SI yo ahora digo que José Luis Medina del Corral y José Víctor Rodríguez Caro presentan hoy sus tendencias en la Madrid Fashion Week (ojú, qué nombrecito), me dirá usted que malegro vertegüeno, y me preguntará si eso tiene importancia como para que lo comente. Pero si les digo que Victorio y Lucchino pasan hoy su colección en la Pasarela Cibeles de Madrid, me dirá:

—Como todos los años, hombre, como todos los años.

A eso voy: a lo poco que valoramos aquí lo conseguido por los nuestros a base de trabajo y esfuerzo, como es el caso del pertinaz éxito de Los Luchinos. Se escribe «Victorio y Lucchino», pero se pronuncia «Los Luchinos». Los Luchinos son una de las habituales parejas sevillanas, como los Machado, los Álvarez Quintero, los Gallos, los Bécquer, los Mairena o los Morancos. En este caso no hermanos, sino pareja con papeles, obtenidos por cierto del modo más discreto y respetuoso para con los demás, en este tiempo en que muchos exhiben su piompez como una provocación, para darte con ella en toda la boca: ¡toma, por heterosexual, so mamón!

Me parece que quien bautizó a José Luis y José Víctor como «Los Luchinos» fue mi inolvidable Bernardeta Vázquez Parladé, musa irrepetible de la UCD sevillana, gobernanta de los delegados del Gobierno en la Plaza de España. Bernardeta hablaba un idioma personal: «Bernardeto» llamé un día a su manera de desfigurar las palabras. Cuando Sanz Pastor, por ejemplo, mandaba a los antidisturbios, a los geos, contra los jornaleros de Sánchez Gordillo que habían ocupado «El Indiano», Bernardeta decía:

—Josemari les ha mandado a los egeos...

Y daba en el clavo. Los antidisturbios, vestidos de marrón, eran como soldados egeos sin Homero. A Victorio y Lucchino, en su idioma, Bernardeta dio en llamarlos «Luchino y Visconti», adivinándoles quizá el subconsciente de homenaje gatopardesco y veneciano de su nombre de guerra. Pero cuando se enteró que Visconti no tenía nada que ver con los modistos que le habían comprado a Segorbe la Casa de Velázquez, rompió en pluralizarlos: «Los Luchinos». Y Los Luchinos se les quedó. Yo sé por qué Bernardeta los llamó así. Porque si toma la otra mitad de estos duales y les dice «Los Victorios», hubieran creído que se trataba de una cuadrilla de barberos de la Puertalarená o de la peluquería de caballeros del Cortinglés del Duque.

A lo que iba: que Los Luchinos volverán a triunfar hoy en Cibeles, al presentar su colección de pretaportés y de trajes de novia. Como suele ocurrir, en las televisiones y los papeles de Madrid les darán mucha más importancia que nosotros aquí en Sevilla. Aquí, bla, bla, bla, seguirán diciendo que hay que apoyar a los emprendedores. ¿Qué más emprendedores queréis que Los Luchinos, que están derrochando imaginación desde hace casi cuarenta años, y sin irse de Sevilla además? A Los Luchinos suelo decirles que los que seguimos viviendo en Sevilla porque no nos sale del moño irnos a Madrid tenemos que pagar un costoso IVA: el Impuesto de Vecindad en Andalucía que es el desprecio de los coterraños. Los Luchinos triunfarán hoy en Madrid, ya lo verán por las teles, y aquí, como siempre, serán obsequiados con silencio en ambos. Y eso que llevan el nombre de Sevilla tan dignamente por el mundo.

No dirán, pues, que no valoro a Los Luchinos. Aunque no tanto como mi apoderado Joaquín Moeckel. Yo no tengo el valor que derrocha Moeckel, que es capaz de ponerse una de las chaquetas desestructuradas, a la última, que le han cosido Los Luchinos con mucho cariño, y hasta de salir con ella en el programa de Paco Robles en Sevilla TV. Mi admiración por los Luchinos no llega a tanto. Yo no tengo valor como para ponerme una de esas chaquetas...