ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


200 años de cobardía sevillana

Cualquiera que pasee por la ciudad y se fije en los nombres de sus calles y en sus monumentos podría creer que cuando la invasión francesa de 1808 los sevillanos luchamos como jabatos por la independencia patria. En La Gavidia, el monumento a Daoiz, con su enorme zapatón de bronce. El paseante puede ver luego una calle importante, que va desde el río a la Catedral, rotulada en memoria de ese Dos de Mayo del sevillano Daoiz. En una de las esquinas de tal calle, el nombre de Velarde, heroico compañero de Daoiz en la acción del Parque de Monteleón contra los franceses invasores. Bueno, pues todo eso fue en Madrid. Aquí, tururú. Aquí de valentía colectiva andamos cortitos con agua, y ya saben cómo Queipo de Llano tomó Sevilla en 1936: amedrentando a la población con cuatro camiones de moros de Regulares dando vueltas por la Ronda y por el centro. (Yo creo que peatonalizaron el centro precisamente por eso: para que, vista nuestra valentía, ningún Queipo pueda pasear más camiones de moros por la Avenida.)

Mi prologado historiador Álvaro Pastor Torres en «El Mundo» y M. Ruiz Rico en «El Correo» me han recordado que ayer se cumplieron 200 años de la verdadera cara de Sevilla en la invasión francesa: la capitulación y entreguismo de la ciudad ante los ejércitos gabachos acantonados en Alcalá de los Panaderos, ocurrida el jueves 30 de enero de 1810. Tras la batalla de Bailén del General Castaños (que también tiene calle), Sevilla se convirtió en capital de la España resistente, y en el Alcázar tuvo su sede la Junta Central. Pero en cuanto los franceses se acercaron de verdad, con las bombas que tiran los fanfarrones aquí no se hizo tirabuzones sevillana alguna. Eso fue en Cádiz. En Sevilla los franceses no tuvieron que pegar ni un tiro. La Junta Central salió tajelando hacia Cádiz, ya que entonces no había que pagar peaje en Las Cabezas, y la ciudad quedó a merced de los invasores. Y aunque tenía «muros y torres altas» y buena artillería, aquí no ocurrió lo de Zaragoza o Gerona. De sitios, resistencias y heroicidades, ni mijita, usted. Sevilla capituló, representada por «el chaquetero de Goyeneta, mandamás municipal antes, durante y después de la invasión gabacha», como apunta Pastor Torres. De lo que ocurrió después, ya sabe. Poquísimo, como de todo el siglo XIX sevillano: la crónica de Velázquez y Sánchez debería ser de lectura obligatoria para conocernos a nosotros mismos.

Porque aquí ocurrió lo de siempre. Entró el intruso rey José I con el mariscal Soult y Sevilla les dijo lo que suele:

—A ver qué quieren tomar aquí los señores.

Y los señores tomaron todos los cuadros de Murillo y cuantos tesoros apañar pudieron. ¿Que si resistieron los sevillanos? Antié: a José I hasta le sacaron sus pasos las cofradías y se los llevaron al Alcázar, para que el hombre no tuviera que meterse en bullas. Sevilla se entregó a sus conquistadores, como siempre hace. Como hizo Axataf dando genuflexo las llaves a San Fernando y como hizo con Sanjurjo cuando se paseó triunfante por la calle Sierpes en el golpe de Estado del 10 de agosto. Se resistió en la Isla de León y en Cádiz, con la Regencia, con las Cortes y con los voluntarios que fueron a coger coquinas. Pero Sevilla ni cogió la carabina: se afrancesó, aduló a sus invasores, cada cual se buscó su acomodo, todos hasta las trancas: «Tú no te signifiques, hijo». Sólo hubo dos sevillanos heroicos que no tragaron: Palacios Malaver y González Cuadrado. Les dieron garrote vil en 1811 por ser excepción y no delatar a los cuatro gatos que estaban contra los franceses. Dos sevillanos, dos, que se sepa, en una población entonces de unas 80.000 o 100.000 almas. Como ven, nada nuevo bajo el sol. No crean que esta cobardía de ahora del No Passsa Nada es nueva. Tirando corto tiene por lo menos 200 años. Así tenemos tanta práctica en adular al poder. De Goyenetas sigue estando esto hasta la corcha.

 

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