Desconocedores que quizá a esas mismas horas estaba muriendo en Madrid nuestro catedrático de Literatura en la vieja Facultad de Letras de silencio y patio de pilistras que Rogelio Reyes ha evocado en su perfecto obituario de discípulo, el otro día Jacobo Cortines y yo recordábamos a don Francisco López Estrada en la Casa de las Dueñas, donde Cayetana nos había reunido en un almuerzo simpático en torno a su mesa inigualablemente adornada con las buganvillas de sus patios de cal, albero y esterones. Recordábamos la tarea de López Estrada como animador de la vida literaria sevillana, en los años de las revistas poéticas «Aljibe», «Rocío» o «Guadalquivir», con Aquilino Duque, Juan Collantes, Manuel Mantero, Reyes Fuentes y Julia Uceda. Recordábamos su extensa y varia obra, desde sus estudios sobre la novela pastoril a la «Introducción a la Literatura medieval». O su tarea de revalorización de contemporáneos andaluces. Recordé a Jacobo Cortines que a mí don Francisco, en su seminario de Literatura, me dejó como lectura imprescindible la edición en Insula del prosario de un amigo suyo de Antequera. El autor se llamaba José Antonio Muñoz Rojas. El libro, «Las cosas del campo». Cualquier cosa. La misma figura de Romero Murube le debe mucho a López Estrada. Frente a olvidos del centralismo y a su «pecado de amor» por Sevilla, el mejor Romero Murube fue rescatado y revalorizado por López Estrada en su antología de verso y prosa. Como Rafael Laffón. López Estrada preparó «La rama ingrata», la gran antología del Laffón clásico y del Laffón ultraísta, que le valió el Nacional de Literatura.

De López Estrada saltamos Jacobo Cortines y servidor a hablar del azar de las famas literarias, comentándole yo lo poco valorado que estaba Manuel Sánchez del Arco, el de «Cruz de Guía», frente a su tocayo y colega Manuel Chaves Nogales. Entonces Jacobo, con su elegante distanciamiento como británico, que quizá recibió de otro maestro común que tuvimos, el padre Lorenzo Ortiz, S.J., me dijo:

—Para tener fama y fortuna literaria, en España es más que conveniente que seas rico, homosexual y de izquierdas. Si eres lo contrario, pobre, heterosexual y de derechas, vas dado. Piensa en cualquier figuroncillo de la vida literaria de Madrid, de los que valoran los progres, que verás que cumple las tres condiciones. Y han de ser las tres.

—Sí, porque ya ves Rafael de León —le dije—. Era rico y homosexual, pero como era de derechas, ya ves lo que lo valoraron en vida: nada.

Ricos de izquierda. Al hilo de aquella gratísima sobremesa con Jacobo Cortines, pienso que es muy difícil que el Gobierno acabe poniendo ese impuesto especial para los ricos que ha anunciado en plan de amagar y no dar. ¿Cómo le va a poner un impuesto especial a los suyos? ¿Cómo le va a poner un impuesto, qué digo yo, a Bono, como ha señalado Esperanza Aguirre, o a Felipe González, que se codea con las grandes fortunas sudamericanas y vive como un marajá? ¿Cómo le va a poner un impuesto especial al riquísimo Pedro Almodóvar, que tiene su dinero en una Sican, el invento de ingeniería fiscal y financiera donde los ricos ponen a producir sus euros y sólo tienen que pagar el 1 por ciento de impuestos? ¿Cómo le van a cobrar el impuesto especial a los riquísimos Ana Belén o Miguel Bosé?

Ricos de derechas ya apenas quedan. O son compañeros de viaje, palmeros y agradadores del PSOE, para seguir siendo ricos (y si quieren doy una lista de empresarios sevillanos), o están tiesos, breados ya anteriormente a impuestos. Los ricos ahora son de izquierdas, porque, si no, no los dejan ser ricos. Rafael Atienza, que es el mejor escritor británico que tenemos en Sevilla, dice que lo de «nuevo rico» es pleonasmo, que todos los ricos son nuevos, porque los ricos antiguos están todos ya absolutamente tiesos.