ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


¿Lo sabrán explicar?

EN las horas vesperales de las elecciones generales del 20 de noviembre, las que le dieron a Rajoy el triunfo como quien echa colonia con el bote cerrado, oí a mi dilecto Ignacio Camacho una frase genial en una tertulia radiofónica. Estaban hablando de Rubalcaba y el ingenio marchenero dijo:
—Hay algo peor que perder las elecciones del domingo.
—¿Qué?— le preguntó el que picó el anzuelo de su introducción retórica. —¿Qué va a ser? ¡Ganarlas! Le tomo ahora emprestado el talento a Ignacio Camacho para decir que hay algo más difícil todavía que tomar las medidas económicas que inevitable y necesariamente habrá de adoptar Rajoy: explicarlas. Espero fervientemente que así sea. Para que el PP esta vez no tenga el problemazo de comunicación que lo sumió en la más negra de las desgracias cuando estuvo en el poder con Aznar. Los del PSOE son unos magos de la prensa, la propaganda, las relaciones públicas y el restregarte por la cara su superioridad moral, pero, vamos, desde los lejanos tiempos en aquella Helga le llevaba la prensa a un Isidoro que devino en Felipe. Y por el contrario, los del PP son lo más torpe que se despacha en materia de comunicación. Saben hacer las cosas, pero no explicarlas. Que en el mundo en que vivimos es aun peor que no hacerlas o hacerlas mal. Siempre he dicho que un mal texto literario leído por un buen locutor pasa por obra de arte, mientras que un torpe de dicción te coge, ¿que digo yo?, el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías y se lo carga y destroza en su recitado.
La nula capacidad de comunicación, la torpeza de prensa y propaganda del PP me recuerda a un médico con muy buena reputación profesional, pero muy mal encarado que había por Sevilla, hombre muy aficionado a salir en los periódicos y a figuronear, pero con un carácter tan áspero que lo hacía inútil para la lidia. Llegaba el tío a los sitios avasallando y sacando pecho, no saludaba a nadie, pegaba cuatro gritos, y si te decía «¡hola!», era con tal autoritarismo y tan desagradablemente que era para repetirle el plumazo famoso de aquel sarasate:
—Hijo, con una de esas «¡holas!» se hundió el Titanic.
Estábamos un día comentando lo desagradable y maleducado que era el médico en cuestión, lo mal que te decía las cosas, tan ofensivamente, desde su superioridad y soberbia, y alguien lo clavó en una frase:
—Mira, este tío es de los que si te anuncian que te van a regalar cuarenta mil duros, te lo dice de una forma que en vez de darle las gracias no tienes más remedio que pegarle dos bofetadas.
Al PP le pegaron muchos pares de bofetadas por su forma de decirlas cosas, o por ser incapaz de decirlas, cuando Aznar estuvo en el poder. Acuérdense del «Prestige», la que le liaron al PP con lo que, al fin y al cabo, fue un problema de comunicación por el lado del poder y de manipulación por el lado de la oposición. Si aquello no tocaba al bolsillo, sino a los hilillos de crudo, ¿se imaginan la que pueden liarle ahora al PP si le vuelve a ocurrir lo mismo con su endémico problema de comunicación, y no sabe explicar nada? Ojalá el PP tenga ahora una política de comunicación que haga que digamos todo lo contrario que sobre aquel médico sevillano tan ofensivo y desagradable:

—Mira, Rajoy me ha dicho que me va a bajar el sueldo, me va a subir el IVA, el IRPF y la gasolina, que voy a tener que pagar por ir al médico del Seguro y que le va a congelar la pensión a mi madre, pero me lo ha dicho el tío con tal arte que no he tenido más remedio que pegarle dos besos en la boca.

 

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