ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La nueva destrucción de Sevilla

En los años 60 y 70 del siglo XX, Sevilla sufrió un gravísimo proceso de destrucción de su caserío tradicional e histórico. La piqueta campaba por sus respetos, protegida por la ley. Tras la gran riada del Tamarguillo de 1961, se operó un intenso proceso de especulación del suelo, fomentado desde el poder. La riada hizo que buena parte del viejo caserío entrara en ruina. Ocasión que fue aprovechada por los propietarios de edificios con rentas bajas, y especialmente por los dueños de corrales de vecinos, para recuperar sus inmuebles libres de inquilinos. Tras la declaración de ruina, era el propio Ayuntamiento, a través de la Secretaría de Viviendas y Refugios, el que se encargaba de desalojar a los vecinos y de buscarles alojamiento provisional, a la espera de un piso oficial definitivo. En una Sevilla que no llegaba a los 500.000 habitantes, más de 125.000 personas pasaron por aquellos inhumanos refugios municipales, como las Cocheras de Tranvías de la Puerta Osario. El sevillano iba al refugio como a un purgatorio, sabedor que al final le esperaba el piso de Sindicatos o de los muchos que promovió el gobernador Utrera Molina, al que ahora, en «agradecimiento», le han quitado la calle que Sevilla le dedicó.

Fue un proceso de destrucción del tejido humano de la ciudad: el éxodo forzado de los habitantes de los barrios tradicionales intramuros hacia las nuevas barriadas de la periferia, como El Polígono, Los Pajaritos, etc. Barrios históricos enteros, como San Julián, fueron derribados. Como derribados fueron los corrales de vecinos, que dieron paso a pisos con otro tipo de habitantes. Simultáneamente, las casas catalogadas por el propio Ayuntamiento en su «Arquitectura Civil Sevillana» caían una tras otra, de lo que es ejemplo antológico lo ocurrido en la Plaza del Duque.

Aquel proceso de destrucción de la ciudad, amparado urbanísticamente por el PRICA (Plan de Reforma Interior del Casco Antiguo), fue felizmente detenido al advenimiento de la democracia por el alcalde Luis Uruñuela, con Víctor Pérez Escolano como delegado municipal de Urbanismo. Eran venturosamente llevadas a la práctica las ideas que los progres habían defendido desde el Colegio de Arquitectos, y especialmente desde el CEYS, con su famosa exposición sobre la destrucción de Sevilla. Se detuvo el proceso de destrucción arquitectónica y el casco antiguo pudo, en parte, seguir conservando su personalidad humana y sus formas de vida.

Han pasado los años y los ayuntamientos. Aquellos progres que llegaron al Ayuntamiento con la democracia ya se han jubilado. El negocio inmobiliario tiene otras bases. Sevilla se ha extendido por barriadas y barrios, circunvalaciones y polígonos. Pero en el centro, en el casco antiguo, calladamente, se ha venido operando otro proceso de destrucción de la ciudad, cierto que no especulativo, pero no menos dañino para la propia esencia de Sevilla, que los progres de ahora no denuncian. Ahora no derriban palacios en El Duque ni casas del XVIII. Ahora es más ladino: le cambian la piel a Sevilla. Incluso uno de los proyectos de destrucción de los ambientes urbanos tradicionales se titula así, «La piel sensible». Se trata de interpretar cómo debería ser Sevilla para pasar por moderna. Y han desfigurado los ambientes urbanos, cambiando la piel de la ciudad y, lo que es más grave, hasta sus hábitos de vida. Han cercado y museificado el casco antiguo; han segado la yerba bajo los pies del comercio tradicional, del vecindario que tiene que vivir en unas calles a las que no puede llegar en coche ni hay servicio público que les lleve. Han convertido el centro en un inmenso desierto donde ya no vive nadie y donde malvive el comercio tradicional que le daba vida. Y los progres, mientras, callados. Bueno, como Sevilla toda. No Passssa Nada: ahora no son los fachas franquistas, son «los nuestros» los que están destruyendo la ciudad.

 

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