ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La Sevilla catetita del Corpus

Gloriosamente catetita. Cuando llega el Corpus Christi, esta fiesta grande que tiene nombre de parroquia de La Palmera con misa oficiada por don Ángel Martín Sarmiento, Sevilla se representa a sí misma. Es ella misma. Sin complejos. Por unas horas, la ciudad a la que quieren disfrazar de Düsseldorf trata de parecerse a sí misma, en un gran teatro, una gran representación. Los ritos que la ciudad comenzó a vivir ayer tarde, con impaciencia de cofrades y de sensibles vestidores de imágenes, me parecen como un gran auto sacramental. El mejor y mayor auto sacramental que nunca se representó en teatro alguno. Qué mejor teatro que la ciudad soñada, presentida, añorada, perdida, revivida, que vuelve a existir apenas durante unas horas, las que van desde que ayer tarde pusieron el primer repostero en una fachada colgada de la Cerrajería hasta que hoy, ya con el sol alto, con toda la calor antigua de chaquetas blancas y abanicos de Casa Rubio, vuelva a Los Terceros el paso de La Cena, de regreso del Palacio Arzobispal en esta mañana en que a partir de las 12 los tambores y las cornetas suenan como desparramados por la ciudad, como una sorpresa, GPS prodigioso que le recalcula a tu corazón dónde puedes encontrar un trozo de la quevedesca Sevilla que en estos ritos efímeros permanece y dura.

Hoy Sevilla se parece a Sevilla. Todos entregan la cuchara de las setas y las pieles sensibles ante la idea de Sevilla que tienen los que se resisten a perderla. Resistencia. Quizá hoy sea una fiesta de resistencia cívica de la Sevilla que se resigna a morir, por más que la quieran matar. En una sociedad cada vez más descreída y laica, cuando no militante del ateísmo y del anticlericalismo, Dios en la calle. Y como hace calor, Dios se echa «a Cuerpo» a la calle, como en el inolvidable verso de Rafael Laffón. Se ha parado el tiempo. No queremos ser ciudad universal. Queremos ser ciudad particular, catetita, nuestra, íntima como el olor del romero o el doblón que el asistente entrega a los seises acabado el baile de autoridades. Ay, qué guasona es la ciudad tradicional que se resiste a morir, a que la disfracen de lo que no es, ni quiere, ni debe ser. Si me permiten un prosaico inciso en esta meditación catetitamente lírica que corresponde a la festividad del día, el de hoy antes de que salga la Custodia sí que será «baile de autoridades» propiamente dicho. Más que nunca. De autoridades civiles y eclesiásticas. Menudo baile de autoridades: el último Corpus del alcalde y el primero del arzobispo. Yo daría algo por saber lo que van pensando los dos protagonistas del baile de autoridades cuando caminen tras el Dios de la Custodia por las calles de la vieja carrera, a la sombra de las velas. ¿Qué irá pensando el alcalde, cuando vea que hay una ciudad que resiste, que no tiene nada que ver con lo que se ha inventado, que ésa sí que es cateta, la de las peatonalizaciones, las setas, los bancos de Ikea, el tranvía y el centro convertido en un parque temático para el turismo? ¿Y qué ira pensando el arzobispo, cuando por vez primera vea esta ciudad veraniega echada a la calle, afirmando todo lo que en España ahora negar se suele, como la fe, la existencia de Dios, la primacía de los valores religiosos sobre el relativismo del Todo Vale? ¿Le cogerá el arzobispo a Sevilla el respeto que el alcalde saliente, aún conociéndola, le perdió hace muchos años?

Sé que habrá quien tache de rancia y caduca a esta Sevilla catetita del Corpus que anoche, hasta las mismas tantas, gozó de las vísperas más que hoy de la fiesta y que sólo se echa a la calle cuando suenan tambores y cornetas, y huele a azahar, o a romero, o a nardos. Pues sí, es una Sevilla rancia y caduca. Gloriosamente cateta. ¿Passssa algo? Hay que pedirle prestada la palangana a Pilatos, y preguntarse: «¿Qué es la verdad de Sevilla? ¿La Sevilla catetita de hoy o ese disfraz mucho más cateto de las moderneces obligatorias con el que quieren estampillarla de un Düsseldorf absurdo con Corpus y cofradías?

 

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