 
resplandor de la mañana. 
Te iba a decir blanca toca 
en el zaguán de Sor Angela, 
Salve Regina en Alcázares  
junto a San Juan de la Palma, 
te iba a decir calle Feria, 
te iba a decir calle Parras, 
te iba a decir Escoberos, 
pensaba decirte lágrima, 
iba a decirte sonrisa, 
fugaz belleza que pasa, 
relámpago de dulzura, 
Gioconda divinizada. 
Iba a decirte perfil 
y leyenda de una mancha. 
Yo te iba a decir huerta, 
y te iba a decir plaza,  
te iba a decir Callejones, 
y te iba a decir Gracia, 
o quizá sencillamente 
iba yo a decirte: "¡Guapa!" 
Iba a mirarte... y no puedo: 
¿quién te aguanta esa mirada? 
Que no se puede aguantar 
la belleza de tu cara... 
Como todo te lo han dicho, 
mi silencio es el que habla, 
pues verás, Niña del Arco, 
que hay un nudo en mi garganta. 
Y sólo digo tu nombre, 
ése que todo lo alcanza, 
como te nombra Sevilla, 
como tu barrio te llama, 
como un viejo macareno: 
¡mi Virgen de la Esperanza! 
 
Sevilla se arrodilla con Triana  
 
Nadie se pone de acuerdo 
en dónde empieza Triana.  
Las fronteras invisibles 
que no vienen en los mapas  
cuando se ven claramente 
es el Viernes, de mañana,  
cuando ha vivido Sevilla 
su ritual Madrugada 
y con las claras del día 
se ven las cosas tan claras. 
 
Que en el Arco del Postigo, 
en donde estaba la plaza,  
Sevilla es ya trianera  
y Arfe es la calle Larga,  
y Altozano el Arenal  
cuando en la abierta mañana 
anuncia una cruz de guía 
con bocinas plateadas 
y faroles marineros: 
"¡Ahí viene ya la Esperanza!".  
Bajando del Alfolí,  
un Caballo abriendo plaza 
y un Señor que cae en la tierra, 
en la tierra sevillana,  
para que Sevilla vea 
que Triana lo levanta.  
Las Tres Caídas de Cristo 
en cuatro zancos la alzan.  
Almirantazgo en cornetas,  
gorras y guerreras blancas 
con los tambores que rufan 
y al mundo entero proclaman 
que las calles del Postigo 
se han hecho Arrabal y Guarda. 
 
 
Y ahora llega a la capilla 
del Arco de la muralla 
una Virgen bajo un palio 
que es bergantín o fragata,  
bamboleo marinero 
en los escudos del ancla.  
El cristal de la cancela 
es espejo que proclama 
ese dogma de Sevilla  
que hizo arrodillarse a un Papa: 
aquí está la Pura y Limpia, 
del Postigo la Esperanza,  
que Inmaculada en Sevilla  
y Pureza es en Triana.  
Y se repite en las flores,  
y se repite en la gracia,  
se repite en la belleza 
tan morena de su cara. 
Puso Fernando Morillo 
encajes en oleada,  
tal como canta su Salve, 
una brisa de bonanza,  
con el fajín de almirante 
de un Rey marino de España, 
que en Triana a la Purísima 
como Esperanza proclaman,  
por eso en calle Pureza 
tiene su cuna y su casa. 
 
Y ya desde aquí hasta el puente,  
puertas del sol de su plaza,  
el Arenal sabe a barbo,  
sabe a verdes avellanas,  
a sábalos en adobo 
y a Catedral de Santa Ana.  
Calle Adriano adelante,  
en el Pópulo la paran.  
Suena la vieja saeta  
que recuerda la cerámica, 
de los presos tras las rejas,  
la que escuchó Font de Anta.  
"Soleá dame la mano", 
dame la mano, Triana, 
choca esos cinco, Arenal, 
que el Viernes por la mañana,  
tú dejas de ser Sevilla,  
y sueñas con ser la Cava,  
cuando viene la que es Reina 
del río y la mar en calma: 
se secó el Guadalquivir 
con la emoción de las lágrimas.  
Que traen las aguas del río  
los cantes de la Velada: 
"Qué bonita está Triana 
cuando le pones al puente 
tu bandera, Capitana".  
Y no hay puente ni Altozano,  
que no hay más puente de barcas 
que el que nos lleva hasta el cielo 
rezándole a la Esperanza 
esa Salve marinera 
que huele a alfar, suena a fragua: 
"Dios te salve, Pura y Limpia,  
Reina, Madre y Capitana 
del Arenal, que Sevilla 
se arrodilla con Triana". 
 
