ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


¡Burbuja futbolística a la vista!

Los verdaderos sabios aciertan a expresar lo que todos pensamos, pero no sabemos cómo decirlo. Dan en el clavo en materias de general interés, muy alejadas quizá de su especialidad. Me constaba que el profesor Santiago Grisolía era un sabio en Bioquímica, con una autoridad reconocida por los máximos galardones. Ahora he comprendido que su maestría se extiende mucho más allá del genoma humano y llega a la vida misma. Grisolía se conoce como la palma de la mano el genoma de España y de sus males, y en una entrevista en ABC ha dicho lo que muchos pensábamos: «Tras la inmobiliaria, la próxima será la burbuja futbolística». ¡Bingo, profesor!

Como a la burbuja inmobiliaria se la conocía por el símbolo del ladrillo, a la futbolística habremos de ponerle el signo de la camiseta. Ya lo saben: los grandes futbolistas, antes, cobraban por sudar la camiseta. Ahora cobran más, pero que mucho más, decenas de millones de euros, no por sudar la camiseta, sino por venderlas en la tienda del club que les ha pagado la morterada. No por marcar goles o por ganar títulos enchampelados, en triplete como las frituras de boquerones vitorianos, sino por anunciar coches, espumas de afeitar, colonias de caballero, gaseosas, crecepelos, lo que vaya haciendo falta. O por ir de estrellas en un gira para hacer caja por el Extremo Oriente y engañar a los japoneses como a chinos.

Desde el Vaticano a IU, muchos han criticado el derroche de millones gastados por Florentino Pérez para fichar al guapito de Cristiano Ronaldo. Mientras llovían esas críticas, las playas de llenaban de camisetas recién compradas que lucían los chavales, con el CR a la espalda. Como antes las lucieron con el 23 de Beckham o con el número que llevaran Figo o Ronaldiño, que como soy de Letras no me lo sé. El portugués guapito de cara que enamora hembras a caño libre ha costado 94 millones de euros. ¿Cuántas camisetas hay que vender para amortizar 94 millones de euros, Dios mío de mi alma? Pero es que luego han fichado a Kaká, el otro y al de la moto, soltando auténticas barbaridades de millones. Y hasta el Barcelona, que es más que un club (porque es una maquina de hacer separatistas), que criticaba al Madrid por su imperialismo de talonario, se va a gastar 45 millones, más los 25 que vale Eto´o, en un tal Ibrahimovich, que será muy bueno, pero que como no tengo el gusto de conocerlo, me suena a Troncomóvil de los Picapiedra. Y si a esto se suma el nonato fichaje de Villa, pues pongan millones. Esas cifras no las alcanza en España ni el volumen de negocio de las cajas fusionadas porque a la fuerzan ahorcan a la Iglesia de Córdoba.

¿Da el fútbol para tanto? Por muy galácticos, muy mediáticos, muy famosos y muy guapos que sean estos gachós, ¿tenemos posición para permitirnos esos lujos? ¿No será otra versión del cuento de la lechera, pero sin ladrillos, como dice don Santiago Grisolía, y pronto contemplaremos el pellejazo de la burbuja futbolística? En la que, ojo, podría ocurrir como ya pasó antes de las Sociedades Anónimas Deportivas: que los clubes tiesos como una regla tras su política de derroches acudan al paño de lágrimas del Estado para que les pague las deudas. Después de ir en socorro de los bancos por la burbuja inmobiliaria, lo que nos faltaba aquí era que el Estado tuviera que ir, también con nuestro dinero, en ayuda de los clubes de fútbol a causa de la galáctica burbuja de los fichajes demenciales que no amortizarán las camisetas. Con el fútbol ha pasado como en los toros. Antes de los toreros mediáticos, los diestros paraban los relojes; ahora, los anuncian y se forran. Pero cada vez va menos gente a los toros y se dan menos corridas. España está burbujeante. Las burbujas nos rodean. Vayan preparando, pues, el bolsillo para los próximos pinchazos de burbujas.

 

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