ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Zapatero tiene manos

A las personas se las conoce por sus manos. No hace falta ser gitana de la buenaventura. Basta ver los dedos de una persona para intuir su personalidad. Poca elegancia y altura de miras puede esperarse de quien tenga unas manos regordetas que recuerden a los desgraciados personajes hurdanos tocados de cretinismo que retrató Buñuel en «Tierras sin pan». Unos largos dedos de pianista ayudan mucho no sólo a ser elegante, sino a generar confianza. A veces estoy censurando a alguien, e Isabel, mi mujer, experta en manos, me lo defiende:

—¡Pero tiene unas manos tan bonitas!

¿Cómo son las manos de Zapatero? ¿Feas, bonitas? Ni lo uno ni lo otro: son un estorbo para su dueño. No es cuestión de belleza, sino de dominio y de naturalidad. Zapatero es de los que en público no saben qué hacer con las manos. No hay nada que transmita más nerviosismo y menor confianza que comprobar que alguien que está en una tribuna de oradores o en un escenario tiene manos. Los grandes cantantes no tienen manos. No se nota que las tengan cuando cantan, de la naturalidad con que las mueven. Cuando dan por televisión un concurso de artistas noveles, más que en la voz de los cantantes me fijo en lo que hacen con sus manos. En Canal Sur hay ahora un concurso de aspirantes al trono coplero que dejó vacío Rocío Jurado y aunque las muchachas salen todas vestidas de mamarracho y oro, con peinetas imposibles y jardines de Aranjuez enteros plantificados encima de la cabeza, hay en muchas algo que te llama más la atención todavía: que tienen manos. Que como no saben qué hacer con ellas, se les nota muchísimo que las tienen. Menos mal que pueden coger el micrófono, el gran salvavidas de los artistas que no saben qué hacer con las manos. ¿Qué sería de muchos artistas si no pudieran aferrarse al micrófono con ambas manos, como si se lo fueran a quitar por falta de pago? Y me digo siempre: ¿cómo esta muchacha va a poder ser artista, si no sabe qué hacer con las manos? Rocío Jurado tenía unas manos preciosas, pero no reparábamos en ellas, porque en el escenario no se le notaba que las tuviera, de cómo sabía moverlas y estar con toda naturalidad sobre las tablas.

Y tres cuartos de cuanto me ocurre viendo a las aspirantes a folclóricas me pasa, pero en peor, cuando sale Zapatero por le tele. Yo no sé a usted, pero a mí Zapatero me pone nervioso cuando sale hablando por televisión. Tanto, que ya hago zápin. Yo no tengo salud para esa batalla, ni necesidad de que me ponga nervioso este señor que extiende las manos como cura antiguo en el «Dominus vobiscum» de la misa en latín, o que las junta sobre el abdomen, haciendo un como signo de las feministas con ambas palmas y los pulgares juntos, o que las baja y extiende como la imagen de la Milagrosa, que sólo le faltan los haces de luz. Las manos de Zapatero, según los casos, tienen algo de aspas de los molinos de Don Quijote, de primer tiempo de impartición de la bendición apostólica, de oxeo de moscas en cocina de cortijo. ¿Cómo un señor que goza de la asistencia de seiscientos sesenta y seis mil millones de asesores no ha tenido ninguno que haya sabido enseñarle a cómo mover las manos, o cómo dejarlas quietas, de forma que no nos pongas nervioso con tanto manoteo, tío, estáte quieto ya, joé?

Dijo Zapatero en el tengo-una-chica-con-síndrome-Down-para-usted que la economía es un estado de ánimo. Puede ser. Pero sobre todo es un movimiento de manos. Esas manitas quietas, que luego van al pan del déficit público. ¿Cómo va a saber acabar con la crisis un señor que de momento no sabe qué hacer con sus propias manos?

 

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