ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Pérez Gandul, en su Celda 211

Como era Domingo de Carnaval, el trincón y subvencionado cine español se disfrazó de Hollywood para los Oscar, digo, los Goyas, los premios que tienen premio. No se le ocurra nunca decir «premios Goya» ante un guasón sevillano, porque ya sabe usted lo que tendrá que atrincarle; hable, en todo caso, de «los premios que llevan el nombre del pintor aragonés». Así que el cine español se disfrazó de Hollywood, y en TVE lo dio en directo ese locutor catalán gafaconcha de la boca torcía que no sé dónde tiene la gracia.

Y cuentan las crónicas que lo más importante de los Goyas (siempre sin premio) fue que el director manchego de la cabeza gorda se reconcilió con la Academia. ¿Ah, pero estaban peleados? A mí me suda no el Goya, sino la que rima que el director manchego de la cabeza gorda esté peleado con la Academia. O no. Lo que me preocupa es que el director manchego de la cabeza gorda dijera que Aznar estaba preparando un golpe de Estado y ésta es la hora en que nadie lo empapeló, ni le pidió una rectificación, ni Nati Mistral. Cuando supe que este progre de alfombra persa, beneficiario del pesebre del «No a la guerra» y titular de una Sicav (eso que tienen los ricos patricos para poner su dinero y pagar sólo un 1% de impuestos) iba a los premios y que todos hablaban de la Celda 211, me dije: ¿Será que por fin van a meter al manchego cabezón en Alcalá Meco por lo que se inventó del complot?

Pero no. Lo de «Celda 211» era por la película inspirada en la novela homónima de Francisco Pérez Gandul. Que como no es de los nuestros, de los del «No a la guerra», de los intelectuales orgánicos del pesebre, de los que van de progres Visa Platino por Madrid, de los escritores exquisitos que se proclaman de izquierdas pero son socialistas de derechas que viven como un marqués, pues no lo invitaron siquiera a la ceremonia que giró en torno a la novela que se le ocurrió a su cabecita de escritor de provincias, de cronista deportivo de este ABC, de quien tengo el honor de ser compañero desde que nos embarcamos juntos en aquella aventura de iniciar la Transición con la botadura del «Informaciones de Andalucía», que se fue a pique como el barco del arroz, uno de los fracasos más estrepitosos del periodismo sevillano de todos los tiempos, qué coñazo de diario hacíamos, y qué tarde salía, y cuánta política de arte y ensayo dábamos en una ciudad que aún no había terminado de salir de la dictadura.

El novelista de «Celda 211» ni estaba ni se le esperaba en la ceremonia en la que tantos se lucraron de su novela. Vista la cantidad de chuflas pintamonas de la pomada madrileña que había allí, es lógico. Gracias a Dios, Pérez Gandul no es de ese ganado y no tiene por qué entrar en esa mangá. Como no es los nuestros, de la ceja y del silencio absoluto sobre la ETA, ¿qué hace un chico como Pérez Gandul entre tal partida de mangones aduladores del poder? ¡Ay, si la novela «Celda 211» la hubiera escrito cualquiera de esos figuroneadores de la literatura en los que está usted pensando, los que están todo el día en la tele, los que no se pierden un agasajo postinero con la crema de la intelectualidad y entran en la otra Academia y todo! ¿Se imaginan que «Celda 211» la hubiera escrito Juan Luis Cebrián, como cuando «La rusa» en el cine? A hombros lo habrían sacado de los premios, tras arrasar con las estatuillas del cabezón, el cabezón pintor aragonés, no el cabezón director manchego. Una vez más, un andaluz creador que no se ha ido a Madrid porque no le ha dado la gana ha tenido que pagar el IVA: el Impuesto de Vecindad en Andalucía. Por lo que ellos piensan: «¿Cómo va a valer un duro este chico Pérez Gandul, si vive en Sevilla y no está aquí en Madrid pintando la mona como todos nosotros?» Sevilla, a estos efectos, es la Celda 211 de su creador. Y a mucha honra, Paco Pérez, y a mucha honra. Choca esos cinco.

 

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