 
Barco carretero para la Galeona de la Luz 
 
La ciudad aún duerme tras la larga Madrugada. Sevilla es el único lugar del 
mundo donde hay una Madrugada que termina a las 2 de la tarde. Roma da la hora 
sexta en la campanita del Baratillo. Del Aljarafe le llega al barrio del Arenal 
un sol torero. Sol de oro perulero en el muelle de la Carrera de Indias. De 
pronto se abren las puertas de la capilla de los Toneleros. En el momento 
exacto, va saliendo a la vida la Pasión y Muerte del misterio más completo. Casi 
se da de cara con los balcones con recuerdos de Galerín, de los Contreras, de 
los viejos almacenes de efectos navales, de la vara de diputado mayor de 
gobierno de Juan Castro. Como si fuese la vez primera que ocurriera, la 
hermandad nace como cofradía en la calle, túnicas de antiguo terciopelo azul 
como de Corte Chica de San Telmo, Cruz de Santiago y lises de los Montpensier, 
negros guantes de piel. Tiene algo de parto la salida. Meses de gestación dan 
este fruto de amor. Si se ve, es por el esfuerzo en los cuellos, en las cinturas 
fajadas, en el dramático quejío de la hojarasca de la madera del canasto que 
estiba el dorado cabo marinero: ¡Más a tierra esa trasera! 
Ves zarpar tu querido barco de caoba, el galeón de sueños que suelta las amarras 
de su dorado calabrote, en el que un Divino Embarcado, el Señor de la Salud, se 
está siempre yendo para la calle de la Mar, que es el morir. En un abrir y 
cerrar de ojos se obra un año más el milagro de lo imposible. El paso sale. ¿Lo 
saca el capataz o un práctico del muelle, en este Arenal tan ribereño que aquí 
al lado mismo, como en Sanlúcar, está la Virgen de la Caridad? 
La capilla, tramo a tramo, insignia a insignia, se ha ido quedando vacía. Alma 
sin cuerpo de nazarenos de Cristo. Ya salen los de la Virgen. Y como una metáfora 
de la vida, cuando te das cuenta está en la puerta lo que anuncia el principio 
del final: el estandarte. Y pensando en la brevedad de la vida o de la salida de 
la cofradía estás cuando oyes el golpe del llamador. Ya está cuadrado con la 
puerta el palio armonioso de esa divina Señorita Consignataria del barrio de los 
cargadores de Indias, la Virgen del Mayor Dolor, pidiendo un García Ramos que 
venga a pintar su trasera con el manto de las Antúnez. Silencio en una calle de 
corbatas negras de los que ya no están, pero sí están: de Luis Rodríguez Caso, 
de Juan Moya. Y un silencio de mármol, cuando la voz del capataz resuena por 
retablos y azoteas: ¡Más a tierra esa trasera! Varal a varal, el palio sale. 
Suenan fuera las palmas y la Marcha Real. Y con la misma exactitud con que se 
abrieron, "in ictu oculi", se cierran las puertas por donde salió la cofradía. 
Por donde El Arenal la parió, alumbró de cera a la Luz misma de esta Virgen de 
la Luz que, Galeona de la calle Varflora en su barco de recuerdos, ya va ganando 
el barlovento de la tarde por el Compás de la Laguna. 
Has visto antes, cerca de aquí, en la calle Bayona, en casa de tus padres, este 
interior de capilla vacía de donde se ha ido la cofradía. ¿Acaba de salir o se 
la acaban de llevar? El quejío de la caoba de la canastilla yéndose tiene mucho 
de caja mortuoria que se llevan. Las garras de bronce se aferran con los zancos 
al tiempo que queremos detener. Este interior vacío, sin el calor de la 
cofradía, tiene mucho de casa de donde se acaban de llevar para siempre, ya 
muerto, a alguien querido. Todo, como en la casa de donde se llevaron a tu 
madre, a tu padre, es el memorial de una ausencia reciente. Aquí estuvo el altar 
de insignias en la gloria de la mañana. Aquí, en estos mármoles, los dos pasos 
con los mejores recuerdos de tantas familias del barrio. Hace la eternidad de un 
instante estaba la cofradía aquí, entera, llena de vida y ahora... Y ahora, 
ya... Suena fuera, lejos, la marcha de palio, con un aire funeral, por la 
Esquina del Negro, cerradas las puertas de la capilla vacía. Alguien muy querido 
se le ha ido al barrio: la cofradía. Pero nunca para siempre. Metáfora de la fe, 
a la noche vendrá la resurrección, cuando todo en la capilla ahora vacía vuelva 
a la vida tras la Pasión y Muerte del Cristo de la Salud, con la cofradía que 
entra, saetas a la Virgen del Mayor Dolor que se nos clavan, yayayay que sangra 
un ay, en la luminosa herida de la tarde. Hasta el año que viene si Tú 
quieres... "antes que el tiempo muera en nuestros brazos". 
Y en el aire sereno del señorial terciopelo azul del barrio, "vestido de 
hermosura y luz no usada", queda la copla que sale del serrín de una taberna...
 
