Sevilla ha roto las leyes de la geometría. La distancia más corta entre dos puntos no es ya la línea recta. En coche, la distancia más corta entre dos puntos pasa a veces por La Resolana si vas al Porvenir, o por Heliópolis si vas a Torneo. Para los conductores es fastidioso y absurdo. Para los bomberos, una pesadilla. Lo digo como homenaje al Cuerpo de Bomberos, que ayer me imagino batiría todas las marcas de salidas para remedio de los desastres que suelen ocurrir en cuanto caen cuatro gotas y se llenan los imbornales. Vamos, los husillos. ¡Qué tontería más grande, llamar imbornal a lo que ha sido un husillo toda la vida de Dios!

Seguramente en otra página de este ABC encontrará usted el número exacto de salidas de los bomberos. Lo que no encontrará es algo en lo que pienso siempre que oigo su sirena: ¿cuántos cientos de kilómetros de rodeos tuvieron que dar ayer los bomberos para llegar, y a tiempo, a los lugares siniestrados del casco antiguo donde se les reclamaba?

Lo pensé la otra noche. Unos queridos amigos recibían en su casa de la calle Fabiola, casi esquina a la parte alta de Mateos Gago. Para llegar hasta allí desde Manuel Siurot en el coche de la Jefa de mi Casa Civil tuvimos que dar un rodeo inmenso. Lo diré, como si fuera el itinerario de una cofradía de las que salen a las 12 de la mañana: tiramos por Manuel Siurot y La Borbolla hasta La Enramadilla, y por la antigua vía del tren rotulada en recuerdo de Carriazo y de Moreno Galván, salimos al Acueducto de las Madejas y entramos intramuros por la Puerta Carmona. Luego por San Esteban y Águilas, a La Alfalfa, giro a la izquierda, Cuesta del Rosario abajo hasta El Salvador, y por Entrecárceles a la plaza de San Francisco. Tomamos Hernando Colón, Matacanónigos, la plaza de la Virgen de los Reyes, Mateos Gago arriba y hasta Fabiola. Y cuando llegamos tras este rodeazo, ante la casa de los Salinas había un contenedor ardiendo, al que habían metido fuego los habituales gamberros del sábado noche. Fuimos a llamar por el móvil a los bomberos, pero vimos que en la puerta de la casa del Cardenal Wiseman ya había una cívica muchacha hablando con el 112: «Sí, es Mateos Gago esquina a Fabiola».

Fue entonces cuando me di cuenta del absurdo de ciudad cercada y sitiada que han creado con la puñetera Movilidad. Del contenedor en llamas al cuartel de los Bomberos en la Puerta de la Carne habría, ¿qué digo yo?: ni 800 metros. Y como en los pasatiempos del «¿qué camino seguirá Pepito para llegar a la manzana?», pensé: ¿qué rodeo no tendrán que dar los bomberos para venir a apagar este contenedor desde la Puerta de la Carne, que está ahí al lado? Lo lógico es que cogieran por Santa María la Blanca, pero, ya que es contramano, que fueran por Menéndez Pelayo, San Fernando, San Gregorio, Plaza del Triunfo, Virgen de los Reyes, Mateos Gago y ya está apagado el contenedor. Pero ya no pasan cigarreras, digo, bomberos por la calle San Fernando. Así que me imagino que tendrían que coger por el mismo, único y exclusivo camino de penetración a la zona de Levante del casco antiguo que nosotros seguimos hasta Fabiola. Se trataba de un contenedor sin riesgo de quemar coches y sin peligro para las personas. Pero, ¿y si se hubiera tratado de una casa en llamas, con gente dentro sin poder salir, y los bomberos sin poder entrar por el camino más corto a causa de la dichosa e inmovilizante Movilidad?

No sé cómo los abnegados señores de la manguera solucionarían el problema. El caso es que cuando, pasadas las 12, salimos de la agradable cenita simpática, el contenedor estaba apagado. Un gran charco de agua demostraba que los bomberos, llegando vaya usted a saber por qué camino y dando qué rodeo, habían luchado contra las llamas, pero también contra la geometría absurda de esta Sevilla donde vamos camino de que la distancia más corta entre dos puntos pase obligatoriamente por Las Pajanosas.