ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Una gran señora de Lora

Hombre, esto sí es, y no el niño de Lucía Bosé, que dijo una vez «Sevilla» en una canción como podía haber dicho «Pontevedra» o «Villanueva del Trabuco». El mérito de lo de «Sevilla» sería en todo caso del letrista de la canción, porque el niño de Lucía Bosé lo que sabe de verdad es hacer propaganda de ZP poniéndose la mano en la ceja y la otra mano en actitud egipcia de trinque y manguis de subvención, como todos los de su cuerda, que por lo que respecta a Sevilla no sabe ni por dónde cae la calle Sierpes.

Hombre, esto sí es. La Diputación acierta cuando rectifica. Me refiero a la tómbola de honores que ha montado con motivo de algo absolutamente prescindible cual el Día de la Provincia, el 23 de mayo, sin que nadie sepa el por qué de tal fecha. Insisto en lo que dije el otro día: la provincia no es lugar para nacer y mucho menos adoptivamente. Se nace en una ciudad, en una villa, en un pueblo, en una aldea, no en una provincia, que es un ente administrativo de ficción. Que le hagan a uno hijo predilecto de la provincia es como si lo nombraran hijo predilecto de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir o de la Segunda Zona Recaudatoria de la Contribución Territorial Urbana.

Sentado lo cual felicito a la Diputación por haber concedido su Medalla de Oro a José Víctor Rodríguez y José Luis Medina, vulgo Victorio y Luchino, que aparte de llevar el nombre de la capital de la provincia por el mundo, han abierto en Cazalla una maravillosa casa. Y felicito también a la Diputación por haberle dado la misma medalla a José Antonio Sánchez Araujo, senador de la cámara de los balones, que aparte de concederla a sus años de radio, que suena a título de película de Woody Allen, es como dársela a Alcalá de los Panaderos, su irrenunciable patria. Esto sí es. Estos señores sí tienen que ver con Sevilla y sobre todo con su provincia. ¿Pero Miguelito Bosé?

Y si es acertado lo de los Luchinos o lo de Araujo, ni te cuento lo justo que es que, hombre, por fin, se le conceda un honor sevillano a una gran señora de Lora del Río, voz inigualable de la canción, trémolo de emoción, delicadeza de elegancia, que es la otra ejemplar cara del habitual lamentable artisteo del folkloreo. Me refiero a la señora doña Gracia Cabrera Gómez, Gracia Montes en el siglo del arte de la canción.

Gracia Montes es la discreción, la educación, la moderación personificadas, en un género de tantos excesos y tantos chafarrinones chocantes de unas mujeronas que hicieron de su vida privada espectáculo y almoneda. La vida de Gracia Montes ha sido todo un recital de señorío, personal y artístico. Si Juan Belmonte dijo que «se torea como se es», también se canta como se es. Gracia Montes canta como es: como una gran señora de Lora: «Apunta el jipío,/ que yo soy de Lora,/de Lora del Río». Aunque Gracia Montes lleva en Sevilla ya más años que San Fernando, desde que debutó en tal teatro con «La rosa de Andalucía» y cantó lo de «Por los caminos de Andalucía» en «Historias de la radio», nunca dejó de ser de Lora del Río, de pregonar el nombre de Lora, de representar su vega y su sierra, los naranjales del Guadalquivir y las breñas de la Virgen de Setefilla. Dicen que Gracia Montes vive en la (castigada) calle Asunción, pero lo dudo. Gracia Montes sigue viviendo, soñando en Lora. Le late Lora por la sangre de sus mejores canciones: «Soy una feria», «Palito de ron», «Moscatel», «Cariá la sanluqueña», «Claveles en mayo», «La niña de Punta Umbría», «Maruja Limón», «La lumbre de tu cigarro».

Nombrando a Gracia Montes es como si hicieran Hija Predilecta de la provincia de Sevilla a la mismísima Lora del Río.

 

 

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