ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Salir a fumar

 Los legisladores que aprobaron la Ley Antitabaco no sospechaban cómo habrían de cambiarnos la vida.
-- Ni el dinero que le iban a hacer gastar inútilmente a los dueños de los bares y restaurantes, obligándoles a hacer zonas acotadas para fumadores, con obras, que luego no sirvieron para nada, porque en una segunda tacada prohibieron los tíos que se fumara en cualquier lugar público. Claro, como ellos no tenían que pagar nada de su bolsillo...
Con la Ley Antitabaco nos cambiaron la vida porque convirtieron a los fumadores en sospechosos. Ni a los comienzos del Sida, cuando era mortal de necesidad, trataban a los enfermos del VIH con tanto recelo y temor como ahora a los fumadores. Los fumadores son los apestados de nuestra época.
-- No, no son los apestados, son los apestantes. Porque hay que ver la peste que echan con el cigarrito dichoso. Yo estoy encantada con que no dejen fumar ya en casi ningún sitio.
Pues yo no, porque estoy a favor del tabaco en tanto en cuanto estoy a favor de la libertad. Más leña contra el alcohol, que estamos criando generaciones de jóvenes cirróticos, y menos contra el tabaco es lo que hacía falta. Fumar es como practicar un deporte de riesgo, no sabes de dónde te va a venir la bronca. A mí, como El Piyayo a José Carlos de Luna, los fumadores me dan pena y me causan un respeto imponente.
Pero en los restaurantes me dejan perplejo. Esa nueva norma de urbanidad que se ha creado, que si eres fumador no es de mala educación levantarte de la mesa a mitad de la comida e irte cuando estás con unos amigos. Lo hemos aceptado. El tabaco será muy malo para la salud, pero las leyes antitabaco son fatales para la educación. Es que no falla. Estás en una comida simpática con unos amigos en un restaurante y cuando ya todos hemos terminado el segundo plato (o el plato único con esta modita dichosa de las "entradas al centro"), viene el camarero y dice:
-- De postre, ¿qué les pongo a los señores? -
En ese mismo instante, ordenada la tarta San Marcos, y el pionono de Santa Fe, y el tocino de cielo con nata y el a mí me va usted a poner un menta poleo, es cuando media mesa se levanta, a la voz de:
-- Perdonad, pero vamos a salir a fumar...
Y por muy interesante que fuese la conversación, por muy grata que fuese la reunión, si eres no fumador allá que te dejan en la mesa más solo que la una. Si no hay muchos adictos a la nicotina, pasa: sólo quedan dos sillas vacías. Pero a mí me ha ocurrido que se ha tenido que quedar conmigo un fumador, de guardia, para acompañarme, mientras se iba a la calle a encender su cigarrito y a disfrutarlo ¡la mesa entera! Salir a la calle a fumar cuando se está comiendo en un restaurante será cumplir la Ley Antitabaco, pero es incumplir la suprema ley de la buena educación levantarse de la mesa a mitad de la comida.
Llegué un día tardecito a almorzar a un restaurante y vi que estaban todas las mesas vacías. Le dije al metre, ante la desolación:
--¿Qué, la crisis?
Me respondió:
-- Qué crisis ni crisis... ¡La Ley Antitabaco! Las mesas están llenas, pero es que han salido todos a fumar mientras servimos los postres. ¿No ha visto usted la bulla de fumadores que hay en la puerta, al lado del cenicero grande de oficina que hemos tenido que poner?
Y las amistades tan buenas que se hacen y lo que se liga fumando a la puerta de los restaurantes...

 

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