ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Vestimenta: media etiqueta

En los eternos duales barrocos de oposición de contrarios de esta bendita y puñetera Sevilla, una constante es la lucha entre lo que viene de fuera y lo de aquí. Marchando una de contradicciones: Sevilla es una ciudad de las más tradicionales y conservadoras del mundo donde, al mismo tiempo, entusiasman y enloquecen las novelerías. La prueba del 9 de esta suprema contradicción la tenemos el Domingo de Ramos. ¿Habrá algo más clásico y tradicional que el Domingo de Ramos y el rito personal que cada sevillano tiene para vivirlo? Bueno, pues a ese sentido de la conservación se opone la innovación. Llega el refranero popular hispalense y dice: «El Domingo de Ramos, el que no estrena, no tiene manos». En las cofradías, tradición pura, gusta muchísimo el estreno, estrenar algo, lo que sea. El estrenismo de mediados del siglo XX hizo que, por ejemplo, muchísimas magníficas piezas de arte procesional se fueran a Jerez, a Cádiz o a los pueblos.

Y otra gran contradicción, como venía diciendo, es la oposición entre lo nuestro y lo que llega de fuera. El sevillano que dice que ama lo suyo como nadie, al que acusan de ombliguista, chovinista donde los haya, pierde el culo por lo que llega de fuera. Aquí nos desvivimos y nos gastamos un dinero muy curioso en atender visitantes y forasteros. Ved en los días del gozo que se acercan al sevillano que le está enseñando la Semana Santa a un forastero: más que de ver la cofradía él mismo, le preocupa que el visitante se entere de lo que está viendo y comparta nuestra delectación.

Por este aparente entreguismo del sevillano ante la novelería de lo que viene de fuera, algunos que llegan a Sevilla para llevarse el manso vienen a terreno conquistado. Se creen que encima les tenemos que dar un homenaje por haber venido. Nunca faltará el sevillano que les baile el agua. Unos señores con caballo lampadario que se han cargado parte de la memoria de la ciudad y han destruido el encanto y el ambiente de un establecimiento con 80 años de antigüedad, están invitando al festolín de apertura, y en la cédula de convite ponen lo habitual del atuendo recomendado. Pero no lo usual nuestro de: «Señores, traje oscuro». Eso es lo sevillano de categoría. Los que vienen a terreno conquistado (y los sevillanos encima haciéndoles la pelota), ponen en la invitación, textualmente: «Vestimenta, media etiqueta». ¿Pero qué es eso de «vestimenta», Dios mío de mi alma? ¿De dónde han sacado ustedes, so catetos, eso de «vestimenta»?

—Estos son de los que a la túnica le llaman «traje de nazareno».

¿Y lo de «media etiqueta»? ¿Pero qué es la «media etiqueta», me lo pueden explicar ustedes? ¿Es como las botellas jerezanas de medio tapón, pero en atuendo? Eso de la «media etiqueta» nada más que lo había visto yo en los carteles anunciadores de los cotillones zarrapastrosos de Nochevieja que organizan en una nave industrial para sacar el dinero a los canis, y donde al final siempre roban los abrigos del guardarropas. La única media etiqueta que conozco era la que tenían los clásicos recepcionistas de los hoteles buenecitos: una chaqueta negra cruzada y un pantalón listado como el del chaqué. ¿Será que habrá que ir a ese festolín de los que han destruido parte de la memoria taurina de Sevilla vestidos de recepcionistas de hotel?

Señor, con lo fácil que es tener respeto al sitio donde se llega, preguntar cómo se hacen las cosas aquí, y haber puesto «señores, traje oscuro», que con eso las señoras saben de sobra cómo tienen que ir. Mejores todos por cierto que en esas tierras desde donde nos llegan estos catetos conquistadores con dinero para destruir nuestras cosas ante el beneplácito local de la novelería que dice: «Esto Está Presssssioso». Y No Passsssa Nada.

 

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