ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Una niñatocracia

OJALÁ la final de la Copa Davis, con el talismán (de tu piel me dice) de Sevilla, compense a la ciudad de la imagen de niñateo que estamos dando con el juicio por el asesinato de Marta del Castillo. Con El Cuco y sus feminioides melenas como símbolo, Sevilla está apareciendo ante España como la Capital Mundial del Cani. Canis sanguinarios, fríos, calculadores, que traen en jaque al tribunal como antes a la Policía y al Estado de Derecho. ¡Valiente garantismo de las leyes españolas! Con tres bofetás a tiempo modelo Brigadilla de la Calzada nos hubiéramos evitado este triste espectáculo de los canis pasándose a los jueces de pitón a pitón, y los padres de Marta del Castillo podrían haber llevado a su hija las flores del recuerdo de noviembre en una tumba del cementerio.
Esto ha degenerado en niñatocracia. Aquí hay hasta niñatos viejorros, como Guerra. Nació niñato y morirá niñato. Como ha dicho Zoido, en política sobran niñatos como Guerra. Toda su vida ha sido un niñato y se jubilará de niñato. Hay que ser niñato caricato para desde el partido que defiende la igualdad de la mujer, la libertad del amor y hasta los matrimonios de la piompa levantar contra la juez Alaya un chisme calumnioso y vejatorio, como de vecindona antigua, de beatona de pueblo. Guasa con Tomate. Lo que me quedaba por ver era a Guerra chismorreando vilmente como en «Sálvame Deluxe», y ya lo he visto. Chucho, ¡a «La Noria» con él, como la madre del Cuco! Y mira tú encima quién va a hablar, el Mienmano que tenía las mujeres enchampeladas...
¿Y lo de la botellona, no sigue demostrando que Sevilla es una niñatocracia? Niñatocracia de canis y niñatocracia de pijos. La botellona, como la muerte, iguala a todos. Niñas pijas de Los Remedios se comportan como las canis del Cerro. El alcohol desenfrenado todo lo iguala. ¿Pero es que no se puede uno divertir sin emborracharse? ¿Y es que no puede uno emborracharse en la calle sin tener que dejarlo todo como una pocilga? ¿Pocilga he dicho? Pocilgas hay más limpias que La Alfalfa, El Salvador, el campo de Feria o los alrededores del Casino de la Exposición tras el paso de las hordas canis y pijas. ¿De dónde sacan no digo ya tanto alcohol vendido a menores, sino tantas bolsas de plástico? ¿Es que estos niñatos no conocen para lo que sirven las papeleras y los contenedores? ¿Es que en su casa dejan el comedor o la cocina así después de almorzar?

Las cifras que ayer daba ABC son para pedir pañuelos prestados y echarse a llorar. Cada año, las botellonas de los niñatos (niñatos progres, niñatos fachillas, niñatos canis, niñatos pijos) nos cuentan 3 millones de euros en limpieza. Lo que equivale a que todos los que estamos empadronados en Sevilla tenemos de hecho que pagar un impuesto para la diversión de los niñatos, un IBI: Impuesto de Botellona Incívica. Niñatos de Sevilla y niñatos de los pueblos. Como si aquí no hubiera niñatos suficientes, encima los importamos de los pueblos para que celebren aquí sus botellonas. Les pagamos las botellonas a los canis catetos. Y se las pagamos a los niños del Erasmus, que anda tú lo que están aprendiendo en Sevilla, cuando vuelvan a sus limpísimos países y lo cuenten, esos países donde te echan la perpetua si tiras un papel al suelo... Hagamos cuentas: 3 millones de euros son casi 500 millones de pesetas. Repartidos entre los 700.000 habitantes de Sevilla, salimos a más de 700 pesetas por barba al año para la diversión de los niñatos. Y otra cuenta: con lo que cuesta limpiar la basura que dejan los muy cerdos, cada año se podría restaurar una iglesia abandonada como Santa Catalina.

 

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