ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Light, máquina, sin

SOSTENGO que frente a los que dicen que el habla andaluza es un castellano muy malamente pronunciado, donde de verdad nuestra lengua tiene fuerza, gracia, expresividad, vida y capacidad de creación es en esta tierra. Aquí cada día cerrarán más fábricas, pero está siempre a plena producción la factoría de creación y revitalización de la lengua. Ahí sí que no hay concursos de acreedores, barquinazos ni Eres. España entera se sigue nutriendo de las voces que inventan los andaluces, de las palabras que crean, de los usos lingüísticos que consagran. Lo de Andalucía con las palabras viene a ser como lo de Cataluña con las piezas que se changan en las máquinas de domésticas. ¿Se le rompe a usted la lavadora, no? Llama a la casa, viene el técnico, la mira, la medio desarma, y tras cobrarle un pastón sólo por el desplazamiento, le dice:=

—Hay que cambiarle el estabilizador del programador, pero he llamado al taller y no tenemos esta pieza de recambio. Nos la tienen que mandar desde Barcelona.

Con el castellano debe de ocurrir algo por el estilo. Como la fábrica y almacén de palabras está en Andalucía, seguro que cuando se produce una nueva situación o hecho, un invento, una moda, algo que necesite urgentemente una palabra que lo designe, hay quien dice:

—No podemos decirle cómo se llama eso, porque estamos esperando la palabra nueva y exacta y nos la tienen que mandar desde Sevilla.

He pegado el oído al diccionario de la calle y he llegado a la conclusión de que Sevilla está adaptando la lengua a estos tiempos de recortes, reducciones, ahorro y apretarse el cinturón que corren con la crisis. ¿Hay que ahorrar, no? Pues Sevilla le está enseñando a España a ahorrar hasta palabras. Pegue, como digo, el oído en el próximo bar al que entre. Llegan dos chavalas. Se acercan a la barra. Y piden: —¿Nos pone dos lights? Y el camarero, como las balas, viene y,¡plas!, les sendas cocacolas light. ¿Qué ocurre? Pues que como hay que ahorrar, nos ahorramos hasta la palabra Coca Cola, y pedimos directamente una light. La light, por antonomasia, es la cocacola light.

Y en el café, lo mismo. La palabra «café» se ahorra y amortiza completamente. Se pide «uno solo», «dos con leche», «un cortado» o «un descafeinado», con elisión completa de la palabra «café». Economía expresiva a la que Sevilla ha añadido un invento léxico genial: «el máquina». El descafeinado se puede hacer de dos formas: o con leche o con agua caliente. El de agua caliente se hace en la máquina de café. Y de ahí la economía de lenguaje en tiempos de crisis. No hay que decir ni «café», ni «descafeinado»: basta con «máquina». Descafeinado de máquina que admite, a su vez, todas las mismas variantes de elección del café, a saber: solo de máquina, con leche de máquina, cortado de máquina. En un caso curiosísimo de traslación semántica, en Sevilla «máquina» significa «descafeinado hecho con agua».

Y lo del amigo Gambrinus es ya de antología. Me parece que fue Cruzcampo la primera fábrica que lanzó la cerveza sin alcohol. Bueno, pues sobre esas tres palabras, vino la otra fábrica, la sevillana de lenguaje, y la dejó reducida a una sola: «sin». En los bares pedimos «una sin» y «una con», que es ya la maravilla de las maravillas de la economía de lenguaje y de la capacidad de creación expresiva. A pesar de la crisis, la «sin» es la cerveza sin alcohol y no los sin-tabaco, ni los sinun-duro.

 

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