 
A este Arenal marinero 
envidia das, costalero, 
que llevas muerto en la Cruz 
al Cristo de la Salud, 
y en la amura de un costero 
a la Virgen de la Luz, 
¡óle el barco carretero! 
 
 
El muñidor de Valdés Leal  
 
Viene por la calle Dueñas, en el anochecer, la cruz de manguilla, y delante 
suena, lastimera, antigua, tristona como el día, la campanilla del muñidor de la 
Mortaja.  
Sevilla le da a Dios el rito de sus entierros. La Mortaja tiene mucho de 
entierro de la Caridad, de escudo de su hermandad: Sevilla fue un corazón en 
llamas que alzó una Cruz. ¿Pero es sólo a Cristo al que entierra Sevilla este 
atardecer, cuando la Mortaja viene por Dueñas? ¿No está enterrando acaso la 
propia alegría de la Semana Santa? Suena la campanilla del muñidor y nos anuncia 
que "Sic transit gloria mundi"... y para nosotros no hay más mundo que Sevilla. 
Yo ahora tomo los pinceles de Valdés Leal y con palabras pinto el cuadro de la 
brevedad de la vida. Del racheo que descendía a Cristo ante la Virgen sin 
lágrimas de la Quinta Angustia, ¿qué se hizo? ¿Por qué rampa de plata se nos fue 
el Señor de Pasión, el Dios de la madera, ese Nazareno que nació teniendo madera 
de Dios? ¿Dónde están las aguas del río que miraban pasar a la Virgen del 
Patrocinio? Secas están las flores rosas de los ojos verdes de la Virgen del 
Valle. ¿Dónde está el atardecer en que expiró El Cachorro al faltarle el aire de 
Triana? De aquella perfección regia del palio de la Virgen de la Victoria, ¿qué 
se hizo? ¿En qué marismas azules de la Redención está ahora la Virgen del Rocío? 
¿En qué flota de la Carrera de Indias, fe de ida y vuelta, como una guajira, se 
nos volvió a la Nueva España del Postigo la Guadalupana de la calle Dos de Mayo? 
¿En qué Costanilla quedan las huellas de la Domus Aurea de las Tres Caídas del 
Señor? ¿A qué confín ha llegado ya el Buen Viaje del Cristo que salió por la 
ojiva de San Esteban? ¿Dónde el Amparo de una Virgen con la Gracia de la saya 
hecha con el vestido de un torero de Camas que es la gracia misma de Sevilla? El 
reloj de la copla le presta sus tientos a tu tristeza: 
Viene La Mortaja, suena el muñidor, 
y el tiempo me clava como dos puñales 
sus dos campanillas en el corazón. 
Ahora es cuando te convences de la fugacidad del tiempo, de la vida. Que la 
Pasión y Muerte del Señor es tu propia pasión por Sevilla, encaminada hacia la 
muerte. Montserrat, con su manto isabelino de leones y castillos ha hecho Corte 
romántica de los palcos y ya ha entrado, rotos los relojes y los cuerpos, porque 
el Cristo de la Conversión nos ha dicho: "Esta semana has estado conmigo en el 
paraíso que llamamos Sevilla"... Cuando nos damos cuenta, metáfora de la vida, 
es ya Sábado Santo y estamos delante del paso de la Canina.  
Y en la tarde que también muere como ha muerto el Señor, como va muriendo la 
propia Semana Santa, la Giralda, que se pone de luto en los azulejos negros de 
Hernán Ruiz, seguirá proclamando: "Turris Fortissima Nomen Domini": "La Torre 
Más Fuerte es el Nombre del Señor"... al que en Sevilla llamamos Gran Poder. Y 
sobre ese cielo de tristeza, el recuerdo de los días del gozo sigue pregonando 
en la torre mayor el proverbio escrito en el libro del alma de la ciudad que 
tiene por símbolo a la Fe Vencedora, a la que se le queda para siempre en la 
mano la palma que estrenó el Domingo de Ramos, y que ahora escuchamos, "entre 
las azucenas olvidado", como una copla de seises, en su repique de gloria de la 
Resurrección:  
 
