ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Odia al coche y multa a su dueño

En la vieja cárcel de Ranilla había una lápida...

—¿Hasta en la cárcel dejaba deudas la gente?

No, no era una lápida como la del Rinconcillo, cuya tiza de los tiesos han emborronado lágrimas de coroneles por la muerte de su dueño y mantenedor, Carlos de Rueda. La de Ranilla era lo que en sevillano antiguo se decía «un mármol». Procedía de la vieja cárcel del Pópulo, la de las medievales mazmorras, que persistió con sus miserias en la calle Pastor y Landero, donde hoy está el Mercado del Arenal, hasta que tras la proclamación de la República en 1931 fue asaltada por los manifestantes tricolores para liberar a los presos. Entonces la cárcel se trasladó a Ranilla, y si mal no recuerdo, fue inaugurada como Directora General de Prisiones por Victoria Kent, tía de la actual generación de O´Keanes. Aquella lápida del Pópulo trasladada a Ranilla tenía cincelada la conocida frase de Concepción Arenal: «Odia al delito y compadece al delincuente».

Cuando haya jornada de puertas abiertas en el Ayuntamiento tengo que entrar al despacho del alcalde, porque seguro que allí tiene que haber una lápida...

—Pues te diré cuál es esa lápida: el Ayuntamiento debe 522 millones de euros según unas fuentes y 700 según otras. Traduzco: por lo menos 86.000 millones de pesetas.

Pero no es esa lápida, la de las deudas del dinero despilfarrado tan alegremente, la que iré buscando. Es una que tiene que haber con el lema que les marca su política de la chorrada de la Ciudad de las Personas, del disparatón de la millonada gastada en Carril Bici, de la máquina de estrechar calles y quitar aparcamientos y de todas estas barbaridades con las que se están jartando con Sevilla, que lo aguanta todo porque los vecinos tragamos y No Passsa Nada. Tiene que estar esa lápida. Cortada por el mejor cantero de Macael y cincelada por el mejor marmolista de frente a San Lázaro. Y en ella, el lema que es norte de su política de cargarse a Sevilla, de disfrazar al centro de Düsseldorf y de convertir a la ciudad en un inmenso parque temático para uso de turistas y desolación de vecinos. La lápida que digo seguro que tiene que decir así:

«Odia al coche y multa a su dueño».

De otra forma no se explica esa saña, esa sistemática persecución del coche. ¿Qué les han hecho los coches a estos señores para que los odien de esa forma y hagan la vida imposible a los conductores? Lo que faltaba era la Veneciación o Aveneciamiento del Centro. Sí, convertir todo el centro en vedado para coches, como si aquí hubiera canales. Como en Venecia, pero sin vaporeto y sin góndolas. Todo a pie. ¿Por qué no se va a poder entrar en coche al centro, y si eres residente o dueño de una plaza de garaje vas a tener que presentar más papeles que legajos hay en el Archivo de Indias? Hablando mal y pronto: ¡qué joía barbaridad el cierre total del centro de la circulación! Y encima el alcalde dice que la medida favorecerá al turismo, para lo que habrá que «cambiar las costumbres del ciudadano». Y digo yo: ¿por qué no dejamos las costumbres de los ciudadanos tal como están, que están divinamente, y cambiamos mejor al alcalde?

 

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