Ha llegado el cartero y el escritorio, de pronto, se me ha llenado de sonidos de cascos y de cascabeleo de caballos. Por colleras, como en el acoso y derribo, me llegan dos libros llenos de poesía del caballo andaluz, de belleza de nuestros campos. Uno lo ha escrito un coronel de Caballería que ya dio a las prensas dos hermosos libros sobre enganches: don Luis Rivero Merry. Se titula "La guarnición calesera", y es la más completa enciclopedia sobre el modo andaluz, sonoro, multicolor, cascabelero, de enganchar. Mucho ha hecho el coronel Rivero Merry por fijar y dar esplendor a las mejores tradiciones del enganche. Gracias a su iniciativa y a la del Real Club de Enganches, no creo que en ninguna otra parte del mundo haya un parque de coches de caballos tan extenso, valioso y bien conservado como el de nuestra tierra. Y, además, sin que nos cueste un duro de los presupuestos públicos. Pasa con los coches de caballos como con las dehesas donde pastan los toros bravos. Con dinero particular, por afición, los ganaderos de bravo conservan intacto el equilibrio ecológico de cientos de miles de hectáreas de dehesa. Camparen lo que nos cuesta Doñana a los contribuyentes con esas auténticas reservas naturales que son las dehesas de las ganaderías de bravo que pagan unos señores particulares. Y con los enganches, igual. Piensen, por ejemplo, en la exhibición de enganches en la plaza de los toros. ¿Qué capital hay invertido en esas maravillas en perfecto "estado de marcha", como se dice de los relojes en los catálogos de subastas? ¿Cuánto cuesta al año mantener y alimentar esos caballos, pagar los sueldos de esos mayorales, lacayos y mozos de cuadra? Nada de eso cuesta al Estado un duro. Es un espectáculo de belleza y de identidad andaluza que los aficionados al enganche regalan al mundo. Y que tiene como sustento el estudio y el conocimiento de expertos como don Luis Rivero Merry. Si quieren saber del enganche a la calesera, símbolo andaluz, no se pierdan el libro. Y si quieren conocer el venero del habla campera, de cómo se llama cada una de las partes de una guarnición o atalaje, el libro tiene láminas y censos etnográficos deslumbrantes, comparables al ALEA de don Manuel Alvar: pasatirante, lomera, francalete pasarriendas, horcate, anteojera...
El caballo da buena literatura. Me di cuenta leyendo a Villalón y a Halcón, leyendo a don Álvaro Domecq o a Luis Ramos-Paúl. Y ahora, leyendo el otro libro que me trae el cartero, "La sabiduría de un jinete: cabriolas de mi mente", de Ángel Peralta. El Centauro de La Puebla, aparte de rejoneador, es un poeta a caballo: "Cuando torea mi jaca/enmedio del redondel/la rosa sueña un clavel,/el toro piensa en la vaca/y yo con una mujer". Un poeta que inventó la suerte de la rosa con la que una dama le arrojó al ruedo. Ángel la recogió, partió una banderilla, le ató la flor, y dijo a aquella dama: "Para que no se me asusten/en la plaza las hermosas,/a los toros las heridas/se las cubriré con rosas". Es el poeta que escribió aquella sevillana: "En la plaza de la Mancha/y en el patio de cuadrillas/se enamoró mi caballo/de una yegua de Castilla." Una poesía que enlaza con el mejor Villalón: "Sobre mi jaca campera/las marismas recorrí/y tanta belleza vi/que comprendí la eligiera/pá morí el Guadalquivir". Y junto al poeta, el filósofo marismeño a caballo: "La edad vive en la ilusión y no en el tiempo", "La poesía es el traje de gala de la lengua", "Cuando más se valora la vida es cuando menos queda de ella". Y por si todo esto fuera poco para un libro, su tratado "Sobre los aires del caballo de alta escuela". Bendita tierra la nuestra donde los hombres del caballo, como Ángel Peralta, como Luis Rivero Merry, escriben estas preciosidades.