ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Félix colgó la aguja

Si escribo Félix Gallardo Romero, nadie sabe quién es. Pero si pongo su nombre en la etiqueta de un traje de chaqueta o de un camisero de buena seda bien cortado y excelentemente cosido, «Félix Costura», ya tenemos el retrato de época de este sastre de señora que se acaba de retirar y que ha colgado la aguja que le cosió a tantas novias.

Félix pertenece a una época sartorial en que los maestros no se sentían artistas, sino honestos y dignos artesanos. No iban por Sevilla de modistos geniales, sino nada más y nada menos que de maestros de un taller de costura. Por un lado estaban las costureras que iban a las casas o cosían para la calle; estaban las modistas; y por otro lado, estos sastres con todo el saber del oficio, cuando gracias a Dios no se conocía la palabra diseño y en cambio dominaban la perfección en la mesa de corte, en el taller y en el probador. Pintar un vestido precioso lo pinta cualquiera. Es cuestión de papel y lápiz. Pero patronearlo, cortarlo, coserlo, probarlo, terminarlo y que caiga bien es otra cosa. Saber.Oficio. Arte. Arte sartorial. Aunque los que dominaban este oficio nunca fueran pidiendo la alfombra roja de artistas ni anduvieran dando la vida por salir en la tele o en las revistas etiquetados como diseñadores.

Félix, aunque es tan Sevilla, no es de aquí. Félix nació en 1931 en Nerva, ese trozo de Huelva que aquí conocemos por el título de un pasodoble torero. Félix es hijo de un maestro nacional y de un ama de casa que nunca comprendieron la extraña vocación del chaval: la costura, dignísimo oficio que habría de unir a su nombre en las etiquetas que ya son historia del vestido en Sevilla. Le costó mucho trabajo a Félix convencer a sus padres para que le dejaran venirse a Sevilla para trabajar en su afición. En 1945, con 14 años, Félix entra de aprendiz en el taller de don Jerónimo Cerezal, el gran sastre de señoras. Empezó, pues, como ahora no se comienza: por abajo, conociendo todas las entretelas del oficio, deshilvanando prendas después de las pruebas, hasta que dominó todos los secretos del taller. Gran lección de humildad la de aquellos aprendices, que empezaban por reconocer a un maestro y por estudiar con unas oficialas, antes de proclamarse genios, como ahora hacen todos los osados que quieren empezar sentando plaza de Balenciaga o poco menos.

Sólo después de estar más de diez años en la Casa Cerezal aprendiendo el oficio se independizó Félix y abrió taller propio en 1955, en la calle García de Vinuesa. En la Sevilla de María Repiso, de Maruja Baena, de los trajes de flamenca de las Pardales, Félix logró pronto, con las solas armas del trabajo, el prestigio de un nombre y una firma. Oigan a la memoria de las señoras de la época que están merendando en Ochoa:

—Reyes, que me he enterado que tu niña se va a casar. ¿Quién le va a hacer el traje de novia?

—Félix, naturalmente.

En aquella Sevilla, Félix era Rosa Clará y Pronovias en una sola pieza, pero mejor. Y mejor cortado. Y mejor cosido. En muchos armarios se guardan aún, con el blanco ya roto por la humedad y por el tiempo, aquellos trajes de novia de Félix que eran verdaderas obras de arte, sin tanto cuento del alfajor del diseño. Desde los marcos de plata con la foto de una boda en la Caridad o en la Virgen de los Reyes, esos trajes de novia de Félix están ahora en muchas casas de Sevilla rindiendo homenaje al modisto que se retira, culminación de una humilde vida de trabajo, de dignidad, de honradez. Maestros como Félix pusieron las bases de cuanto es hoy la moda en Sevilla. Lo pongo aquí porque deben saberlo las hijas y las nietas de las novias que se casaron con un vestido perfecto de Félix el modisto.

 

 

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