ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Voz del tendido con nostalgia

Esto de abrir El Recuadro a las contribuciones de los lectores es como lo del Feisbú, pero en papel y con más paladar. Abierto el correo para las prohibiciones y para la calle Francos, no se pueden ustedes imaginar los textos tan hermosos que los lectores me mandan. Vamos, que hablando de mandar, muchos de ellos me mandaban a los albañiles si escribieran aquí todos los días. O me mandaban a descansar, como hoy hace don Federico Pozo, que nos da el trabajo hecho, con un texto lleno de nostalgias y de recuerdos de toda una generación.

«Desde la lejana Huelva donde vivo hace treinta y tantos años —nos dice el señor Pozo— acepto su invitación de enviarle los recuerdos infantiles de mi cercana Sevilla, y a vuelapluma le mando esbozos de mi niñez y adolescencia en la calle Almansa, frente al callejón de la puerta trasera de Los Tres Reyes.

»Por las Pascuas, los corrales de pavos en los soportales del Mercado de Entradores, realizados con cajas de madera para que no se escaparan y los pudiéramos contemplar los niños a la salida del colegio, pensando en la que se liará en casa cuando compren uno, lo amarren con una guita por una pata en la azotea, le echemos pan duro para comer y le llenemos el lebrillo con agua limpia todos días, en espera de que nuestro heroico padre en víspera de Nochebuena diera buena cuenta de su pescuezo y después la tata pacientemente lo desplumara:

—¡Niño, salte de la cocina, que vas a poner toa la casa perdía de plumas!

»Ver por esas fechas de las Pascuas al guardia municipal en el cruce del Paseo Colón con El Barranco con su casco en forma de escupidera blanca en la cabeza, dirigiendo el tráfico y rodeado de los regalos navideños, botellas de Machaco, cajas de polvorones, etc., hasta con un pequeño cerdo, vivo por supuesto, recuerdo.

»Ver pasar a los picadores montados a caballo camino de la plazalostoros y que venían de la fonda de Los Gabrieles (léase en sevillano “Grabieles"), frente a la Estación de Córdoba, camino de la corrida.

»Los carros de batea tirados por un propio que se llevaban todos los enseres, incluidos colchones y vajilla, para la estación, que vamos a veranear camino de Rota unas veces, de Punta Umbría otras, previo transbordo en la canoa.

»El paragüero o el latero, arreglando varillas de paraguas o echándole un culo al jarrillo de lata de ir a comprar la leche recién ordeñada a la lechería.

»Antonia la de las tortas, cuando semanalmente venía por todo el barrio con su canasto de mimbre forrado de blanca tela, a traer las tortas y las bizcochadas de Inés Rosales desde la vecina Castilleja de la Cuesta.

»Cuando por la mañana veíamos bajarse del tren las mulas con sus angarillas, cargadas de pan de Alcalá para el reparto: "Hoy es domingo y no viene el panadero, lo compramos en San Buenaventura y después vamos a misa, que estará el Padre Patero para confesarnos". Así era nuestra infancia...».

Y así son los maravillosos lectores que tengo, que con los textos que me envían sobre «el esplendor de gloria de otros días» hacen que muchos repitan a leer estas evocaciones de las vacaciones: «Vaya veraneo de doblarla poquito que se está pegando usted...»

 

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