ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El cochecuadrillas de Patton

En un rito anual de cumplimiento con el descanso, he llegado a Marbella en casi litúrgica cita con el mítico microclima de Sierra Blanca. No para dar barcazos por Banús, como los pijos de Guadalmina llaman a Puerto Banús, sino para incosolear. Verbo de mi creación. Incosolear significa descansar y cargar las duraceles en Incosol, gracias a la atenta hospitalidad de José Antonio López Esteras y los servicios antiguos, ilustres y fervorosos de unos camareros, recepcionistas y conserjes que conocieron los viejos buenos tiempos de esta ciudad de la Costa del Sol, de donde no se acababa de ir Deborah Kerr cuando ya habían llegado «los Mónaco», que entonces no eran unos colchones anunciados por la tele, sino Raniero y Grace Kelly. Viejos buenos tiempos de buganvillas traídas de Kenia por Alfonso de Hohenlohe que la otra noche regresaron a su Marbella Club, donde Ira de Fustemberg reunía a los últimos de Filipinas de la Marbella pre-Jesús-Gil, como el Conde Rudi o Gunila von Bismark, la Vigil de Quiñones de este Baler que resiste. Ay, qué tiempos en que podíamos inventar el verbo «gunilear». Gunilear era salir mucho en las revistas porque se sale mucho en los periódicos y salir mucho en los periódicos porque se sale mucho en las revistas, sin causa justificada. Las gunilas que gunilean hogaño no tienen ni el encanto ni la belleza de la Bismark. Ahora, qué horror, gunilea por los platós Belén Esteban. Gunilea Falete con su mantón, en su callejón. Gunilea la sobrina de la Jurado. Ay, si Rocío levantara la cabeza, dónde iba a llegar el gunileo del cuñadeo y del sobrineo: qué no daría yo por escuchar de nuevo esa lengüita de arte...

¿Cómo está Marbella? Pues como si la corrupción no hubiera pasado por ella. Hay mujeres por las que no pasa el tiempo y ciudades por las que no pasa la corrupción. Marbella ha recuperado su tono y parece que nunca hubieran estado aquí ni barriga de Gil ni el bigote de Julián Muñoz recalificando hasta los arriates de la avenida Ricardo Soriano. De donde no debe de estar lejos el frente. No hablo del frente de juventudes ya citado, Gunila, Ira y la tira, sino del frente propiamente dicho. Del frente de batalla. De la operación Tormenta del Desierto, de la toma de Málaga, de algo así. De otra forma no me explico que la última moda automovilística sea pegar cochazos con un blindado como los de las tropas americanas en Irak. Sí, ese 4x4 con apariencia de tanque, anchísimo de ejes, achatado, como una furgoneta torera por lo militar, el Hummer (pronúnciense Jámer), que fabrica la General Motors y que parece que los regalan. No he visto en mi vida más Jámeres juntos que en Marbella. Llegas a Alcampo de La Cañada o al Mercadona del Pirulí (por citar locales con glamour), y si a la puerta no hay diez Hummers es porque hay veinte. Que dan miedo, arrasadores, negros, como vehículos diabólicos, con unos retrovisores mayores que los espejos de los probadores de Zara y un estribo corrido con pinta de escalera mecánica del Cortinglés de Puerto Banús. En cuyos pantalanes he visto a las hordas de catetos retratarse junto al Hammer de turno como antaño junto a los Ferrari Testa Rosa o los Lamborghinis de los jeques mengueleques que tenían su casoplón flotante llamado yate amarrado al muelle de Benabola.

Antes la pregunta sobre coches era: ¿por qué van presumiendo de 4x4, como si fueran Samuel Flores, todos los imbéciles que no tienen campo? Ahora es: ¿por qué en estos tiempos de paz y antiyankis se ha puesto de moda un vehículo de guerra, un blindado militar americano? Dan pánico por los semáforos estos como TOAS del Regimiento Soria. A juzgar por tanto vehículo de guerra, el frente debe de estar por donde la casa de Julio Iglesias. Como un afamado mariquita muy aficionado a los toros le dijo a un pijo que lo subió a su Hummer:

—Hijo, no sabía yo que le habías comprado el cochecuadrillas al general Patton...

 

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