Que no saque
Zoido tanto pecho, porque en Sevilla hay muchos alcaldes.
Según mis cuentas, por lo menos cuatro. Está el Alcalde de
Caballos de la plaza de los toros, cargo transmitido de
generación en generación, como todos los de los empleados
del coso. Está luego el Alcalde de los Negros, que es el
hermano mayor de la hermandad de Los Negritos. Y está el
otro alcalde de la Plaza Nueva. Sí, en esta Sevilla dual por
barroca, en la Plaza Nueva hay dos alcaldes: uno en la que
fue Casa Grande de San Francisco, elegido por los
sevillanos. Y el otro, sin salir de la isabelina Plaza
Nueva, plaza vieja para mí y para Juan Antonio Cavestany, en
otro de los restos que allí se conservan del que fue cenobio
franciscano y luego gran plaza romántica. El otro alcalde de
la Plaza Nueva está en la capilla de San Onofre, que quedó
embutida en la ordenación arquitectónica del XIX tras el
derribo del Convento Casa Grande de San Francisco y la
urbanización de su huerta. El otro alcalde de la Plaza Nueva
es el hermano mayor de la Hermandad de las Ánimas de San
Onofre, al que de antiguo dan el título de Alcalde. Fundada
en época fernandina, este hermandad tiene algo que
solucionaría la pesadez de ver pasar tantísimo nazareno en
Semana Santa: númerus clausus, ¡oh, maravilla! Sólo 40
sevillanos, 40 pueden ser hermanos de San Onofre, y esos
puestos, como si fuera una Real Maestranza de las Benditas
Animas del Purgatorio, pasan con probanza de padres a hijos.
Entren, entren en la capilla de San Onofre, perfectamente
disimulada en la arquitectura civil de la plaza, en cuya
fachada un mármol reciente y reluciente proclama bajo una
Custodia: "Adoración Eucarística Perpetua". Entren, entren y
sientan. Silencio de manifiesto del Santísimo en el colegio,
con los largos velos blancos de las niñas en el patio de la
Doctrina Cristiana. Silencio de monumento eucarístico
conventual el Jueves Santo en las Capuchinas. Desde fuera se
oye el tranvía, los gritos de los niños que juegan, los
pájaros que cantan al atardecer en las altas palmeras.
Dentro, silencio de Sevilla pura. La Sevilla de la Loca del
Sacramento. Una Sevilla secreta e impoluta, de cera roja y
chaqués, de palios para Su Divina Majestad, de procesión
pascual de balcones colgados con mantones de Manila y
colchas nupciales.
Y en el silencio, la memoria me canta el viejo himno del
Congreso Eucarístico de Madrid de 1911: "Dios está aquí,/
venid, adoradores, adoremos/a Cristo Redentor". Cantemos al
Amor de los Amores, porque Dios está permanentemente, desde
noviembre de 2005, en esta Custodia de San Onofre, noche y
día, invierno y verano. Y 600 voluntarios vienen a adorarlo,
a cumplir turnos de vela. Como una guardia de armas a lo
divino en esta garita recoleta que preside la Purísima,
escoltada por San Fernando y San Hermenegildo en el barroco
retablo mayor de Bernardo Simón de Pineda.
Entro en San Onofre, en el atardecer de pájaros y palmeras,
y hay como veinte o treinta fieles arrodillados. Portagayola
de la adoración a Dios sacramentado, una larga cambiada al
laicismo. ¿He dicho cuerpo de guardia de los adoradores?
Quizá mejor Corpus de guardia. A mí el interior de la
capilla de San Onofre, donde Dios se echa a Cuerpo en este
interior de Sevilla con Custodia, me ha olido a juncia y a
romero. Si siempre es Domingo de Ramos en el bronce de la
palma de la Giralda, siempre es Corpus de juncia y romero en
la secreta, callada, valiente adoración de la Custodia, Arfe
en miniatura, seises sin violines, uva y trigo de la fe, en
la capilla de San Onofre. Ya se han callado los pájaros.
Hace un frescor de mañana de chaquetas blancas. Ahora se
oyen las campanas de la Giralda y hasta suena "Corpus
Christi" en la Banda de Soria...
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