ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Bailan los seises de Carnaval

En el frío silencio de una luz que barrunta primaveras, cuando han dado las cinco y media en el reloj que parece que llevan con una leontina los heraldos del crucero que portan a Colón con los pies por delante, bailan los seises. El más secreto, íntimo, delicado baile de los seises entre todo su almanaque eucarístico y concepcionista. Ahora no hay una bandera blanca y celeste en lo alto de la torre mayor, como cuando en la octava de la Purísima. Ahora no huelen aún las calles a romero y están desmontando en la calle Francos los escaparates de uva, custodia y trigo, como cuando la octava del Corpus. Bailan los seises en las vísperas del Miércoles de Ceniza, oh, dulce amado, sacramentado, y su canto es como el primer azahar que brota en las voces de sombrero a la chamberga, como el anuncio de esta primavera que será de jacaranda y magnolio cuando haya pasado la plata de la custodia bajo las velas de la Plaza.

Bailan los seises en el que ahora llaman «Triduo Preparatorio a la Cuaresma». Qué le gusta a la Santa Madre Iglesia cambiar los nombres de nuestra fe, ponerlos cursis. Como eso de «celebraremos la eucaristía» en vez de «habrá una misa». Parece que a los curas les han prohibido pronunciar la palabra «misa», con lo bonita que es. Y con los seises de Carnaval, igual. Éstos que bailaron el domingo, que ayer bailaron y hoy volverán a hacerlo antes que entierren la sardina, toda la vida de Dios fueron los Seises de Carnaval, qué triduo preparatorio ni triduo preparatorio. Y digo toda la vida de Dios porque estos tres días de seises en la inmediatez del Miércoles de Ceniza se establecieron en 1695, ayer por la mañana, según manda testamentaria del caballero veinticuatro y calatravo don Francisco de Contreras y Chaves, que legó sus bienes a la Catedral para que en los días de Carnaval se celebraran estos cultos eucarísticos en desagravio a Dios sacramentado, por los pecados, ofensas y blasfemias de la gentuza durante el Carnaval.

Estoy en la Catedral, vacía, con los cuatro gatos que tienen paladar para estas íntimas tradiciones de Sevilla, y pienso que hogaño, más que nunca, de triduo preparatorio a la Cuaresma, nada. «La uva y el trigo/en sus entrañas sienten/ goces divinos» cantan los seises, porque sus voces entonan un desagravio. A la antigua usanza. Coplas divinas contra las coplas blasfemas que se han escuchado hasta en la salita de casa, traídas por la televisión, fuera de su contexto gaditano. El desagravio de la protestación de fe de Sevilla. Copla y contracopla. Cantan los seises en reparación a Dios, y yo sé que es por los que no saben lo que hacen, no son de aquí y osan levantar la mano contra El Que Está en San Lorenzo y todo lo puede. Cantan los seises en desagravio al Señor, y yo sé que es por algunos de aquí de Sevilla que se las dan de graciosos, que blasfemaron con sobrasada contra el Cuerpo de Cristo, que ofendieron la memoria del santo fundador de los Salesianos, en la demagogia fácil de esta burda ola de laicismo que se pone medallas burlándose del Papa, de los curas, de cuanto huela a religión, porque de transgresores han pasado a despreciables servilones de la dictadura de lo políticamente correcto. Mira como a Alá y Mahoma no le tienen que hacer ningún desagravio. Porque no se atreven ni a nombrarlos. Lo fácil es... Lo fácil es decir que estos seises bailan como preparación a la Cuaresma. No: estos seises de invierno bailan en desagravio a Dios y a la religión por las ofensas de los imbéciles en Carnaval. Danza y contradanza. Copla y contracopla. Venid, ruiseñores, porque sí saben lo que hacen. Por eso lo hacen.

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