ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Al Duque en autobús

DA gusto estar en el paso de peatones de la Plaza del Duque, junto a Zara, y encontrarte que por donde entran a la carrera oficial las cofradías que vienen por Javier Lasso de la Vega y Trajano llegan, uno detrás de otro, dos autobuses, dos, rojos, espléndidos, ejemplares de Tussam con mucho trapío, el 27 y el 32, pregonando en sus tablillas electrónicas los barrios desde donde alcanzan el mismísimo centro: Sevilla Este y Polígono Sur.
Esto, que parece tan fácil, que los autobuses dejen a los viajeros en el mismo centro, no crean ustedes que lo ha sido tanto. Que el 27 y el 32 lleguen al Duque ha sido como el símbolo de que otro modelo de ciudad es posible, distinto, más cómodo y humano que la Sevilla del carril-bici, del tranvía absurdo, de las Setas, de la Torre Pelli, del despilfarro y de las chuminás que diseñaron los que en buena hora se fueron. Modelo que, además, implantaron sin contar ni con vecinos ni con comerciantes, imponiendo las ocurrencias de los afortunadamente rechazados por las urnas Monteseirín & Torrijos Asociados.
—¿Asociados para qué?
—Pues asociados para tirar el dinero y para cargarse a Sevilla como se la cargaron.
No ha sido tan fácil, decía, que los autobuses lleguen al Duque. Para que los autobuses, vehículos democráticos donde los haya, hayan llegado de nuevo al Duque, de donde nunca debieron ser expulsados, tienen que atravesar... ¡la Encarnación! Sí, pasar por el mamarracho de las Setas, que aquellos tíos convirtieron como en sagrado espacio peatonal, intocable. Serían muy laicos y no creerían en más dios que el de sus propios apaños, pero convirtieron en sagrados los espacios peatonales. Los autobuses de los barrios dejaron de llegar hasta el Duque para que no osaran atravesar el sacralizado espacio peatonal de La Encarnación. Esto es lo más contradictorio del mundo: la Iglesia convierte un espacio tradicionalmente sagrado como la Catedral en un museo, y aquel Ayuntamiento de los que no creían en Dios (pero bien que agarraban las varas que les entregaban los capillitones pelotas en las cofradías) convirtió en espacio sagrado una plaza peatonalizada por decreto-ley en homenaje al mayor mamarracho que vieron los siglos, que son las Setas.
Principio quieren las cosas, y me parece todo un símbolo que los autobuses de Zoido lleguen ya donde antes los prohibió Monteseirín. ¿Usted no ve? Para esto sirven los 20 concejales, 20: para empezar a cambiar a fondo el modelo absurdo de ciudad que diseñaron los otros. Para hacer Sevilla más cómoda, más accesible. Y cómoda y accesible se hace con los coches entrando al centro, y con los autobuses llegando al Duque, y con los taxis pasando por O´donnell, sin tener que dar un rodeo enorme si van desde La Magdalena a San Pedro. No sé cómo llamaban a aquel absurdo Movilidad, si en Sevilla no había quien se pudiera mover como no fuera andando.
Espero que el alcalde de los 20 concejales, 20 los ponga encima de la mesa como es menester y siga haciendo una Sevilla más humana y menos ciclista, más rodada y menos peatonal. Que, por ejemplo, devuelva cuanto antes los dos sentidos de circulación a Eduardo Dato y a Luis Montoto. Porque aquellos tíos no pensaban en la gente mayor que está mal de los pinreles y no puede llegar andando al Cortinglés. Así se hace, Zoido: se le da autobús gratis a las personas mayores y encima el autobús los deja en la misma puerta del Cortinglés. Con dos pares de 20 concejales, 20, sí, señor.

 

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