ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Habaneras de la crisis

AUNQUE nunca he estado en Torrevieja, confieso sentir una gran simpatía por esta ciudad marinera de Alicante, a la que tengo que agradecer el que quizá sea el folio más hermoso de los siete mil millones de ellos que llevo escritos en mi vida. Gracias a Torrevieja yo escribí las «Habaneras de Cádiz». Se me ocurrieron una noche de verano, viendo por la segunda cadena de TVE el anual Certamen de Habaneras y Polifonía de Torrevieja. Escuchando aquella noche una habanera tras otra, a cuál más linda, me di cuenta de que la habanera era como un reposado, lento y como voluptuosamente perezoso tango de un coro del Carnaval de Cádiz. Y que venían, por la mar, del mismo común tronco cubano las dos formas musicales: la habanera mediterránea de Torrevieja o de las calas catalanas de la Costa Brava; y el tango gaditano de los coros en la plaza bajo las gaviotas del entoldado cielo nublado de febrero. Adivinado lo cual, fue todo ponerse y recordar La Viña, El Mentidero, El Malecón y la calle Obra Pía, revolviéndolo en una piriñaca con dulzor de guayaba.

Ahora he renovado mi admiración por Torrevieja. Por otros motivos que no tienen nada que ver con la creación de letras de canciones, ni con el bamboleo de aquellas bocas, ni con las olas de la Caleta, que es plata quieta. He visto que la letra de las habaneras, como los locos, los niños y los borrachos, dice siempre la verdad. Los poetas siempre dicen la verdad. La más famosa habanera, que seguro que usted se sabe de memoria, es la que escribió Ricardo Lafuente Aguado y que viene repitiéndose como himno de ese certamen anual de desde 1955. Es aquella que dice: «Es Torrevieja un espejo/donde Cuba se mira/y al verse suspira/y se siente feliz». Bueno, pues Torrevieja vuelve a ser un espejo, donde quien se mira ahora es España, y al verse suspira y se siente feliz. Quizá también con raíz cubana, como la propia habanera, el alcalde popular de Torrevieja, Eduardo Dolón, ha dicho que se acabó la diversión y ha mandado parar el gasto de medio millón de euros anuales que suponía la convocatoria del premio de novela «Ciudad de Torrevieja», que roneaba de tener la bolsa española más sabrosona tras el Planeta: 360.000 euros. Ha dicho el alcalde de Torrevieja, en la mejor habanera de la crisis, que no están los tiempos para gastarse medio millón de euros en patrocinar novelitas, que para eso ya está José Manuel Lara, y que quien quiera cenas literarias de gala, que se lo pague de su bolsillo. Que ese medio millón de euros lo necesita el Ayuntamiento de Torrevieja para reforzar políticas sociales que ayuden «a quienes lo están pasando francamente mal con la crisis».

Por todo esto digo que en esta España que sigue tirando el dinero en lujeríos de nuevos ricos, como si no estuviéramos a cinco minutos de Grecia, es Torrevieja un espejo donde mirarse, para suspirar al ver que al menos quedan algunos reductos de sentido común donde se reconoce la realidad de que no tenemos posición para ir de mecenas estando completamente tiesos. Vienen vientos de Levante llenos de cordura. Rita Barberá suprime la Mostra de Cine de Valencia porque no está el horno para jugar al Oscar. Torrevieja suprime su premio de novela, porque no tenemos posición como para que cada ayuntamiento se ponga a buscar su Ruiz Zafón o su María Dueñas con el dinero que hace mucha más falta para otras necesidades. Es Torrevieja un espejo donde debería mirarse España: no estamos para gastarnos el dinero municipal que no hay en premios literarios que, en el caso de las Vascongadas, encima se los dan a los asesinos huidos de la Justicia.

 

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