ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los Gran Poderes de plaza y taxi

Este artículo me lo da hecho Rosa Perea, a quien felicito por los cuatro añitos que acaba de cumplir su editorial Jirones de Azul, en la que ha publicado con tanto éxito sevillanísimas pesadillas de cofrades o gubias sublimes que eligió Dios para empadronarse en la collación de San Lorenzo. Del Gran Poder precisamente va la cosa. Nadie mejor que Él para estrenar hoy este odre nuevo para las viejas soleras del recuadro y pedir su protección para que nos siga otorgando el favor de los lectores. Empiezo a escribir el recuadro de toda la vida en este nuevo formato y, la verdad, tengo la sensación de que lo tecleo en las setas de La Encarnación, ofú, cuánta modernidad, Dios mío de mi alma, con lo bonito que es que todo sea lo que parece y parezca lo que es, antes de la presente dictadura de los diseñadores.

Desde el teclado de lentejitas de su elegante blackberry de Casa Meguerry, Rosa Perea me ha puesto desde Ayamonte un mensaje que es, como verán, este artículo a falta de fundirle la cera. Me dice: «Vaya pedazo de foto (de 1m x 0,70m) que tiene mi pescadera del mercado de Ayamonte del Moreno de San Lorenzo, con los ojos de hambre, como dice Eusebio León, y con la túnica de los cardos. Le he tenido que dar un par de chillíos». Es que El Moreno de San Lorenzo, al que la junta de su hermandad no le gusta que le digamos El Cisquero, humanísimo nombre con que lo veneraban los costaleros del muelle, con sus ojos de tiniebla, es para chillarle. O para llorar. O para pensar, como hago ahora, que el Gran Poder es un GPS divino que marca las fronteras de la influencia de Sevilla. ¿Hasta dónde llega Sevilla? Pues hasta donde haya en un mercado, en una mercería, en una oficina, en una casa, una foto enmarcada del Gran Poder, una estampa, un viejo grabado. Por los confines del antiguo territorio del Arzobispado de Sevilla, de Aracena a Arcos, hay viejas casas rectorales o cillas del Cabildo que tienen en su portada el azulejito de la Giralda y las dos jarras de azucenas que aún señala la hispalense propiedad. Los cuadros populares del Gran Poder vienen a ser una puesta al día de esas cerámicas. Azulejos de riada que nos dicen: «Hasta aquí llegó el agua de la devoción por el Señor».

A mí los Gran Poderes de plazas de abasto que más me gustan son los de marco imitando el carey de la Cruz de las Penas de San Vicente, con una lámina renegría como cordón de viejo rociero, llena de cagás de moscas, donde El Moreno está con su túnica blanca. Viendo estos cuadros en el mercado de cualquier pueblo andaluz, yo me echaba un concurso de chillidos con Rosa Perea delante del Gran Poder de Dios. Y en esas plazas de los pueblos, como si fuera la de Marqués de Pickman o la del Tardón, la viejecita que lleva a su Gran Poder en el monedero de pagar el cuarto de boquerones, con los retratos de los nietos. ¿Y los Gran Poderes de las estampas del salpicadero y de los parasoles que llevan los taxistas? Pero no aquí: en Madrid, saliendo de Atocha, he tomado muchas veces taxis con ese Gran Poder en el salpicadero. Gran Poderes de los mercados, Gran Poderes de los taxis que son una protestación de fe. Como el Gran Poder es Dios, ya ven: está en todas partes.

 

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