Si
borráramos todo el resto del año, si sumergiéramos el tiempo
en las aguas del río como un viejo buzo trianero y nos
quedáramos con una madrugada y dos madrugones, no solamente
seguiría existiendo Sevilla, sino que tendríamos la clave de
la mejor ciudad. La madrugada es la única de la primavera
que convulsiona la ciudad toda, en torno a una Zancada y a
una Sonrisa. Los madrugones son estas mañanas en que la
ciudad amanece como la bandera azul de la torre mayor el día
de la Purísima, libre de ataduras, de envilecimientos.
Libre. Ella. Son las dos mañanas de los madrugones: madrugón
del Corpus para oler el romero del Dios que se echa a Cuerpo
para estrenar el verano de Sevilla; madrugón del verano
pleno de la mañana de la Virgen. ¿Habéis pensado esto que
acabo de decir, la mañana de la Virgen? ¿Habrá mañanas
bellas en Sevilla, mañanas de jacarandas, mañanas de azahar,
mañanas de acacias, mañanas de geranios de Feria? ¿Habrá en
Sevilla Vírgenes, Vírgenes de barrio, blancas como las
Nieves, Vírgenes de cofradías, lacrimario de la belleza de
Sevilla? Habiendo tantas mañanas y tantas Vírgenes, sólo hay
una mañana de la Virgen. Todos sabemos cuál es la Virgen de
la Mañana, advocación sevillana no escrita, pero que
veneramos hoy, con este madrugón tan de chaquetas blancas y
abanicos. La Mañana que a nardo huele.
¿Por qué nos damos este madrugón, por qué venimos de los
baños? Porque sabemos que si borráramos el resto del año,
con que sólo nos quedara esta escasa horita, Sevilla
seguiría existiendo. Venimos a comprobar que Sevilla sigue
viva. Ved por dónde va la Virgen. No hace más que rodear el
mejor cahíz de tierra del mundo, sin salir de la collación
de Santa María. Son estas de los madrugones las mañanas de
los divinos paseítos por Sevilla. Dios y su Madre saben por
dónde se andan. No se van por la Sevilla zafia, adocenada. A
Dios, aunque es perfecto, lo pones tú en la calle Asunción y
se cree que está en Albacete. No. Ellos saben por dónde se
andan. Dios recorre las calles que los sevillanos andamos
cuando queremos poseer, como una mujer amada, a la ciudad.
Dios se coge por Gradas, por calle Génova, por Sierpes,
Cerrajería, Carpintería, sale al Salvador, sube la Cuesta de
las Culebras, se mete por Francos... Su Madre, tres cuartos
de lo propio. ¿Para qué ir más lejos a buscar Sevilla, si
Sevilla está aquí? La Reina de los Reyes sabe también por
dónde se anda. Por donde los nardos puedan oler. Sale por la
puerta de junto a la torre, se mete por Placentines, da la
vuelta por Alemanes, se encuentra con el sol, ay, en la
Punta del Diamante... El mismo paseíto que se dan las
señoras del barrio cuando salen a gozarse de la plenitud de
Sevilla. Esta Señora sale a darse una vueltecita, a saludar
a sus vecinos. La gente de la collación de Santa María, ay,
Juana la del Postigo, somos así, y a Reyes, nuestra primera
vecina, le gustan tanto las cosas nuestras que espera a que
Sevilla esté en flor esta mañana para darse su vueltecita
por donde se la tiene que dar: del sol de la Punta del
Diamante a las sombras del Arco del Almirantazgo, del
magnolio del Alfolí a la muralla del Alcázar...
Y por eso suenan campanas. Si lo pensáis, en Sevilla tenemos
madrugada de tambores, madrugones de campanas. ¿Por qué
suenan tan bellas las campanas en estas mañanas de los
madrugones, romero y nardo, las campanas haciendo sonido en
el aire con los colores de nuestra tierra andaluza? Por su
boca habla Sevilla, «que Fernando conquistó», dice en la
memoria el viejo cántico. Y todo es tan Sevilla que sólo
faltan los seises. ¿O no faltan? No, no faltan. Dios es azul
como la mañana, como el traje de un seise. Va en el regazo
de la Virgen. Es el único seise de esta mañana de gozo.
Mirad cómo sonríe cuando sus zapatitos de oro se hacen, con
las campanas, chapines de baile.
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