ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Frío hasta en la calle

Dicen que esa garambaina del Cambio Climático es uno de los dogmas de la Nueva Religión de Estado que la progresía ha impuesto, en la que te declaran hereje y te parten la espalda, como a Herman Tertsch, si no haces solemne protestación de fe en el Credo de lo Políticamente Correcto. Igual que el teólogo González Ruiz acuñó la denominación de origen de Nacional Catolicismo para la religión oficial de la dictadura, el catedrático Andrés Ollero Tassara ha propuesto el término de Nacional Laicismo para mentarle sus castas todas a la nueva Religión de Estado, oficial no de la bendita democracia, sino de su manipulación casi totalitaria por la panda de creadores de falsos problemas que nos gobierna.

El Nacional Laicismo tiene su Papa, que es Al Gore; sus obispos, sus sacerdotes, sus monjas. Y hasta sus días de precepto: el Día del Orgullo Gay, el Día sin Coches, el Día contra el Tabaco... Y sus sagrados misterios, como el del Cambio Climático. Estos tíos que no creen en el misterio de la Santísima Trinidad porque dicen que es complicadete, admiten en cambio como dogma el Cambio Climático, o eso de que no hay que usar bolsas de plástico porque tardan 400 años en destruirse. ¿Había acaso a comienzos del siglo XVII bolsas de plástico como para que se haya comprobado ahora al cabo de 400 años que se están destruyendo en nuestros días? ¡Tequiyá, que lo que quieren es cobrarnos las bolsas del Carrefú!

Yo, ¿qué quieren que les diga?, no creo en el Cambio Climático. Creo en la Santísima Trinidad, y más ante el paso del Decreto, pero no creo en el Cambio Climático. No sé por ahí, pero aquí en Sevilla, como en las barras de los bares para las maquinitas: no tenemos Cambio. En Sevilla hace lo que tiene que hacer: una calor de morirse en verano y este frío del vuelo del grajo en los días duros del invierno. No ha cambiado nada: los sevillanos seguimos sin creer que aquí haga frío. Con un chaquetoncillo o una bufandita echamos el invierno, y no ves un abrigo por parte alguna. Lo comprobé el otro día, cuando le entregaban en la Casa de ABC el premio de la trayectoria empresarial a José Moya. Como en La Cartuja hacía un frío considerable (dicho en fino, del carajo), la organización dispuso en la entrada algo insólito en Sevilla: un perfecto guardarropa para los abrigos. Los guardarropas en Sevilla sólo existen para anunciar las excelencias de los cotillones de Nochevieja. Como casi nadie usa abrigo, no hay nada más complicado que dejarlo en un restaurante o en una sala de espectáculos. En el acto de ABC pusieron, como digo, un guardarropa de gran categoría, con la azafata que te entregaba la ficha con tu numerito y todo. Fui de los primeros en marcharme. Y al recoger mi abrigo, me fijé: habiendo estado en el acto lo menos 150 personas, allí no había más abrigo que el mío gris y cuatro azules de reglamento más. Pueden sobre esas cifras sacar el IDF, esto es, el Índice de Desprecio por el Frío de los sevillanos.

Como el sevillano está convencido de que aquí no hace frío, nuestras casas son las menos acondicionadas del mundo. Y donde más frío se pasa. En un piso de Los Remedios hace más frío que en otro de Moscú. Tanto, que el Rey Católico, qué frío no pasaría en el Alcázar, dijo: «Los inviernos han de pasarse en Castilla y los veranos, en Sevilla». En cualquier interior de Laponia se pasa menos frío que en un piso de Nervión, sin calefacción central, con esas ventanas por cuyas rendijas entra todo el frío del mundo. Ya conté cómo en la Casa Luca de Tena de la Plaza de los Carros colgaban los abrigos junto a la cancela, y sus moradores se los ponían cuando entraban en la casa, no para salir a la calle. Que no es el caso de esta ola siberiana prenavideña. Me cuentan que el profesor Olivencia, en estos días traicioneros del invierno, en cualquier sevillano interior de helarte, suele exclamar:

—¡Hoy hace frío hasta en la calle!

 

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