ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


A Rogelio, sobre las Lágrimas

Lágrimas de San Pedro, naturalmente, querido Rogelio Gómez, excelentísimo señor tabernero mayor del Reino de Sevilla que te ganaste la Medalla del Trabajo con el esfuerzo, la tenacidad y la humildad nobilísima del currelo en los cuatro cantillos de la prodigiosa esquina de Jimios con Gamazo, donde tu Arenal de Torre del Oro en el escudo de Santander, oh noble jándalo, se hace Plaza Nueva, y donde cada Martes Santo asistes a la lección magistral que da entre lirios un Divino Catedrático que viene desde la Universidad.

La presente, querido Rogelio, cuidador de la Flor de Toranzo que recibiste del ejemplo del babi azul marino y el cuchillo de cortar jamón de tu padre, el inolvidable y bético Trifón, es una carta de felicitación. Esta noche, cuando den las 12, cumplirán 25 años tus restauradas Lágrimas de San Pedro. Parece que fue ayer, pero era 1983 cuando haciendo caso a lo que recordé en nostalgias de papel, pusiste un oficio al Cabildo Catedral para que te autorizara a que por tu cuenta y pagándolo de tu bolsillo, los chavales de la Banda del Sol pudieran rescatar del olvido el toque de clarines que hasta que murió el capellán real don José Sebastián Bandarán se oía cada 29 de junio desde la Giralda, en el sonido de los soldados del Regimiento de Caballería Sagunto 7.

Te dieron entonces, querido Rogelio, la callada por respuesta. Un sevillano cualquiera se hubiera dado por vencido. No sabía el Cabildo Catedral que eso no ocurre con los hombres de montañesa nación, con los tenaces pasiegos. Y un año y otro, cuando se acercaban los días de la luz más larga y, con ellos, la fiesta de San Pedro, salía de la calle Jimios otra carta para el Cabildo firmada por un nobilísimo tabernero, pidiendo la venia para rescatar los toques de las Lágrimas. Así fue como, ahora hace 25 años, lo conseguiste por fin, tenaz, esforzado, sevillanísimo Rogelio. El Cabildo te autorizó a que seis clarineros del Sol subieran al montesinesco cuerpo de campanas de la torre mayor el 29 de junio, y por tres veces, para que el metal de sus clarines proclamara, como el Apóstol, la Verdad a los cuatro vientos. Entró entonces en liza otro capellán real, don Federico María Pérez-Estudillo Sánchez, vulgo el Padre Estudillo, que no sólo había movido hilos dentro del Cabildo para la venia sino que recordaba la olvidada melodía de las Lágrimas. ¿Se la inventó? Es tan torera, tan clarín de la Maestranza a lo divino, que para mí que el muy currista Padre Estudillo, capellán de la plaza de los toros, se la inventó. Mejor. Esos clarines de San Pedro significan que va a salir al cielo de Sevilla el toro del verano y que los vencejos van a cambiar de tercio para que suenen cohetes de Velá.

Esta noche, poco antes de las 12 y del primer toque de San Pedro, querido y excelentísimo señor don Rogelio Gómez, sé que una inmensa multitud, lo menos ocho o diez personas, asistiréis a una misa en la Capilla Real para dar las gracias a la Virgen de los Reyes y pedir por el alma de los restauradores de las Lágrimas que, como Don Federico, ya no están. Por aquel tiempo, en 1986, el maestro mayor de fábrica Maese Alonso Ximénez acababa de restaurar la Giralda. Pienso ahora, 25 años más tarde, que la Giralda no se terminó de restaurar de verdad, querido Rogelio, hasta que con tu tenacidad montañesa y tu generosidad sevillana salvaste el patrimonio inmaterial del sonido de las Lágrimas de San Pedro, para que sus clarines nos anunciaran que ya está en la plaza el toro del verano.

 

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