Macarena, Carmen y Reyes son tres amigas sevillanas que se conocen desde que estaban juntas en el colegio. Reyes en un curso mayor, pero Macarena y Carmen, en el mismo. En un colegio de monjas, entonces en pleno centro, no como ahora, tan lejos que no veas el trabajo que les costó encontrarlo cuando las llamaron para celebrar las bodas de plata de su promoción.

Desde el colegio, las tres amigas están casi siempre juntas. Se ven y se frecuentan. Se pasan las horas muertas hablando por teléfono cada noche. Van juntas a las rebajas y al cine, y a merendar chocolate con calentitos, por mucho que engorde, que luego tratan de echar los kilos fuera en el gimnasio del club, al que van también juntas cuando lo manda el cumplimiento femenino de la Pascua Florida según Sevilla: esto es, antes de la Feria, para poder caber en el traje de flamenca; y antes del veraneo, para no enseñar demasiados michelines con el bañador en Punta o Chipiona.

Macarena, Carmen y Reyes se saben las respectivas historias familiares como si fueran su propia vida: cómo le va con la mujer al hijo que se casó el año pasado; cómo capea la crisis la empresita del marido; por qué ese niño se ha empeñado en hacer el curso de Erasmus en Suecia, con las penalidades que puede pasar allí y el dinero que le va a costar a los padres, estando en Sevilla lo bien que está, que tiene de todo. Cuando Reyes va al médico y le mandan unos análisis, Macarena sabe al momento no solamente cómo está de colesterol, sino si anda mejor que ella o peor de la cosa del calcio, que con la edad que van teniendo le preocupa muchísimo: «Hijas, tenéis que haceros una densitometría, deberíais ir a mi doctora, aunque no sea de Sanitas».

Y si ningún asunto familiar le es ajeno a ninguna de ellas, que no tienen secretos para las amigas, ni les cuento los problemas. Es que los viven las tres como si fueran propios. Por ejemplo, el paro de la hija mayor de Carmen, la que hizo en la Olavide eso de ahora de Derecho más Económicas, que fue una estudiante magnífica, de matrícula, que encontró una colocación estupenda, pero que, hija, con esto de la crisis, la empresa donde trabajaba quebró hace dos años, de las primeras que presentaron suspensión de pagos, y ya hasta ha dejado de cobrar el paro. Y con dos niños chicos que tiene y separada como está, pues ya me contarás. Reyes y Macarena se han convertido en el INEM para la hija parada de Carmen. Han tirado de todas sus amistades, pensado cualquier recomendación para encontrarle empleo. Pero nada. No hay forma de que la muchacha encuentre trabajo. Ya van por Fray Leopoldo de Alpandeire. Sí, porque desconfiadas de lo humano, las dos amigas de Carmen han recurrido a lo divino para ayudarle a encontrar trabajo para su hija. Macarena le dio a Carmen una estampa de Fray Leopoldo de Alpandeire, el capuchino tan milagroso, que le trajo de Granada una amiga muy devota que va cada año por febrero a su tumba. Le dijo:

—Tú rézale a Fray Leopoldo, que es muy milagroso y seguro que le encuentra trabajo.

—¿Más que San Judas Tadeo?

—Mucho más, ¡dónde va a parar!

Puestas en la estampería del santoral, Reyes abrió entonces su bolso, sacó su monedero y le dio otra de un santo rarísimo, que no conoce nadie. Relamidísimo. Y Carmen, que no se corta un pelo, le dijo:

—Hija, ¿cómo voy a pedirle nada a este santo, con la pinta de mariquita que tiene? Que me perdone el buen hombre, pero, mira, más que rezarle a los santos de estas estampitas vuestras, yo voy a dejarme de cuentos y voy a ir directamente al Gran Poder, que me merece más confianza.

Y fue a rezarle al Gran Poder y a pedirle por su hija. Hoy hará dos viernes. El caso es que a la hija de Carmen la llamaron el otro día de una empresa donde mandó el curriculum. El lunes entra a trabajar. Si sabrá Carmen la confianza que le merece el Gran Poder...