ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


San Telmo ya es un museo

Como una muñeca rusa, es la foto del rebujito del rebujito. La ha enseñado Zoido, que está en todo, y que, como la lechuza del chiste del loro, se fija mucho. Llamo la foto del rebujito a un retrato tomado en una caseta de la Feria, donde aparece el rebujito de Monteseirín, Espadas y Torrijos dándole al rebujito. Menudo rebujito: el Alcalde Merkamueble, el Alcalde Ikea y el de la pipa. La catástrofe va siempre toda para el mismo lado, que decía Jesús de las Cuevas, citando los ensayos de los armaos de Arcos. Y sobre esta foto, Zoido ha construido su teorema. Que se formula así: «Torrijos=Espadas». Y por tanto, Torrijos+Espadas=Alcaldía de Monteseirín: más de lo mismo. Como lo de «si vis pacem, para bellum», si quieres que en Sevilla siga mandando el de la pipa, vota a Espadas. Frase que suena a novela de espadachines de Pérez Reverte:

—¡Voto a bríos, voto a Espadas!

—No votes a Espadas, por la salud de mis niños, que entonces sigue mandando el de la pipa.

Esto del Teorema de Zoido no lo he inventado yo. Se le ha ocurrido a mi dilecto Carlos Navarro Antolín. Aquí pagamos siempre derechos de autor, no vaya a venir Tedy Bautista en plan cobrador del frac y tengamos que recurrir a mi apoderado Joaquín Moeckel para que nos saque del Sevilla 2 (Atlético de Madrid, 0, como deseo a los palanganas en la final de la Copa).

El Teorema de Zoido llega el día en que Arenas anuncia que si por una vez y sin que sirva de precedente le ocurre igual que a su tocayo el presidente del Consejo de Cofradías, esto es, que gana las elecciones, San Telmo será un museo. ¿Ah, pero San Telmo no es ya un museo? Claro que San Telmo es ya un museo. Aunque montaron en la casa de Blas Infante en La Puebla el llamado Museo de la Autonomía, San Telmo, de por sí, es el verdadero Museo de la Autonomía, el Centro de Interpretación (como ahora se dice) del disparatón que ha sido la utopía esperanzada de la autonomía administrada por esta partida de incompetentes derrochones.

San Telmo es el museo de los incumplimientos. La Infanta María Luisa lo legó en su testamento a la Iglesia, con el fin de que fuera Seminario Diocesano. Papel mojado. La Iglesia cogió, y pese a la valiente, firme y documentada oposición del canónigo don Francisco Gil Delgado, se lo vendió al partido del aborto. San Telmo es, pues, el museo de cómo se las gasta con el poder la jerarquía de la Iglesia de Sevilla. O al menos de cómo se las gastaba el Emérito, que le gustaba un socialista más que un pañuelo por la cabeza a la concejala mora de Gines.

San Telmo es el museo del despilfarro. Los curas lo tenían que daba pena, cierto. Había que restaurarlo. Pero una vez. No dos veces. ¿Cuánto costó la primera restauración? Ni se sabe. ¿Para qué la segunda restauración, ahora acabada? Para gastarse 58 millones de euros. Y eso que dicen (ay, qué risa, Infanta María Luisa), que el precio de metro cuadrado restaurado ha salido como si fuera una VPO: a 1.000 euros.

San Telmo es el museo del nulo respeto a los monumentos. En esta ciudad donde Urbanismo y Patrimonio te crujen si construyes un trastero en la azotea, ellos sí pueden hacer lo que quieran y cargarse lo que sea, enseguida iban a dejarle a un particular poner unas setas en la Encarnación. Si conocían el edificio y no quieren que les dé ahora un infarto, no entren.

San Telmo es el museo a la megalomanía de Chaves. Que nunca lo habitará. Y luego hablan de Bono. Para vivir allí con Antoñita, Chaves se hizo este chalecito de nada: 22.000 metros cuadrados de superficie construida y 18.000 metros cuadrados de jardín. Menudo adosado con parcelita se ha encontrado Pepe en lo que Pepote le compró aquí al Amigo.

San Telmo es, en fin, el museo del millón de parados andaluces, el museo de nuestro farol de cola en la economía española, el museo de la ineficacia. El museo de lo que pudo haber sido y no fue. O sea, de la autonomía.

 

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