La Torre dice: "Miradme... 
Si me veis como un portento 
en este azul de la tarde, 
es que proclamo a los vientos 
la verdad de que El Más Fuerte 
es El que está en San Lorenzo, 
Aquel que venció a la Muerte". 
Y les juro que pá mí, 
con tu palma en el cuadril, 
eres tú, Giralda bella,  
Pura y Limpia, eres aquella... 
¡Aquella que Está en San Gil! 
Y el gozo que me enajena: 
ay, si el cielo de Sevilla 
tuviera en la Giraldilla,  
                    
                    
                       - en vez de la Vieja Dama,
 
                      tu carita macarena 
                    
                    
                       - del Viernes por la mañana...
 
 
 
                      He dicho...y ustedes me dirán qué se debe aquí. 
                    
                   
 
             
  
    
 Correo 
     
   
El autor ha cedido las regalías de la primera edición a la Pontificia y Real
Archicofradía 
de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Salud, María Santísima de la Luz en el 
Sagrado Misterio de sus Tres Necesidades al pie de la Santa Cruz, Gloriosa 
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, San Francisco de Paula y Nuestra 
Señora del Mayor Dolor en su Soledad, establecida en su capilla propia de la
Carretería, 
antigua de los Toneleros de Sevilla, para que destine sus beneficios económicos 
a los fines que su Mesa de Oficiales estime más convenientes para mayor honra y 
gloria de Dios y de su Madre en su barrio del Arenal.   
© Antonio Burgos   
                  © Arco del Postigo S.L., 2008 
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares 
del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la 
reproducción total o parcial de esta obra por cualquier método o procedimiento, 
comprendidos la reprografía y cualquier tipo de tratamiento informático, 
incluido Internet .  
  
  
  
  
 
                
        
        "Folklore de 
        las cofradías de Sevilla" 
Diccionario
secreto de la Semana Santa  
 "Guía apasionada de la Semana Santa"  
                
            
            
              
            | Para buscar dentro de El
            RedCuadro  | 
               
              
            | 
             | 
               
              
      |   | 
               
              
                |   | 
               
             
            
            
             |