Hubo un
tiempo en que podía hacerse en Sevilla una Galería de
Aragoneses Ilustres con mando en plaza. Era arzobispo el
Cardenal Bueno Monreal, de Zaragoza. Dirigiendo "El Correo
de Andalucía" y animando el cotarro civil, el cura José
María Javierre, de Lajana (Huesca). Y como presidente del
Colegio de Médicos, el neurocirujano don Pedro Albert
Lasierra, de Huesca, que en aquella época de fin del Régimen
cambió muchas cosas, empezando por los avances de su
especialidad en el Virgen del Rocío. El doctor Albert empezó
a abrir cabezas como nadie se había atrevido, ¿verdad, Paco
Trujillo, su discípulo amado? Tenía hasta leyenda urbana.
Como cinematográfica, de "Apocalipsis Now":
-- Albert ha estado como médico con el Ejército de los
americanos en el Vietnam, y se ha hartado de operar allí
cabezas abiertas, por eso tiene tanta práctica y es tan
bueno.
No fue en el Vietnam, fue en Yakarta. Pero sí en la guerra.
Albert era uno de los últimos médicos con leyenda y con el
Don por delante, en la Sevilla de don Pedro Castro, don
Gabriel Sánchez de la Cuesta, don Antonio González Meneses,
don Antonio Piñero Carrión. Un aragonés de Huesca, que hizo
de Sevilla su tierra querida y de Tarifa su paraíso del
buceo. Una eminencia en la cirugía de cabeza y de columna y
en algo que le costó muchos disgustos: su valiente
contribución a la democracia. No cuando fue teniente de
alcalde del PP, de 1983 a 1985, dando la cara frente al PSOE
del rodillo de Felipe González. Entonces ya estaba tirado
ser demócrata, y a Albert no le iba lo facilón. Era
demócrata mucho antes, cuando estaba prohibido, en la
dictadura. Cuando había que jugársela y que dar la cara por
la libertad. Entonces, como presidente del Colegio Médico,
Albert contribuyó con valentía y honestidad a la lucha por
la democracia. Este mérito civil del Doctor Albert luego se
le reconoció, cuando Javier Arenas le impuso la Gran Cruz de
esa Orden en el edificio cartujano llamado El Mojoso, en el
mismo acto en que hizo Excelentísimos Señores del Trabajo al
Maestro Araujo y a Rogelio el de Trifón. Tuvo suerte Don
Pedro en la ciudad desagradecida. Pudo ver su nombre en los
azulejos de una calle, junto al río, a la espalda de la
avenida de Alberto Jiménez Becerril. Don Pedro alcanzó en
Sevilla la inmortalidad del Radio Taxi, cuando desde la
emisora dicen:
-- ¿Quién rinde para Pedro Albert? --
A Pedro Albert no lo rendía nadie: independiente, tenaz,
valiente, aragonesamente tozudo si quieren. Era un hombre
libre, un liberal que no se casaba con nadie y siempre decía
lo que pensaba, le costara lo que le costase. Cuando el
ministro Pepe Solís Ruiz vino a inaugurar Traumatología de
García Morato, todos los jefes de servicio, al saludarlo, le
hacían aduladores elogios del centro y de la Sanidad del
Régimen. Cuando Solís le dio la mano, Don Pedro le soltó:
-- Señor ministro: este centro es una porquería...
El ministro lo llamó a Madrid al día siguiente. Creyó Don
Pedro que era para meterlo en la cárcel o para destituirlo
como jefe de servicio. No era para eso. El ministro le dijo:
-- Ya que usted dice que Traumatología es una porquería, le
nombro director para que arregle aquello.
Y lo arregló. Y lo convirtió en un centro modélico,
trayéndose a los mejores especialistas de España. Un señor
en una ciudad de truhanes y en una política de aprovechados.
Una vez que le dije todas estas cosas en este recuadro, me
puso una carta lentísima en la que me decía: «Quiero
agradecerte los juicios que atañen a mi persona. De ellos
quieres destacar las virtudes democráticas que siempre han
guiado mis acciones. Creo que no deben considerarse como
algo que deba ensalzarse. Sinceramente pienso que en mí, y
desearía que en muchas personas, fueran virtudes tan
normales que cuando se ejerzan no se noten».
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