ANTONIO BURGOS | MIS MEJORES RECUADROS


Poema de la verdina

 Por muros y azoteas, por tejados y miras, por patinillos y balcones, las lentas, tercas, implacables aguas le han dado una nueva color a Sevilla. Si subes a la Giralda y miras el caserío de la ciudad, azotada de los vientos, calada de los chaparrones, oliendo a humedad rezumante por calles y piedras, verás que los tejados de Sevilla han tomado un tono verdoso. Cantan el secreto poema de la verdina. Hay una luz distinta, que cubre a Sevilla de tonos grisáceos y que hace más blanco que nunca el mármol de las columnas de los patios, de los balcones de la Giralda. Hay una luz distinta, en la que reluce, única, la color de la verdina. Parece como un sueño: es como si Sevilla estuviera en una orilla de la mar, madera de embarcadero, piedra de muelle, roca de rompeolas. Una Sevilla húmeda, que parece volver al tiempo en que el lago Ligustino se abría hasta Sanlúcar; al tiempo en que el río tendía un brazo para rodear la cintura de la ciudad por la Alameda; al tiempo en que los asistentes indianos todavía desecaban lagunas en el Compás de la Mancebía o en que los condes de Barajas sembraban de álamos, fuentes y mármoles romanos estas humedades de verdina.
La otra tarde nos asomamos desde el balconcillo de los maestrantes a una plaza de toros vacía, húmeda, en silencio. Tiene la plaza de toros en el invierno algo de cerrado campero. Algo de placita de tientas. Hay un silencio de campo metido en los hondones de la memoria del Arenal. La plaza piensa, sueña, recuerda. Ni un sonido llega, soñando los vuelos de los vencejos de la primavera junto a los arcos de las gradas. Ni una luz llega, soñando el sol de una tarde de abril en que Sevilla proclamará la resurrección de la vida y de la muerte. La plaza, en su silencio, habla de muchas cosas. Y tiene una color con la que nunca la vimos. Es verde. La ladrillería de los tendidos, allá por el 6, allá por el 4, es verde de verdina. Y la plaza recuerda con ese color el vestido de un muchacho que sueña con debutar con caballos una tarde de junio. Y la plaza recuerda con ese color el verde color del miedo que seca las gargantas y manda llenar los búcaros y los vasos de plata junto al olivo de toallas de mozospás y palabritas de apoderados a un oído que no oye.
Parecía un sueño la plaza de toros, con los tendidos habitados por el silencio de la verdina. Parecía un sueño la plaza de toros, con el callejón húmedo, convertido en carril de finca, en vereda de carne del lejío de un pueblo. Un silencio de campo. Verde como el campo andaluz del invierno.
Y ahora que lo piensas, que ves que el campo se ha metido en el Arenal con el silencio del sueño de los cuatreños en las corraletas vacías, en el palco de toriles sin clarines, en el tendido once sin viseras de cartón, consideras que también Sevilla se hace pueblo con estos colores del invierno. La verdina de los muros, de las azoteas, de los tejados, de las altas miras, de los hondos patinillos, de los vacíos balcones, le da a Sevilla un color de pueblo. Llueve como en los pueblos de la sierra, suena la lluvia como en los pueblos de la campiña, llega el viento como a los pueblos de los puertos. Para darse fuste, sale de la bella, grisácea luz una columna, que presenta la tarjeta de visita del blancor de un mármol antiguo. Balancean su cabeza las palmeras despeinadas, en la eterna duda de la luz que perdieron, de la brillante luz del tiempo de toros y tambores. Tiene verdina el tronco del naranjo de la plaza de San Vicente, soñando túnicas negras el Lunes Santo. Tiene verdina el ladrillo de los bancos del Parque, soñando amores por la primavera. Tiene verdina el fauno de las Delicias, soñando noches de azahar y exámenes. Tiene verdina el rincón de la calleja cuyos adoquines pisarás con prisas el Domingo de Ramos, y verdina tiene la ventana desde donde oirás una saeta, y la azotea que asomará sus macetas de geranios una mañana de mantones de Manila y Majestad en público.
Por azoteas y muros, por miras y tejados, por balcones y patinillos, las lentas, tercas, implacables lluvias antiguas han pintado la ciudad con el empaque antiguo de la verdina.


 

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