Antes había
apenas dos señoras de familias bien, habilidosas para la
cocina y trabajadoras, que para remediar la ruina que
padecían desde al menos dos generaciones decidieron montar
un catering. Primero en la propia cocina de su casa,
haciendo almuerzos para los comedores de presidencia de
empresas importantes en las señaladas ocasiones en que un
consejero, primo de ellas o amigo de la familia, quería
ayudarlas. O preparando comidas para la casa de amigos que
celebraban un bautizo sin querer quedar mal, como si lo
hubiera hecho todo su cocinera. Gracias a lo trabajadoras
que eran, el negocio les fue bien y pasaron pronto a montar
el catering como empresa, dándose de alta en Hacienda y
pagando el IVA. Habían descubierto la floreciente industria
del catering. Del catering elegante, claro. Del catering de
casa bien. Porque hay otra clase de catering, el industrial,
que no tiene nada que ver con las cenitas simpáticas en casa
o el bautizo del niño de Cristinita, sino más bien con el
rancho cuartelero, como son los que dan las comidas de los
colegios y centros de trabajo o los restaurantes que
remedian su ruina sirviendo por las casas.
¿Cuántas señoras de casa bien hay ya en España que tienen su
catering como negocio perfectamente organizado y que han
salvado la ruina familiar con su trabajo? Cientos. Negocios
elegantísimos mantenidos por una clase social en la que
hasta ayer por la mañana estaba muy mal visto que las
señoras bien trabajaran. Cuando Natuca Romero-Toro, la madre
de Ana y Nati Abascal, fue la primera señora que abrió una
butic en Sevilla, no vean la que largaron... ¿Una señora
trabajando, y teniendo que atender a cualquiera que entrara
por las puertas? Pues ya ven cómo han cambiado gracias a
Dios las mentalidades. Ahora parece lo más normal del mundo
que una señora de casa bien se gane la vida como cocinera
por lo fino. Cocinera de catering elegante, pero cocinera al
fin y al cabo.
Como los camareros de tal tipo de catering. Copiando la
costumbre americana de que los estudiantes se busquen un
trabajito a tiempo parcial para sus gastos y para no tener
que vivir del sueldo que le dé la familia, suelen servir
este tipo de catering chicos y chicas de casas bien, con
unas pintas estupendas, educadísimos, que saben servir
divinamente porque han visto en su casa desde chicos cómo
los criados les servían la mesa. La maldición del trabajo
para las clases sociales elevadas ha pasado a la Historia. Y
cada fin de semana, por bodas, bautizos, comuniones, puestas
de largo, peticiones de mano, bodas de oro o plata y
cumpleaños ejercen como camareros, con su chaquetilla
blanca, sirviendo platos y copas o la barra libre final,
cientos de muchachos que están casi todos en el "Elenco de
Grandezas y Títulos Nobiliarios" como herederos de coronas o
secundones de grandes casas. En una cenita simpática servida
por un catering tela elegante de casa bien, si el muchacho
camarero que te sirve no se llama Borja es porque se llama
Rodrigo, el hijo de ïñigo. Y si la chica camarera no se
llama Almudena es porque es Victoria, la hija de Begoña.
Los horteras nuevos ricos saben de la elegancia social de
este tipo de catering y para aparentar lo que no son
encargan en ellos todas sus cuchipandas. Hasta tal punto,
que una señora que fue a la boda con pretensiones de la hija
de unos nuevos ricos, espantosa, comentaba cuando le
preguntaron cómo lo pasó:
-- Hija, fatal. Una gente sin clase ninguna, todos de medio
pelo, con dinero, pero cursilísimos. Lo único elegante era
el catering, que lo servía Gadea. Con decirte que no
conocíamos a ningún invitado, nada más que a los camareros
así como nosotros que servían las mesas... Tú sabes, a
Borjita, a Victoria, a la niña de Mencía, a los hijos de
Jimena, a Marcos, a Beatriz...
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