ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Castañas y turrón

NO creo que las cuatro chimeneas del «Titanic» echaran más humo que un solo puesto de castañas en el otoño de Sevilla. Parece que hubieran elegido de pronto a todos los papas de la historia de la Iglesia, qué fumata blanca. Yo no sé a usted, pero a mí me parece, además, que este año hay más puestos de castañas que nunca. ¿Cuántos puestos de castañas hay de la Puerta Jerez a La Campana? ¿Cuántos por la Macarena? ¿Cuántos en torno al Nervión Plaza? ¿Cuántos en Los Remedios? ¿De dónde ha salido tanto puesto de castañas? ¿Cómo todos son exactamente lo mismo, el carrillo de mano reciclado, la amplia batea que sirve de mostrador y de obrador, el fogón de carbón, la chimenea? Tiene castaña tanto puesto de castañas. En Sevilla hemos estrenado este otoño más puestos de castañas que zapaterías o cervecerías, que ya es decir.
En el Madrid castizo del costumbrismo de Estébanez Calderón y de Mesonero Romanos eran clásicas las castañeras iba a decir como tema, pero estoy por poner que incluso como género literario. La castañera era un género literario de Madrid. No había articulista que se preciara, de Ruano a Sassone, que llegado su tiempo no dedicara su ritual artículo a las castañeras, heraldo del invierno, tiritón en las frías esquinas, las manos cubiertas por los mitones. Incluso me parece recordar que Francisco Umbral, el madrileñí que despreciaba a Sevilla y tildaba todo lo de aquí de «sevillí», cuando él en realidad era un valladolí que se fue a medrar a Madrí, anda que si se llega a quedar en «El Norte de Castilla» cualquiera lo hubiera leído... Incluso me parece recordar, decía, que Umbral todos los años publicaba el que titulaba «Mi artículo de la castañera», que era en la Corte algo tan tradicional como el palo anual contra el toreo, por San Isidro, de Manuel Vicent (otro que tal baila, pero en valenciano).
Como Sevilla en sí es un género literario, aquí no se estila el otoñal artículo de las castañeras, y nadie le ha dado la menor importancia a esto de que, con la crisis quizá, los puestos de castañas hayan crecido este año como los gurumelos en la sierra de Aracena. Menos humos echa el hambre. Pero yo no sé cómo hay tantos puestos de castañas, si nunca he visto a nadie comprándolas, sólo al tío vendiéndolas y ajumando calles enteras. ¡Menuda humareda en la Punta del Diamante, entre el tío que vende castañas y el tío que vende incienso! ¿Usted ha visto a alguien comprando castañas en un puesto? Pasa como con los de turrón cuando la Feria. ¿Usted ha visto a alguien comprando turrón en esos puestos de turrón que cuando la Feria proliferan tanto como ahora los de castañas, y que ponen por los sitios más insospechados y alejados del Real, en El Prado, en Bueno Monreal, en República Argentina, en El Tardón? ¿Son acaso los tíos del humeante puesto de castañas los mismos del turrón de la Feria? ¿O son los de esos restaurantes chinos donde nunca se ve entrar a nadie?
Y la inquietante conclusión: si los ponen, es que algo sacarán. Me imagino que hasta el Ayuntamiento les cobrará las tasas correspondientes, más un impuesto ecológico especial quizá, por atufar las calles de humo blanco. ¿Pero quién compra castañas?
—Pues yo se lo voy a decir a usted: los mismos que compran turrón por Feria. Es decir, nadie.
A lo mejor ese humo es en realidad el que echan las cuatro chimeneas de este «Titanic» sin orquesta que cada día se hunde un poquito más y al que solemos llamar Sevilla.

 

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