ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Tó pa ná

Con esta última no sé si mamarrachada o gilipollez del Gobierno, de poner los 110 kilómetros por hora como velocidad máxima, me he acordado de Pepe Luis Vargas. Pepe Luis Vargas es un pundonoroso torero ecijano, que retirado por el cornalón que habré de referir, se dedica ahora en cuerpo y alma a animar la escuela taurina de su natal Ciudad del Sol, donde con gran ilusión va sacando chavales que despuntan en algo tan difícil como ser matador de toros. Pepe el Manteca me dijo en Cádiz una vez, cuando le pregunté por el cartel de un novillero que se anunciaba en su tienda del barrio de la Viña gaditano:

—Este es uno que quiere ser torero. Pero eso es más difícil que llegar a obispo. ¿Usted no ha visto la cantidad de chavales que se van al seminario porque tienen vocación? Bueno, pues de todos esos, nada más que uno llega a obispo. Y a figura del toreo, menos que los seminaristas. ¡No llega ni uno de todos estos novilleretes!

Esa dificultad la sabía Pepe Luis Vargas, torero valiente y luchador, que se encontró en toda su carrera con las que ahora llaman «corridas duras», en las que intentó el triunfo para hacerse figura. Y para serlo, en la Feria de Sevilla de 1987 se jugó el todo por el todo la tarde del 23 de abril, en que no había tenido suerte con su primer toro de Bernardino Jiménez, y cuando iba a salir el segundo, reseñado con el nombre de «Fantasmón», cogió el capote y se fue para la puerta de chiqueros, para recibirlo a portagayola. Se puso doblemente genuflexo ante el portón de los sustos, extendió el capote, le hizo un gesto al torilero y salió el quinto de la tarde, que, haciendo un extraño, se llevó al pobre de Pepe Luis Vargas por los aires. Le atravesó el muslo derecho y le partió la femoral. De su pierna brotaba un caño de borbotones de sangre cuando lo llevaban a la enfermería, a pesar del torniquete que el banderillero Rafael Sobrino le hizo con el corbatín. Durante tres horas, el doctor Ramón Vila lo operó a vida o muerte en la enfermería de la plaza, con un terrible shock hipolémico. Cuando Pepe Luis Vargas despertó de la anestesia, pronunció tres palabras que deberían estar grabadas con letras de oro en la historia del pundonor torero y que me las han recordado ahora los tumbos, ocurrencias y pamplinas del Gobierno: «Tó pa ná».

Cuanto está haciendo este Gobierno tarambana y alobado desde que empezó la crisis es como aquel cornalón de Pepe Luis Vargas: tó pa ná.

Prohíben ir a más de 110 kilómetros por hora en las autopistas y autovías. Tó pa ná.

Antes, suspendieron el cheque bebé y la ayuda especial a los parados. Tó pa ná.

Zapatero anunció a bombo y platillo el milagroso bálsamo de Fierabrás del Plan de Economía Sostenible. Tó pa ná.

Hicieron la supuesta Reforma Laboral a trancas y barrancas, tras muchas negociaciones con los estabulados sindicatos perceptores de subvenciones. Tó pa ná.

Se gastaron qué se yo cuánto en el Plan E y tiraron el dinero arreglando siete mil millones de aceras. Tó pa ná.

El ministro titular de la Cartera de Ocurrencias nos regaló una bombilla de bajo consumo por cada factura de la luz. Tó pa ná.

Y así todas las medidas, todos los palos de ciego, que no han logrado acabar ni con el paro, ni con la crisis, ni con la poca vergüenza del Gobierno. Tó pa ná. Como Pepe Luis Vargas, pero sin pundonor, sin valentía, sin grandeza. Mientras no se vayan, tó pa ná.

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