ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


De Lina a Roney

Menos mal que Lina se llama Lina. Dices Lina y no tienes que aclarar que se trata del arte de los trajes de flamenca. Lina es un nombre de prestigio en la moda. Como Balenciaga o Valentino, pero en trajes de volantes. Dices: «Suri, la niña de Tom Cruise, llevaba un traje de Lina» y no tienes que precisar que la vistieron de flamenca en Sevilla. Como la princesa Gracia de Mónaco llevaba un traje de Lina cuando vino con Jacqueline Kennedy, con La Begum y con medio Gotha, en aquellas maravillosas fiestas a beneficio de la Cruz Roja que organizaba Mimi Medinaceli en Pilatos.

Menos mal que Lina se llama Lina. Porque si no tuviera esa imagen de marca para el arte de los trajes de flamenca, estaríamos hablando de Marcelina Fernández, y no es cosa, tú. Qué poco pega lo de Marcelina con las maravillas que cosió para Rocío Jurado, que hacía así la chipionera con la pataíta en la bata de cola de Lina, zas, se daba la vuelta, y llenaba de volantes los 7.200 kilómetros de largo que tiene el escenario del auditorio de La Cartuja. O las maravillas que Lina le sigue haciendo a Isabel Pantoja, como el vestuario de su último espectáculo en el teatro Alcalá, «Así es la vida».

A Lina le han dado un homenaje por sus cincuenta años de dedicación a la moda flamenca. Aunque tarde, me sumo con estas líneas. Porque de Lina siempre me han sorprendido tres cosas:

1.-La belleza de los vestidos de gitana o trajes de flamenca (o como se diga) que hace, y me gustaría ahora pedirle prestada la expresión a un mariquita azúcar que cosa para la calle, para ponderarlos con más propiedad.

2.-Su discreción y modestia, aun siendo cuanto es en su mundo profesional. Y su fidelidad con Sevilla, sin irse a pintar la mona (o la moda, que es otra forma de pintarla) a Madrid, al corazoneo con los paparazis y los papafritis. Igualito que muchas que por haber presentado en el SIMOF cuatro trapos (copiados, además) van por ahí de diseño flamenco, presumiendo de que son poco menos que Coco Chanel con volantes.

3.-Lo que se parece Lina a la Duquesa de Alba. Una jartá. O a lo mejor es al revés, que la Duquesa de Alba se ha acabado pareciendo a Lina de tanto lucir sus trajes de flamenca.

Al tiempo de la noticia del justo homenaje a Lina en sus bodas de oro con las agujas de los volantes llega la otra cara de la moneda de la moda flamenca: el barquinazo de Roney. Si Lina es la artesanía, el cuidado del primor de lo pequeño, Roney era el símbolo de lo que nos haría falta: la industria que crea riqueza con nuestras cosas. Por una orilla iba Lina con su arte minoritario y por la otra, Roney con su industria de trajes de flamenca en serie. Roney cierra su fábrica del Polígono Amate y presenta suspensión de pagos. Una pena. Las Carlotas dicen que las sevillanas están en crisis. Las sevillanas, no sé, pero en cuanto a los trajes para bailarlas, ahí está Roney, con Ro de Romero y Ney de Neyra, los dos socios que montaron este imperio, que hasta cantaron Los Romeros de la Puebla en la sevillana publicitaria de Paulino González y José Manuel Moya, con arreglos de Manuel Marvizón, que todos nos aprendimos por la radio: «Los volantes con encajes,/cintas o tiras bordás,/cuando te compres un traje/busca marca y calidad./Son puras filigranas/y arte de ley/los trajes de gitana/que hace Roney».

Ea, pues Roney ya no hace más filigranas ni arte de ley. El arte queda en los pequeños talleres, como el de Lina. ¿Es el sino de Sevilla, que aquí no pueda haber industrias de nada, ni de trajes de flamenca? Cuando pase por el barrio de Santa Cruz tengo que mirar las etiquetas de los trajes de flamenca «ad usum turistorum». Seguro que están hechos en China. En China, no en Lina. Así que, ay, Maricruz, Maricruz, Maravilla de industria, cuídate, que como cantaba Juanita Reina, «de las de peina y volantes,/qué pocas vamos quedando». (Y menos que vamos a quedar).

 

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