ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los tranvías que perdimos

EN un almuerzo simpático con unos amigos en el restaurante que tiene en El Porvenir el nieto del arquitecto don Antonio Delgado Roig, surgió el tema de este tranvía que va de ningún sitio a ninguna parte. Y el amigo que vive en Avenida de Portugal Dieciocho, edificio que es toda una institución social en Sevilla, nos corrigió:

—Eso será para vosotros, porque a mí el tranvía mejor no me puede venir. Me lleva desde mi casa directamente a Loewe cuando tengo que hacer algún regalo...

Y así fue como evocamos aquellos tranvías que perdimos, que eran justamente lo contrario del actual, pues iban desde todos sitios a todas partes. Me preguntaron:

—¿Tú al colegio Portaceli, cómo ibas?

—Cuando más chico, en el autobús del colegio, en el Pegaso que conducía el coloradote Antonio el Chófer, que tengo entendido que había sido mecánico de casa bien y que cuando el señor de la casa pegó el barquinazo, se lo endosó a los jesuitas. Pero cuando fui más mayor, a partir de la Reválida de Cuarto, en tranvía. Cogía el 25 en la Plaza Nueva, o el 12 en la Casa Lonja, o el 17 en la Pasarela y me llevaban hasta la puerta del colegio, por el bulevar con árboles que Eduardo Dato tenía por el centro.

—Ah, sí, los tranvías eran fantastiquitos —terció Ana, que iba al Valle en el tranvía «charter» del colegio—. Yo no me explico cómo los quitaron. Los que vivíamos en El Porvenir teníamos dos tranvías: el 18, que llegaba hasta Guadaira, y el 3, que iba hasta la glorieta de Eritaña.

—Ahí os ponían las mejores unidades, las más modernas. Erais las líneas mimadas de Tranvías de Sevilla S.A.

-- No, los tranvías más modernos y más aerodinámicos, como se decía entonces, eran los de los Hotelitos del Guadalquivir.

—¿Qué eran los Hotelitos del Guadalquivir?

—¡Chiquillo, Heliópolis! Como los chalés habían sido construidos como hotelitos para los visitantes de la Exposición del 29, la barriada se llamaba así, y así ponía en la tablilla del tranvía: «Hotelitos del Guadalquivir».

Los más jóvenes del almuerzo simpático se quedaban de piedra cuando Ana, con una memoria prodigiosa, evocaba:

—¿Y el tranvía que iba hasta La Puebla del Río?

El de Avenida de Portugal Dieciocho no se lo quería creer, lo que hubiera comprado él en el Loewe de La Puebla:

—¿Hasta La Puebla del Río iba el tranvía?

—¡Digo! —exclamaba muy orgullosa Ana, como si lo hubiera construido ella—. Llegaba hasta La Puebla después de pasar por San Juan de Aznalfarache, por Gelves y por Coria.

—Pero eso, de haberse conservado, hubiera sido un tren de cercanías maravilloso. ¡Eso es lo que quiere hacer ahora la Junta y aún no lo han conseguido!

—Y a Camas y La Pañoleta había otro tranvía, que es el que siempre recuerda Curro Romero.

Tranvías utilísimos, con una red tan racional para la ciudad de entonces, la del 50 y el 60 del siglo XX, que dudo que se pueda igualar por muchos miles de millones de euros que nos gastemos ahora. Los tranvías de la Ronda, uno en cada sentido, el 1 y el 2, eran el nexo con las barriadas del extrarradio. Desde La Magdalena podías ir en el tranvía a Triana, al Patrocinio, al Barrio León, al Tardón. El 1 y el 2 atravesaban todo el centro, la calle Tetuán, O´Donnell, llegaban al Duque, pasaban por la Correduría, llevaban a Osario y la Macarena. Ya he citado lo bien conectada que estaban la Ciudad Jardín, la Cruz del Campo o El Cerro del Águila. Hasta al cementerio se podía ir en tranvía. Tranvía cuya línea tenía precisamente el número 13. Díganme si Sevilla es o no es la Ciudad de la Guasa: ¡Cuidado que ponerle el 13 al tranvía del cementerio!

 

 

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