ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


González de bueno y Guerra de malo

Llámale Equis. O la fábula de Equis y Zeda, para que sea como el poema de Gerardo Diego, título que por cierto cuadra bastante con esta historia. Se trata de hablar de Equis para que nos olvidemos de Zeta. Por si nos faltaran chuminadas de los apellidos por orden alfabético (o por el sistema Heraclio Fournier de la carta más alta, da igual) para distraer la atención del personal sobre los 4,5 millones de parados y sobre la deuda pública de caballo, viene González y saca su máquina particular de echar cortinas de humo y la pone a funcionar a todo gas, para que sigamos cavilando sobre todo, menos sobre lo que debemos.
A mí me han rejuvenecido bastante las insólitas declaraciones de González a bordo de su propia obra, esto es, en un Ave. Sus paisanos sevillanos siguen recordando a González como el que les puso Madrid a dos horas y cuarto, con el Ave del 92. Que González se pusiera a largar ante Juan José Millás en el Ave Madrid-Barcelona y viceversa es como si un faraón hiciera unas declaraciones desde lo alto de su pirámide. Aunque si esas declaraciones, como se dice allí, han sido «in itinere» de alta velocidad, ¿cómo se explica la alta veracidad de la entradilla a la entrevista? Esa entradilla dice: «Felipe González habla cargado de razón al modo en que las pistolas hablan cargadas de balas. Quiere decirse que más que pronunciar las palabras, las dispara envueltas en el humo del Cohíba». Para los fumadores perseguidos hasta el catre, en las declaraciones hay un asunto mucho más importante que lo de volar por los aires a la cúpula de la ETA: ¿cómo se puede ir en el Ave de Madrid a Barcelona envuelto en el humo del Cohibas? ¿No está prohibido fumar? ¿O al que trajo las gallinas del Ave a España se le permite que fume?
Y junto al humo del tabaco, el del incienso. El botafumeiro que sacaron el otro día en Santiago para la peregrinación de Benedicto XVI es nada al lado del atufamiento de incienso que está recibiendo González por parte de los suyos, del Vicetodo al abecedario de Pepe Bono: «Felipe ha sido el mejor presidente, de la A a la X». Con la de letras que hay en el alfabeto, ¿no podía Bono haber elegido otra que no fuera la señorial X de los GAL para rematar su ditirambo?
Pero decía que el comentadísimo recital de ego de González me ha rejuvenecido bastante. Me ha parecido que volvíamos a los tiempos del felipato, de aquella pareja de «niños sevillanos» que llegaron al poder, Felipe y Guerra. Cuando estaban los dos en La Moncloa, todo el mundo decía que Guerra era el malo, el perverso, el peligroso, y que Felipe era el bueno, tela de buena persona. Casi en solitario, mantuve justamente lo contrario: que el cacho de pan, letrada y machadiana hogaza, era Guerra; y que con quien había que tener cuidado, pero bastante, era con González, que iba de perverso, pero disimulón. Tan falso, que había convencido a los españoles de su bondad y de la maldad de su segundo. Si leen con detenimiento las mentadas y comentadísimas declaraciones, verán que servidor estaba en lo cierto: hay muchas frases de González que son un autorretrato de la maldad. La mayor de todas, quizá, que tras haberlo dicho aquende los mares, ha vuelto a insistir en ellas, como un desafío, allende la mar atlántica, en Cartagena de Indias, esa frase terrible sobre la Goma Dos de Estado contra los etarras: «Todavía no tengo resuelto si era lo acertado o no».
Y decían entonces que Guerra era el malo y Felipe, el bueno...

 

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