ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Tsunami Torrente

No conozco otro Segura que el de la zarzuela «La Parranda»: «En la huerta del Segura,/ cuando ríe una huertana/ resplandece de hermosura/ toda la huerta murciana». En todo caso no conozco otro Segura que el muy monárquico Cardenal Segura, el que llevó a las Hurdes a Alfonso XIII y a Gregorio Marañón, el que fue arzobispo de Sevilla y le echó dos... báculos a Franco, impidiéndole entrar bajo palio en la Catedral y prohibiendo que el público saludase al falangista modo a los Cristos y Vírgenes por Semana Santa, brazo en alto. No sé casi nada de este tal Santiago Segura que según él hace «películas de entretenimiento y cachondeo» con el cameo de todos los friquis de este Reino, y que me parece como un doble de Paquirrín. Si yo fuera segurólogo, podría responderme a la pregunta del millón, o sea, de los 8 millones de recaudación en la taquilla durante el primer fin de semana de exhibición de su última peli: ¿quién se parece a quién? ¿Paquirrín a Santiago Segura o Santiago Segura a Paquirrín? ¿Es acaso Paquirrín el hijo secreto de Segura? ¿O es que se dejan los dos la calva según los consejos del mismo estilista?

Como habrán advertido por estas preguntas, no conozco nada de Segura. Es más: no tengo ningún interés por conocerlo. Tengo a Segura en la nómina de famosetes que me ponen de los nervios, que son como un espejo cutre, casposo, tendencioso y por descontado progre de esta nación. En la estantería de los señores que no me interesan absolutamente nada tengo colocado a Segura en el mismo anaquel que a Buenafuente, a Wyoming, a Pedro Almodóvar, a Javier Bardem y a la madre que lo parió, que representan todo lo que muchos odiamos del muy subvencionado cine español.

Por eso me aterra este Tsunami Torrente que está asolando a España. No me explico que haya habido 1.100.000 españoles que se hayan dado tortas en los multicines por ver una de las 600 copias de «Torrente 4» que se exhiben en toda nuestra patria. (Sí, he dicho patria: ¿pasa algo?). Tengo que alegrarme, empero, con la compensación de que no conozco a nadie que haya ido a ver «Torrente 4». Como verán, elijo bien a mis amistades y allegados. Por el contrario conozco a muchos amigos que, como servidor de ustedes, no sólo no fueron a ver «Torrente 1», ni «Torrente 2», ni «Torrente 3», sino que hicieron zápin cuando pusieron alguna de estas cintas por la tele, y por descontado que han prometido no poner un pie en cine alguno donde proyecten «Torrente 4», pero, vamos, ni para ver «El discurso del Rey» en la sala de al lado.

Leo un artículo de este señor Segura al que toman por genio y me da el trabajo hecho, porque, defendiéndose de las críticas, escribe él solito todos los adjetivos en que me hace pensar su filmografía, a juzgar por los tráileres y publicidades que no he tenido más remedio que tragarme: guarro, zafio, casposo, grosero... Bueno, pues esto es lo que arrasa en la España de los friquis de guardia en la televisión, de las autoproclamadas princesas del pueblo, de la basura deluxe. Esto es lo que hay. Tsunami perfecto. Torrente arrasando en las carteleras con olas de 8 millones de euros de altura en taquilla, y la catástrofe del Japón haciendo gratis a los ecologistas a la violeta toda la demagogia antinuclear imaginable, como si la central de Garoña estuviera, como los duros antiguos, a la orillita del mar, y mañana mismo la fuera a destruir un tsunami. Porque en el Cantábrico, ya saben, los tsunamis son frecuentísimos. Hay un tsunami cada lunes y cada martes.

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