ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Manos del Domingo

Para Francisco Robles

Mira tu mano y piensa con ojos de recuerdo. Este viejo domingo de palmas y campanas verás que aquel prodigio se opera nuevamente. Con tus manos el tiempo detienes todo un día. No hay agua que no puedas apresar con las manos, y se escape corriendo hacia el mar y la arena, y fluya entre tus dedos como arroyo impotente. Pues son los cuatro zancos del tiempo los que bajan, cuando suena un martillo que detiene la tarde, igual que esta mañana tan nueva y tan antigua dejó los dos costeros del reloj de la torre bien pegados a tierra con su campanerío.

Domingo de las palmas lo llama mucha gente. Los viejos calendarios en rojo lo señalan. Y para ti las palmas no son estas triunfales que con ramas de olivos reciben borriquitas, en un largo evangelio que la Pasión relata. Las palmas del domingo son las dos de tus manos. Domingo de las manos intactas del que estrena con esta primavera el tiempo que retorna. Te fijas en las manos y todo es como entonces. La mano de ese niño que pide un caramelo. La mano de aquel otro que en su bola de cera va inventando hemisferios como imagen del mundo. La mano como un rito que el antifaz sujeta, este pecho de ahora palpita en otro pecho. La mano de ese péndulo oscilante del gozo, el que hace tan exacto el olor del incienso. Mano de un nazareno que lleva a pulso un cirio por aquel mismo puente de una Estrella en la tarde. Mano de un penitente que un rosario desgrana en el barniz sin fecha de una cruz de madera. La mano de un muchacho que toca una corneta y en sus pistones cambia la pena en alegría. O la que abre una puerta y un cerrojo descorre, y saca de tinieblas al sol atardeciendo la certeza completa de la cruz que nos guía. La mano costalera que en el faldón asoma, el sudor de unos muelles que no esperan goletas que carguen naranjales y olivos de Minerva. La mano en el martillo, ¡a esta es!, que un prodigio de fuerza y de grandeza como un milagro obra.

</CW>Muchas manos se aferran a la vida que sigue. Muchas manos intactas que este gozo proclaman. Y es como si estuvieran todos los que se fueron, que los acariciaran las palmas de tus manos. La mano de tu madre siempre vuelve este día y te lleva a la iglesia, que hoy coger el olivo no es huir de este toro, del que da las mortales cornadas de los días, porque hoy es cruzarse con tanta dicha en puntas. La mano de tu padre la tienes hoy al lado, que te coge la tuya, ese niño al que lleva por calles de su infancia que tú desconocías, hasta la esquina exacta del incienso y la cera, donde suena la marcha que a tu madre emociona y es porque le recuerda cuando eran muchachos, estrenaban amores y tú no habías nacido.

Tú sabes que esta tarde, cuando suenen tambores, le cogerás la mano a tu novia de siempre, otra vez dos muchachos estrenando la vida. Todo es siempre lo mismo, sin reloj ni almanaque. La ilusión es la misma que cuando a vuestro hijo llevasteis de la mano a ver los nazarenos, o cuando, ya escolano, contigo recorría tus calles preferidas en busca de emociones, el geranio en su sitio, perfecta la cancela, la saeta a su tiempo y la lágrima oculta.

Lo mismo que a aquel niño que era vuestro hijo descubristeis el mundo un Domingo de Ramos; lo mismo que tu madre de chico te llevaba a que vieras la Gracia de su Puerta de Osario, hoy llevas a una nieta, que es sangre de tu sangre, a que descubra un mundo de incienso y de tambores, cadena de la vida, los años detenidos. Y cuando hoy la lleves, el tiempo que no pasa, con la marcha sonando y la cera encendida, la mano de tu nieta, intacta de ilusiones, será la misma mano de tu madre o tu padre que un día como ahora el mundo te enseñaba. Cuando yo me haya ido, ay, Ana, otro Domingo, la palma de tu mano me llevará de nuevo, como ahora me ha vuelto a coger de la mía la mano mi madre que aún me late en la tuya.

 

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