ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Maltrato infantil con juguetes

SI quieren tener una idea aproximada del infinito, pongan cualquier cadena de televisión, pública o privada, a la hora matinal de los dibujos animados, cuando la pantalla se convierte en una providencial cuidadora de niños, mientras las madres los terminan de vestir y de darles el desayuno. Y si ven tales programas infantiles en las mañanas de los sábados o de los domingos, ni les cuento la idea aproximada del infinito que pueden hacerse. Basta con que cuenten el número de anuncios de juguetes con vistas a Navidad y Reyes. ¿Cuántos anuncios de juguetes salen en un programa de dibujos animados? Infinitos. Bastantes más que espós de lejías y detergentes en los programas del corazoneo vespertino. Con una diferencia terrible: a las amas de casa, cuando tales anuncios se tragan, no les entran unas ganas compulsivas de ir a comprar el friegasuelos maravilloso o el mágico remedio contra la cal en la lavadora. A los niños, por el contrario, sí les entran a las pobres criaturas unos deseos irrefrenables de pedir a Papá Noel o a los Reyes Magos, o a ambos, cuanto ven anunciado: monstruos de las galaxias, gordinflones zampabollos, gatitos maravillosos, coches fantastiquitos o rosas princesas con castillo y hasta con zapatos de Manolo Blahnik con plataforma y tacones altíiiiisimos, como toda princesa que se precie.

Al contrario del título de aquella novela de Juan Marsé, «Encerrados con un solo juguete», en cuanto pasa la importada fiesta de Jalogüín (ella de soltera Tosantos y Difuntos, antes que se casara con un americano de la base de Rota), los niños de España están encerrados con miles de juguetes, que los tienen rodeados en los malvados anuncios de la televisión. Que, encima, les dan una visión idílica de cuanto quieren vender en el lavado y centrifugado de mentes infantiles. Presentan al gatito como vivo, a la princesa casi como de Asturias, al cocodrilo como de Lacoste. Luego, cuando llegan Papa Noel por la chimenea o los Reyes por el Arenal, el juguete no se parece en nada al que anunciaban tan perfecto, y viene la llantina. Pero es igual. Nadie lo controla. Nadie le pone coto a este masivo maltrato infantil, a esta manipulación de las mentes de los niños, a este abuso de las criaturitas.

Y es lo que me extraña en este Estado tan intervencionista, con este Gobierno que cada vez está más empeñado en ordenarnos y arreglarnos la vida. Por eso me explico menos todavía la manga ancha para este abuso de las criaturas, en una nación, además, donde das dos patadas y te salen tres defensores del menor. Aquí no se pueden anunciar por televisión las bebidas alcohólicas. Aquí no se puede anunciar por televisión el tabaco. Aquí, para anunciar una simple aspirina por televisión, tienes que poner después un aviso legal diciendo poco más o menos como aquellas vallas de carretera que había en la Nacional IV a su paso por la andaluza Ciudad del Sol: «No se droguen con Yemas El Ecijano, casi tós palman». Aquí nos quitan las bolsas de plástico del supermercado porque dicen que tardan 400 años en poder ser destruidas, ¿había acaso hace 400 años bolsas de plástico como para que puedan haberlo comprobado? Aquí no nos dejan poner bombillas de 100 vatios porque no sé qué. Aquí no se mueve nadie, ¡todos al suelo, que hay que cuidar el medio ambiente!

Y, en cambio, ancha es Castilla, ¡hala!, para aprovecharse de los deseos infantiles con aviesos anuncios. En una España en crisis, además, en la que Papá Noel vendrá tieso como la mojama y los Reyes Magos no tienen ni para pagar la hipoteca del camello. ¿Se imaginan a los hijos, sobrinos y nietos de los cuatro millones de parados asaeteados por los anuncios de juguetes, pidiendo los pobres esos tesoros inalcanzables? Como que no sé qué esperan para prohibir los anuncios de juguetes. Para mí que son mucho más nocivos que la publicidad del tabaco o del alcohol.

 

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