Que hayan
nombrado a un Domecq, todo un señor del vino, para presidir
el Consejo Regulador del Jerez es tan lógico como si
pusieran al señor Kleenex a presidir el Consejo Regulador de
los Pañuelos de Papel, al señor Cello a presidir el de las
Cintas Adhesivas o al señor Nokia a presidir el de los
Teléfonos Móviles. Con mayor propiedad todavía. Lo de Jerez
es como si el Consejo de los pañuelitos lo presidiera el
señor Kleenex Renova, el de las cintas adhesivas el señor
Cello Scotch y el señor Nokia Samsung el de los teléfonos
móviles. Porque el Consejo Regulador lo va a presidir
Beltrán Domecq Williams, mi querido antiguo compañero de
cuarto en el Colegio Mayor Aquinas de los Dominicos en la
Universitaria de Madrid, donde estudiaba Químicas para
hacerse lo que es y ha sido: enólogo. Beltrán es Domecq por
parte de Pedro Domecq S.A., o sea, de La Ina y de Río Viejo,
y Williams por la parte de Williams&Humbert, o sea, de Dry
Sack y de Canasta. Hasta el punto de que alguien podrá creer
que Beltrán Domecq Williams, más que hijo del jerezano
Beltrán Domecq González y de la inglesa Anne Cristinne
Williams, es hijo del Dry Sack y de La Ina.
Villalón dijo que el mundo se divide en dos grandes partes:
Sevilla y Cádiz. Podía haberse fijado también en la Frontera
de entrambos mundos y decir que Jerez se divide en dos
grandes hemisferios: Domecq y González Byass. El Consejo,
que anduvo en un glorioso tiempo en manos de los González,
llega con Beltrán a los Domecq. A algo más que a los Domecq:
a esa Inglaterra importadora de vinos que le sale a Jerez en
cuanto rascas un poco y le quitas a sus caballos los
enganches a la calesera. Al Jerez que se viste de inglés en
la sastrería de García en Gibraltar. Al Jerez que entronca
tanto con Pemán como con Shakespeare. Beltrán Domecq es,
aparte de algo tan importante para la tele como cuñado de
Bertín Osborne, medio británico: los caballos de Primo
Álvaro enganchados a la inglesa.
Es sobrino de mi inolvidable Dagmar Williams, la refinada y
culta inglesa que vivía en el castillo de Arcos, madre de
Santiago Mora-Figueroa Williams, el marqués de Tamarón,
diplomático que fue nuestro embajador en Londres y de quien
siempre tengo una duda con respecto a Rafael Atienza,
marqués de Salvatierra. No sé quién es el mejor escritor
inglés que tenemos en España, desde luego marqués: si el de
Tamarón o el de Salvatierra. Beltrán, por los Williams,
entra en la saga de su adorado abuelo Guido Dingwall-Williams
(de Williams&Humbert, of course), un personaje legendario de
las bodegas, que fue capitán de las tropas de Su Majestad
Británica en la guerra del 14 y de quien la BBC podría hacer
una serie que dejaría en pañales al "Downton Abbey" o al
"Regreso a Brideshead", porque tendría al fondo los pinares
de La Barrosa y los caballos de rejoneo. Beltrán admira a
este abuelo Guido, como a un bisabuelo Alexander de quien en
el Aquinas me contaba apasionantes historias de la Guerra de
los Boers. Como adora a su tío José Ignacio Domecq González,
al que llamaban "La Nariz". Si han visto la foto de Beltrán
venencia en mano habrán quizá pensado, como yo, que Tío José
Ignacio le dejó en herencia La Nariz... y todos sus saberes
de enología. Y adora a su padre, de quien dijo cuando
presentó su libro "El Jerez y sus misterios": "El Jerez ha
estado en mi alrededor desde que nací. Mis padres procedían
de dos familias bodegueras y ejercían siempre como
embajadores, ya sea en casa o en el extranjero. Mi padre
viajaba siempre con cajas de vino de Jerez por si donde iba
no las hubiera, además de como regalo para sus anfitriones,
pero yo tiendo a pensar que era lo primero". Querido
Beltrán: entra en la bodega de la mejor Inglaterra que es
Jerez, coge la venencia y lléname esta copa para brindar por
ti, gran señor del vino. Como decías en el Aquinas: "¡Viva
España y Jerez...y los tapones de Barea!"
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