ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Dos tardes de Diego Puerta

AHORA que Diego Puerta, como una frase hecha de sí mismo, ha cogido puerta camino de la gloria inmarcesible del toreo, yo iba a acordarme de la tarde de «Escobero» en los Miuras de 1960, el 30 de abril. Nunca pasé más jindama en la plaza. Aún tengo el miedo dentro del cuerpo, de ver a aquel miura girón echarse a los lomos a Diego Puerta una y otra vez, medio matarlo cada una de ellas, y Diego ponerse otra vez allí, sin inmutarse, hasta el pitonazo final a dos palmos de la yugular cuando entró a matar aquel miura de 593 kilos. Con razón el doctor don Antonio Leal Castaño le tiró el sombrero y hasta los médicos le tocaban las palmas cuando por su propio pie el de San Bernardo entró en la enfermería donde Angelete le llevó las dos orejas. Adiego Puerta le sobraba lo que le falta a la cobardona Sevilla: valentía. Por eso se le admiraba tanto. A Puerta le chorreaba el valor, que en la medrosa Sevilla es un bien escaso.
Pero yo quiero acordarme de otra tarde para la Historia: la de los Benítez Cubero en la Feria de 1965. Fue todo lo contrario del soneto de Quevedo a Roma. A Roma en Roma misma no la hallaba el peregrino del soneto de Quevedo, y a Sevilla misma, en el toreo según Sevilla, la encontramos los que tuvimos el gozo de vivir la tarde de aquel 29 de abril de 1965 con Puerta, Camino y Romero. Cinco orejas les cortaron los tres a los toros de Benítez Cubero. Más que las orejas, de aquella tarde queda el recuerdo, el sabor, el aroma. Una de esas tardes en que nadie se va de la plaza cuando la corrida terminó, que canta Rocío Jurado. Una de esas tardes en que todo sale tan redondo como el ruedo, como el cielo del Arenal.
Fue el más sonado apoteosis final de una tarde de toros. La foto está en la historia. Dice la frialdad de las hemerotecas que Curro Romero, Paco Camino, el ganadero José Benítez Cubero, su mayoral y Diego Puerta dan la vuelta al ruedo al término de la corrida, los capotes de paseo doblados al brazo, la montera correspondiendo a los saludos, los tendidos hasta la bandera, sin que se mueva nadie. Esta vuelta fue la mejor Puerta del Príncipe que nunca hubo. ¿Estaban dando la vuelta al ruedo de verdad Puerta, Camino y Romero, con Benítez Cubero? No: era el Toreo según Sevilla el que dabal a vuelta al ruedo, el toro de Sevilla el que daba la vuelta al ruedo. La tarde había sido, acaso, un espejo para que Sevilla se contemplara a sí misma. Daban la vuelta al ruedo el Arte (Romero), la Técnica (Camino) y el Valor (Puerta). Es decir, daban la vuelta al ruedo los tres pilares finos que sostienen la Tauromaquia de Sevilla. Y la daba un ganadero que criaba unos toros que no asustaban a nadie, que no eran de uy, sino de óle, los que nos gustan a los sevillanos. Puerta, Camino y... A partir de entonces, se quedó la frase hecha:
—Anda, coge Puerta, Camino y Viti, que eres un pesado...
Quedó la frase hecha, arrefranada, con la base de ese cartel repetido. Sevilla, como era un chiste, no podía cargar la suerte sobre el apellido de aquel de Camas, como Camino, en quien la ciudad tenía ya puestas todas sus complacencias. Fue en aquel tiempo que Sevilla, para no romper la perfección del espejo de su concepción de la Tauromaquia en aquella tarde, echó mano de El Viti para usar el cartel de los Benítez Cubero como frase hecha para decir a alguien que se vaya dando el piro:
—Anda, coge ya Puerta, Camino y Viti...
Puerta era otro San Bernardo distinto al de Pepe Luis, el San Bernardo de la valentía, más torera todavía que el valor, el día que Sevilla se dio la vuelta al ruedo a sí misma. El reloj de la plaza se derritió, como si fuera de Dalí. Si lo recuerdo es porque de aquella fotografía, ay, ya sólo Camino y Romero, qué camino y qué romero, le sobreviven a Sevilla. Puerta abrió ya para siempre con su valor la puerta de los príncipes del toreo de Sevilla.

 

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