ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Ya no hay plaza de toros en Sevilla

Se decía hasta ahora que Cádiz era la única capital andaluza de provincia sin plaza de toros. La plaza de toros, a la orilla del mar, sólo queda en Cádiz como un topónimo del callejero popular. A la zona de la Plaza de Asdrúbal, donde se alzaba el derribado coso, los gaditanos la siguen llamando «la Plaza de Toros», igual que los sevillanos nombran como Puerta de la Carne o Puerta del Arenal al recuerdo de esas puertas demolidas hace siglo y medio. Yo creía eso, que Cádiz era la única capital andaluza sin plaza de toros. Estaba equivocado. Sevilla tampoco tiene plaza de toros. No, no me he bebido media piscina de rebujito y tengo una tajá como un mulo. Sevilla tenía plaza de toros, pero se ha quedado sin ella. Al menos con tal nombre ha desaparecido en la forma de nombrarla la gente. De unos años a esta parte todo el mundo la mienta con el mote de «la Maestranza». Nadie dice que va a los toros, o a la plaza de toros, o a la «plazalostoros», que es como la llamábamos, no: dicen que van a «la Maestranza». Las corridas no se dan en la plaza de toros, sino en la Maestranza. No se triunfa en la plaza de toros de Sevilla, sino en la Maestranza. Aunque en la Puerta del Príncipe, junto a las cadenas, ponga en letras de bronce «Plaza de Toros», eso debe de ser un infundio que le han levantado al coso, al que menos unos cuantos todo el mundo llama ya sólo «la Maestranza».
Y miren ustedes: una cosa es la Maestranza y otra es la plaza de los toros de su propiedad. La Maestranza es la Real Maestranza de Caballería, el cuerpo nobiliario propietario de la plaza. Y la plaza de toros es dicho coso, donde se dan las corridas, vamos. Por el prestigio del Real Cuerpo, por cursilería, por horterada, por moda o vaya usted a saber por qué, la Maestranza, que cuida y mima la plaza de su propiedad, le ha borrado el nombre. También la Monumental de Madrid tiene dueño que trinca por el pisoplaza, la Comunidad Autónoma, pero nadie dice que las corridas de la Feria de San Isidro se den en La Comunidad Autónoma, sino en Las Ventas. Como aquí, si no se hubiera impuesto esta cursilería (cursilería maestrante, naturalmente) hablaríamos del Arenal, o del Baratillo, como antiguamente. Nada, la Real Maestranza, que vive de la plaza (si no, ¿de qué?), le ha borrado el nombre al Arenal, al mejor cahíz de tierra del mundo y a su plaza de los toros.
¿Lograremos que se vuelva a hablar del coso del Baratillo o simplemente de la «Plaza de Toros de Sevilla», como ponía en los viejos carteles que Acuña imprimía con sus tipos móviles de madera en su taller de la calle Placentines? Hasta esta vieja fórmula de encabezamiento de los carteles ha sido cambiada en la publicidad de la Empresa Pagés, que anuncia «Toros en Sevilla». «La Maestranza» llamaban los empleados de la plaza al palco donde los maestrantes ven los toros, al palco del teniente, al palco de convite, a esa parte de la sombra alta. No a la plaza toda. Ya no. Para los cronistas, los toreros debutan «en la Real Maestranza de Caballería», toma ya, como si jurasen pleito-homenaje al Rey y entrasen de caballeros. Cortan orejas «en la Real Maestranza», como si toreasen en el salón isabelino de la casa que Aníbal González labró para el Real Cuerpo. Y a todos los que van a los toros los estampillan de maestrantes, sin probar los cuatro apellidos: «público maestrante», «tendidos maestrantes», «aplausos maestrantes». Por mí como si hablan del bombón helado maestrante, de la cocacola maestrante o de las avellanas maestrantes, pero eso ha sido siempre la plaza de los toros. Y lo de «silencio maestrante» me suena a La Quinta Angustia, que es de silencio y donde salen de nazarenos los maestrantes. Mejor hablar menos de la Maestranza y más de la plaza de los toros. En la que, en efecto, había antes ese silencio y no se escuchaba, como ahora, el chasquido maestrante de las pipas maestrantes de girasol maestrante que come el público maestrante en las tardes maestrantes de aburrimiento maestrante, ¿será por maestrantes?

 

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