ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los hartos de Maiquelyácson

Como cada noche en torno a las 12, trasteaba por las emisoras de radio que sobre esa hora dan las primeras páginas de los periódicos del día siguiente, cuando en Radio Nacional mandaron parar las máquinas. Conectaron con Estados Unidos. Se detuvo el mundo. A Michael Jackson, vaya por Dios, le había dado un sopitipando. El Samur de allí de Los Ángeles estaba en su casa, tratando de reanimarle: «Este hombre no respira». Nos pusieron el alma en un puño. Ya no hubo en toda la noche más tesorero trincón del PP, ni más demandas contra Chaves como un cante de ida y vuelta: «Alirongo, alirongo, alirongo, la querella te la quito y te la pongo». Asistimos por RNE en vivo y en directo a la agonía del mito: que si aún vive, que si la ha palmado, que si lo están reanimando, que si ha llegado muerto a la enfermería, que si un niño trajo la blanca sábana (no, perdón, esto no es de aquí, esto es de García Lorca, y aunque haya niños de por medio, no tiene nada que ver con Maiquelyácson, como lo llamaba Rodolfo Chiquilicuatre.).

Me sorprendió ya aquella noche de radio de urgencia el aparentemente desproporcionado exceso informativo, con lo alejado de nuestra cultura hispánica que creía yo a Maiquelyácson y con lo lejos que está Los Ángeles. Mas aquello no fue nada para la que vino luego, y que ustedes conocen. A la fuerza nos lo hemos tenido que aprender todo sobre este tío: cuántos millones de discos ha vendido, su desgracia de pequeño, que tuvo un padre de artista, que debe de ser algo así como Doña Ana, la madre de la Pantoja, pero en norteamericano y con cinco criaturitas, cinco, lanzadas a los escenarios en plan Marisol, pero sin Goyanes, o en plan Joselito con El Pequeño Ruiseñor.

Ya tenía que estar creado el club de los que no abrimos la boca en esta desproporcionada ceremonia de glorificación de un señor de cuyos imponderables méritos artísticos no teníamos noticia y a quien conocíamos por sus excentricidades y su afición a la pederastia. Me refiero al Club de los Hartos de Maiquelyácson. Los que vemos con sorpresa que José María Pemán se equivocó, cuando dijo que España era el país de los grandes entierros. ¡Pues anda que Estados Unidos! ¡Pues anda que la aldea global de la CNN, Google, Youtube y las redes sociales! ¡Madre mía, la que han liado! Qué pesaditos están con lo grande que era Maiquelyácson. Que yo recuerde, con Sinatra, siendo Sinatra, no fue ni la cuarta parte de un tercio de esto. Con la contradicción de que tal glorificación la sahuman aquí en España los que se creen más antiyankis. Claro, como es de la América de Obama, que es de los nuestros...

Quizá expreso el sentir de muchos callados sufridores de este sunami necrológico-informativo si digo que Maiquelyácson nos sigue pareciendo a algunos un señor bastante repugnantito, que no quería ser negro, por lo que se hizo tantas operaciones que se quedó en Caracanina. Que era un asiduo de los juzgados por paidofilia y que medio tiraba los bebés por el balcón. Que bailaba chispa más o menos como Chiquito de la Calzada, pero con una multinacional y muchos videoclips detrás. Que tenía un aspecto lamentable con su mascarilla de quirófano y sus guantes, vestido con su casacón no sé si de domador del Circo Mundial o de guardia municipal de la Marbella de Gil con traje de gala. Encima, ni era de Harlem, ni de Nueva Orleáns, ni nada, como todos los negros que se precien. Era de Indiana. Una estafa.

En suma: una americanada más de las que sufrimos en España, de la que muchos estamos hasta el gorro. Los hartos de Maiquelyácson no hacemos la tontería de ir a encender velitas en el Hard Rock Café de la Plaza de Colón. Porque si ya no tenemos el Maiquelyácson, nos quedan el Brikindans, el Crusaíto y el Robocop. Más perdimos con la muerte de El Fary y, ya ven, lo hemos podido superar.

 

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