ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Más genialidades de Bernarda

No, si entre unas cosas y otras, entre peatonalizaciones y genialidades de Bernarda Jiménez Peña, la niña de José, la hija de Inés, la nieta de Pinini, voy acabar echando la semana a Utrera... No, si a este espacio, en vez de El Recuadro, voy a tener que ponerle El Mostachón... Total, como ya lleva el papel al fondo, nada más que le falta pegarle el nutricio ojo de Polifemo salido de las delicias de los hornos de Diego Vázquez. Digo todo esto porque hoy seguimos sin movernos de Utrera. Decíamos ayer que el anecdotario flamenco de la Feria Mundial de Nueva York de 1964 daba para un número especial de «Vía Marciala» y estábamos equivocados. Un número de esa revista que pronto va a cumplir 60 años se llena enterito únicamente con las solas historias de la genial Bernarda. O un apéndice del libro «Gracia y desgracia de Utrera en los años de la pera» que recopiló Salvador de Quinta Rodríguez como un Espasa del humor popular en la culta ciudad de Rodrigo Caro.

Ayer dejábamos a Bernarda al lado de Fernanda, en las barandas de los Nuevayores del cielo, diciéndole pá dónde cae Utrera y dónde está la Virgen de Consolación en persona, y hoy lectores utreranos nos completan el retrato coral de la gracia de Bernarda.

Cuando fueron a cantar a Nueva York vivían las Niñas de José detrás de la casa de doña Concha Soto, la madre de Juan Guardiola Soto, el Conde de Jimera de Líbar. Y como las Niñas vivían con sus padres en una casa de vecinos que no tenía teléfono, llamaban desde Nueva York algunas tardes a la casa de Juan. Avisaban a Inés y se acercaba allí para hablar con sus niñas. La madre le preguntaba muchas cosas de aquella Feria Mundial. Le preguntó que cuándo cantaban, y ellas le dijeron que cantaban a las 10 de la noche, y sólo una hora. Y entonces, Inés, haciendo cálculos de tiempo, les dijo: «¿Una hora nada más? Y entonces ¿por qué no aprovecháis el resto del día y ponéis un puesto de calentitos en esa Feria? Ya que estáis ahí, aprovechar».

Cuando volvían al hotel por la noche y veían los zapatos de los demás huéspedes a las puertas de sus habitaciones, para que se los llevara a limpiar el betunero, le decía Bernarda a Fernanda: «Hay que ver cómo son estos gachós. ¡Mira que tirá estos zapatos que están nuevecitos, nuevecitos...!».

Bernarda no sólo dominaba los secretos del compás gitano y sabía meter por bulerías hasta el BOJA si se terciaba. Era la utrerana con más gracia que uno se pudiera echar a la cara. Sus anécdotas, aparte de Nueva York, son incontables. Sus reacciones, geniales. Sus sentencias, verdades filosóficas incontestables. Tenía una amiga que se llama Josefita del Vereo, también gitana. Iban las dos para Morón, para el Gazpacho, e iban leyendo desde el coche todos los letreros que aparecían en la carretera: «Venta el Gran Chaparral», «Estación del Sorbito», «A 16 kilómetros, Arahal», «Base Aérea de Morón», «Venta Manolo»... Y dice Josefita: «¡Hay que ver lo que se lee en un coche, Bernarda!» Y le contesta Bernarda: «¡Y la de Ventas Manolo que hay en España, Josefita!».

La mágica forma de ver la realidad de los gitanos alcanzaba con Bernarda cotas inimaginables. Una vez, no hace mucho, y viendo cómo está el mundo, le dijo a un amigo: «Es que ahora la gente quiere tener de tó y no tó el mundo puede tené un sofá...» Y se quedó tan tranquila. O hace un poco más: «En la televisión nada más que salen perros y Belén Estéban». O: «Pero ése que no tiene camisa, ése, ¿quién le ha dicho a ése que sabe bailar? ¿Esta gente ha visto bailar a Farruco el viejo? Yo es que he visto tanto y tan bueno que ya no me gusta ná ni del flamenco ni de ná».

Y así siempre. Un genio de la gracia de Utrera. Y encima, cantando las bulerías como los ángeles que ahora la estarán escuchando ya para siempre, y no sólo una horita a las 10 de la noche como en aquellos entonces de Nueva York.

También en El Recuadro: "Geografía de Bernarda de Utrera"

 

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