ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los ingenieros del 6 de enero

Esto de «Los Ingenieros del 6 de Enero» no es una chirigota de famosos que esté ensayando para el Falla, aunque evidentemente el asunto es de chirigota y de tomar a chacota porque, en caso contrario, es para hartarse de llorar y mentarle sus castas todas a las directivas sobre juguetes de la Unión Europea. Los Ingenieros del 6 de Enero son los padres que ayer por la mañana comprendieron que los Reyes Magos se quedaron cortos en la carta que antier les ponían aquí en el recuadro, donde avisaban que para la Mañana de la Ilusión hicieran provisiones de pilas AAA, AA, C, D y 9V, e incluso de las antiguas de petaca, y que tuvieran prestos los destornilladores de estrella. No hablaban los Reyes de algo más complicado aun que tener pilas en casa un día de tiendas cerradas: el desembalaje y montaje de los juguetes.
Hasta ahora había algo único en la mañana del 6 de enero: ver la carita de alegría de los niños al encontrarse con los juguetes que les habían dejado los Reyes. Pero con las instrucciones de seguridad y sanidad para los juguetes, ahora hay algo nuevo, también único: la llantina que cogen los pobrecitos míos cuando no pueden abrirlos y, en el caso de que hayan podido liberarlos de sus cartones y plásticos, ven que no eran como salían por la tele, sino que hay que montarlos. Y tiene también un ver la cara de los padres cuando los niños, entregándoles el juguete de su ilusión, dicen:
— Papá, ábreme esto, papá, esto no funciona... Los fabricantes de juguetes dejan en pañales a Ikea. La mañana mágica de la Epifanía se ha convertido para los padres en un suplicio. Montar un sofá de Ikea está tirado al lado de lo difícil que es, no digo ya poner las pilas a un juguete, sino...¡sacarlo de su caja! Hay que ser por lo menos ingeniero de Abengoa. Las cajas de los juguetes vienen cerradas con unas cinchas de plástico duro, duro, que uno se las ve y se las desea para cortarlas. Y dentro de la caja, una vez abierta, se encuentra el padrazo con el juguete amarrado con unos alambres que no hay cortafrío que los suelte. ¿Pero es que la muñeca se va a escapar, por mucho que ande sola? Si no tiene las pilas puestas, ¿cómo va a andar?
¿Y la odisea de las pilas? Acertar dónde está el sitio donde hay que colocarlas ya es de nota. Y los dichosos tornillitos. El destornillador de estrella que hay en la caja de herramientas que compramos por el teletienda siempre es gran-de: se necesita uno más fino, porque por este agujero no entra. Y una vez puestas las pilas, otra vez apretar los tornillos... para comprobar que aquello no anda: pusimos mal la polaridad de las puñeteras pilas. ¿Por qué este interés en que los niños no puedan sacar las pilas de los juguetes? ¿Cuántos kilos de pilas y durante cuántas horas tiene que chupar un niño para que una pila le haga daño, joé?
¿Y las instrucciones? Vienen en francés, en ingles, en portugués, en alemán. Hasta en griego. ¡Lo difícil que es encontrar la versión en español! Que no sirve de nada, porque parece que están en chino: «Accione la pestaña A hasta ponerla en posición B y luego gire la perilla de control remoto sin oprimir la palanca de alineación». ¡Los muertos del fabricante! Hay que ser Ingeniero de la NASA para no dar un disgusto a las criaturas. Ya digo: los Ingenieros del 6 de Enero. Como que a los padres que consiguen que todos los juguetes de sus niños funcionen el mismo día de Reyes es para nombrarlos directamente consejeros de Industria de la Junta.
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