ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Rejas, fuego y Hombre Araña

El Tío Sacasebos que se lleva a los niños malos que no obedecen a su mamá no existe, pero el Hombre Araña que trepa por las ventanas, se mete en tu casa y roba lo que puede sí que existe. Un Hombre Araña vencedor del tiempo, reencarnado generación tras generación de rateros, porque el Hombre Araña que me entró en mi casa una madrugada, trepando por la tubería exterior del gas hasta un cuarto piso, creo yo que no estará ya para esos trotes y habilidades de alpinismo urbano, y no será el palquista que acaba de detener la Policía en Nervión. El Hombre Araña trincado ahora, un tal Israel A. J., de 32 años, se hartó de entrar por ventanas y balcones en Nervión y la Ciudad Jardín, hasta que lo han trincado. Por un procedimiento parecido al que el comisario Manuel Piedrabuena usó para detener e inculpar al que había robado en casa, que entró una noche de Velá de Santa Ana por la ventana abierta de la cocina, con nosotros dentro durmiendo, qué horror, menos mal que no nos despertamos.

—¿No os echaría un espray para dejaros atontolinados?

No, a mí no me hace falta espray para estar atontolinado, siempre lo estoy. Y además, como tengo la conciencia muy tranquila, duermo tan profundo que no me despierta ni el Hombre Araña trasteando la caja fuerte. Al que Piedrabuena, policía de raza, trincó por unos cheques de gasolina. Se llevó el Hombre Araña de casa unos cheques de gasolina. Fue a dar otro golpe parecido y lo detuvieron entonces, gracias a un vecino que llamó a la Policía. Tras orden judicial de registro, en su casa le encontraron nuestro talonario de cheques de gasolina. Para Piedrabuena fue facilísimo: fue al banco, comprobó en qué cuenta se cargaban los cheques (en la nuestra) y tuvo así la prueba inculpatoria del Hombre Araña que se nos coló escalando hasta una ventana de la cocina que desde entonces está siempre más cerrada que la boca de los sindicatos ante los 4 millones de parados. Al Hombre Araña de Nervión lo han trincado e inculpado de un modo parecido. Dando otro golpe lo detuvieron y le hallaron una caja de bombones italianos que no se venden en España y un teléfono móvil, mangados en un escalo anterior.

Me he acordado del Hombre Araña de Nervión viendo las terribles fotos del fuego del geriátrico donde han muerto siete envejecientes. Que conste que no quiero inculpar a nadie, Dios me libre, y a nadie acuso de nada. Pero me ha dado pánico ver la foto de las huellas del humo saliendo por las enrejadísimas ventanas del segundo piso. Rejas y fuego, ¡qué horror! Por miedo al Hombre Araña, Sevilla vive tras las rejas. Vayan a cualquier barrio y miren las terrazas del primero, los balcones del segundo, las ventanas del último piso, al que se pueden descolgar desde la azotea. Rejas y más rejas. Los rateros, en libertad por culpa de esta Justicia hipergarantista que padecemos; y los sevillanos, en cambio, enrejados en sus casas, barrotes y más barrotes. Eso es lo que hay. Vivimos como el título de aquella comparsa histórica gaditana de mi compadre Antonio Martín, el de los Caballeros de la Piera Reonda de este año: «Entre rejas». Como le tememos más al Hombre Araña que al fuego, muchos pisos son una ratonera en caso de incendio: todos los huecos a la calle enrejados y en la entrada, una puerta bien blindada, para que nadie pueda abrirla si aquello sale ardiendo y hay que sacar a la gente que hay dentro y que no puede escapar por las ventanas, porque están todas con barrotes.

Angustioso. Estrictamente angustioso. Cuando terminan una casa, los bomberos han de aprobar sus condiciones contra incendios antes de que pueda ser habitada. Perfecto. Lo malo es que luego los vecinos, por miedo al Hombre Araña, empiezan a poner rejas y más rejas y convierten en una ratonera cualquier vivienda. En la reja, Sevilla pela la pava con la muerte en caso de incendio.

 

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