ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


María, aquí no hay espías

No sé si fue el viento o el cielo nublado color Carnaval, pero la mañana me trajo una copla, mientras las radios relataban el tebeo de Mortadelo y Filemón del espionaje mutuo dentro del PP de Madrid. La copla llegaba desde Cádiz, naturalmente, donde anoche comenzó el concurso de agrupaciones en el teatro Falla, en el que un Carnaval más deseo fervientemente que gane la comparsa de mi compadre Antonio Martín, que este año se llama «La mare que me parió». El cuplé carnavalesco decía así:

Ay, PP de Andalucía,
vaya mierda de PP,
no tiene, por no tener,
carnes mías, ni un espía
espiando a Don Javier.

Como lo de «vaya, aquí no hay playa», «María, aquí no hay espías». Y ya saben, esto es como Kodak y las vacaciones: autonomía sin espías ni es autonomía ni es ná.

— Pero aquí en Sevilla ya hubo espías, ¿no se acuerda usted del escándalo de las cajas de ahorros?

Sí, pero eran simples mortadelos y filemones de Chaves, sin interés ninguno, aunque luego los hicieran alcaldes y todo. Lo bonito de los espías son las escuchas, los pinchazos, los seguimientos, las bolsas blancas y una mijita de mala leche con Cartagena de Indias dentro del propio partido. Y aquí no hay más espías que los de la SGAE yendo por los cortijos donde se celebran bodas, para ver si en el baile nupcial la orquesta toca «Paquito el Chocolatero» o no toca «Paquito el Chocolatero», y qué discos pincha luego el disyoqui que ha llevado el novio.

Por nuestro secular atraso y subdesarrollo en materia de espías nos estamos perdiendo apasionantes aventuras del conocimiento. Nada habría más cautivador que una guerra de espías dentro del PSOE del Ayuntamiento. ¿Se imaginan a los espías de Viera (o Viese) haciendo el seguimiento de los alfredistas? Y, a su vez, los espías de Monteseirín pisando los talones a Viera. Es que estoy viendo a los espías del alcalde detrás de Carrillo, y llamando por el zapatófono a Don Alfredo para darle la novedad:

—¡Atención, atención! En este momento está dando una conferencia sobre meditación transcendental. ¡Corto y cambio!

Y los espías de Viera, a su vez, siguiendo a los más conspicuos del sector alfredista, hablando así muy bajito, como los de El Llamador de Canal Sur cuando están retransmitiendo la entrada de La Mortaja:

—En este momento se bajan del coche oficial y entran en Jaylu. ¡Pincelada a la vista! Seguiremos informando, si es de bogavante o de gamba blanca.

Y en el PP, ni te cuento. Si existieran facciones como en Madrid y no hubiera tanto miedo a llevar la contraria a Don Javier para no correr el riesgo de ser pimentelizado o amaliagomezado, los espías de los unos contra los otros contarían historias divertidísimas. Por ejemplo, los contrarios a Zoido le echarían un par de espías. Y como al otro de Madrid lo seguían cuando iba de picos pardos a Cartagena de Indias, a Zoido lo controlarían cuando fuera a Bellavista a poner un banco o a Bami a apretar una bombilla fundida, asuntos que son siete mil veces más interesantes que los de Cartagena de Indias, dónde va a parar. Y luego, ese toque de generala desde la barriada de El Gordillo:

—¡Atención, atención todos los agentes, que se ha montado en un quad con uno de la asociación de vecinos y está haciendo lo de siempre!

—¿El qué?

—¿Qué va a ser? ¡Meterse hasta en los charcos, joé!

Aunque nada como el seguimiento que los espías del sector crítico le podrían hacer a Arenas. De momento iban a tener que estar todo el santo día en Almería, que es donde Arenas se pasa la vida. Así que sigan imaginando el zapatófono y el espía hablando tan bajito como Antonio Cattoni en La Mortaja:

—¡Atención, atención, que ahora le da un abrazo y le dice «campeón»! Y, ojo, arrabátate, Catalina, que ahora viene lo bueno. Según puedo escuchar, en este mismo instante... ¡está quedando a comer con él!

Si no hay espías dentro del PP es porque los pobres iban a perder la cuenta de la de gente con las que Javier Arenas quedaba para comer.

 

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